Mario Kameniecki
A propósito de la práctica grupal en el campo de las toxicomanías resulta oportuno recorrer y comentar los interesantes puntos de vista que Massimo Recalcati, psicoanalista italiano, desarrolla en los capítulos que le dedica en su libro La clínica del vacío1. Precisamente se trata de sus criterios sobre la posibilidad de implementar dispositivos grupales en el marco de una clínica que tiene como referencia al psicoanálisis en los llamados monosíntomas contemporáneos – anorexia/bulimia, toxicomanías, etc.
A propósito de la práctica grupal en el campo de las toxicomanías resulta oportuno recorrer y comentar los interesantes puntos de vista que Massimo Recalcati, psicoanalista italiano, desarrolla en los capítulos que le dedica en su libro La clínica del vacío1. Precisamente se trata de sus criterios sobre la posibilidad de implementar dispositivos grupales en el marco de una clínica que tiene como referencia al psicoanálisis en los llamados monosíntomas contemporáneos – anorexia/bulimia, toxicomanías, etc.
Considera
estas presentaciones clínicas más bien como rasgos de
identificación colectiva y más que como metáfora del sujeto
funcionan como metáfora social. La utilización de abordajes
grupales presenta algunas escansiones históricas. La psicoterapia
institucional de la posguerra inauguró el uso polisintomático del
grupo; posteriormente, se implementaron técnicas grupales a partir
del psicodrama hacia fines de los años ´60 y durante la década de
los ´70, que acentuaban la acción representativa del grupo y el
cuerpo, no estando centradas en el síntoma sino en el fantasma. Con
la aparición en el escenario de la época de los así llamados
monosíntomas, comenzaron a implementarse dispositivos grupales que
integraban a personas con un rasgo común. El contexto de los
monosíntomas es correlativo a su masificación y a una “homologación
alienada en el universal”. Así, en estos grupos, al menos a la
entrada, hay un máximo de individuación que coincide con un máximo
de alienación. Y se trata de una individuación contra la separación
– contra la diferencia- , que sostiene una identidad sin equívocos,
un exceso de individuo – no dividido. Hay aquí una función social
del síntoma que se sostiene por lo idéntico, en una intersección
entre lo social y la salud. Esta modalidad de agrupamiento deja de
lado lo particular del sujeto, que más bien anula mediante la
asociación en un vínculo con iguales, entre sujetos que se
reconocen homogéneos a partir del rasgo que los identifica y que
tienden a excluir la diferencia – todos drogadictos, todos
ludópatas, todos anoréxicos, todos bulímicos, etc. Se puede ver en
estas manifestaciones el modo de identificación actual que no está
orientada por el I (A) -el valor simbólico del ideal- , sino en la
reducción del Otro al otro, es decir, en una simetrización
homologadora del Otro con lo mismo. Se vinculan con la época del
declive del ideal y de la de-consistencia del Otro. El Otro de la ley
de hoy avala una identificación anónima al grupo; su declinación
favorece estas identificaciones horizontales a las insignias
sociales. Tal vez las manifestaciones monosintomáticas reflejan en
tanto respuesta social esta inconsistencia del Otro. Otorgan una
identidad a través de una identificación universal que al mismo
tiempo tiende a la anulación de cualquier particularidad.
Constituyen una neo-identidad – al decir de Recalcati - cuyo
envés, como plantea este autor, es “que la función social del
síntoma tiende a hundir, empantanar al sujeto mismo en el
Otro en lugar de dejar que surja en su singularidad”.
Y
“cuanto más certeza identificatoria de masa se gana, más
subjetividad se pierde”.
El
máximo de individualismo – no dividido- se torna en máximo
universalismo. Lo que debería sacar del anonimato, hace más
anónimos a los sujetos y genera una reproducción en serie masiva
como: el conjunto de los drogadictos, el conjunto de las anoréxicas,
el conjunto de los fóbicos sociales, el conjunto de los ansiosos
generalizados, etc. Son neo-colectivos de conjuntos homogéneos. A
partir de la reducción del poder del equívoco en el nombre de lo
idéntico son una expresión homogénea al discurso del amo. Son, por
eso mismo, una forma histórica-social para compensar la crisis del
síntoma simbólico, para intentar hacer existir al Otro como un Uno
homogéneo, contrario a la diferencia. La pregunta es ¿cómo
proceder en estos grupos? – que se sostienen en esta lógica de
identificación colectiva que otorga al sujeto una cierta identidad
y –¿por qué no?- una integración en la sociedad. ¿Cómo
intervenir para producir una división subjetiva orientada a
“transformar la necesidad de lo idéntico en la contingencia del
equívoco”? ¿Cómo producir un síntoma que no sea sólo
social, que esté subjetivado y por ello mismo que indique no un
rasgo común sino la verdad del sujeto?
En
las presentaciones clínicas de la época a las que estamos haciendo
referencia, monosintomáticas, domina lo mismo, no lo Otro;
instituyen lo mismo en el lugar del Otro y son los soportes de una
identificación imaginaria. Es, como señalamos, la tendencia de la
época a “simetrizar” lo mismo en lo Otro.
Tratamiento
en dispositivos grupales. En los dispositivos grupales a
implementar en los tratamientos la apuesta no es a lo idéntico sino
al equívoco, al malentendido - la función del inconsciente. Hay
que hacer un tratamiento preliminar de la identificación; sin
equívoco solamente hay segregación, asociación uniforme de lo
mismo. Una y otra vez, señala Recalcati, que los monosíntomas son
una metáfora social. El drogadicto o la anoréxica, para dar sólo
dos ejemplos, son sostenidos por el Otro social que sustituye las
demás identificaciones del sujeto por una sola, única, Una. Y el
problema es que el sujeto se reconoce en ella de un modo absoluto -
de ahí que es una falsa metáfora del sujeto, es una imagen-signo.
Pero
en el primer tiempo del dispositivo grupal es necesario asumir la
metáfora social – porque de lo contrario no vienen, ya que no
piden asistencia desde otro lugar que no sea el de la segregación,
tal como constatamos una y otra vez quienes nos dedicamos a la
práctica clínica. Es un producto de la época y como tal hay que
acogerlo, pero para ejercer sobre esa metáfora social lo que
Recalcati llama la metonimia grupal. Por eso en un primer tiempo del
grupo el monosíntoma no es cuestionado, sino confirmado – es su
condición de ingreso. “El grupo es como un cebo -en este
momento- arrojado al mar de la identificación de masas del que se
alimenta el monosíntoma en la época del discurso capitalista”.
Pero el grupo se sostiene en el deseo del analista “para
intentar taladrar esta ontología de lo mismo”, mediante la
metonimia grupal. Es para introducir el poder del equívoco en lo
idéntico – la disyunción enunciado/enunciación, lo que excede
de la significación en lo que se dice, la no identidad del sentido
consigo mismo. Es el segundo tiempo del dispositivo grupal, en el
cual el grupo activa la metonimización de esta falsa metáfora, de
esta metáfora social pero no subjetiva, de la identificación social
al síntoma. Lacan, en el seminario XI, “Los cuatro conceptos…”,
contrapone la imagen del inconsciente como nasa frente al
inconsciente como alforja. La nasa es la red de pesca; es una
figura topológica del inconsciente como deslizamiento,
apertura-cierre-apertura, frente al inconsciente-alforja, que es un
lugar cerrado en su interior en el que se puede entrar desde afuera.
Así, el grupo es presentado como carnada que permite entrar en la
nasa; pero lo importante no es lo que entra, sino lo que sale: “la
posibilidad de salida de los presos de la cárcel de lo mismo”.
El ingreso – la entrada- se hace por el pedido de ayuda a un Otro
que reconoce a los sujetos a partir de un rasgo en común. Y al
principio, la transferencia es con la institución – centro de
tratamiento para adicciones, centro para transtornos de la
alimentación, para jugadores patológicos, etc. Es así que al
comienzo, estos grupos se presentan como consolidados, consistentes,
imaginariamente inflados como un conjunto que se define por su
pertenencia, su inscripción en el Otro social grupal que garantiza
lo mismo. Recalcati plantea una cuestión preliminar a todo
tratamiento grupal posible correlativo a la transición del “gran”
grupo-masa que se constituye al ingresar a una institución, al
pequeño grupo. Estas cuestiones son tributarias de dos lógicas
diferentes; por un lado, la de la institución, que unifica e
identifica, y por el otro, la del grupo, cuya función -desde esta
referencia- , es separar y des-identificar – el grupo puede poner a
trabajar en transferencia el fenómeno de masa de la identificación
al monosíntoma. Pero atención, el grupo es también un lugar que
favorece las identificaciones imaginarias y es función del analista
que lo coordina operar en dirección a vaciar la identificación al
rasgo idéntico. Recalcati propone una evolución del tratamiento en
dispositivos grupales por fases. En primer término, al inicio, está
la fase “alforja” (a la que hicimos breve referencia) donde
prevalece el poder de lo idéntico, la identificación imaginaria, la
convergencia de I (ideal) con a (objeto).
Del
grupo se sale uno por uno, no todos juntos, de acuerdo a tiempos
lógicos – no cronológicos. Refleja la no coincidencia de lo
mismo: no-todos a la vez, no-todos juntos, no-todos en el mismo
momento. Otra manera de decirlo es que el síntoma se desintoniza del
yo y se hace egodistónico – en este pasaje de lo idéntico al
equívoco.
El
encuentro-desencuentro con este real puede reconducirse a una segunda
fase: la fase “nasa”, donde lo que se juega es el deseo del
analista, encaminado hacia una diferencia absoluta y que trabaja
para “remover las aguas estancadas y mortíferas del narcisismo
identificatorio”.
Recalcati
formula una tercera fase del dispositivo grupal que se caracteriza
por la producción de una metáfora diferente a la consolidada por el
discurso social -es el resultado de la metonimia grupal sobre la
metáfora social. Se trata del tiempo de constitución de un síntoma
como metáfora del sujeto y que proviene del equívoco del
significante. Una metáfora no social, sino del sujeto, que solamente
es posible desde el interior, como captura desde el interior de grupo
como nasa.
Monosíntomas
contemporáneos y segregación
Los
monosíntomas de nuestro tiempo se producen en forma epidémica –
masivamente- y constituyen síntomas sociales, no subjetivos. No dan
lugar a lo particular irreductible del sujeto que se da en oposición
al universal del programa de la cultura. Agrupan sujetos anónimos
bajo rasgos identificatorios. En lugar de propiciar lo singular del
sujeto sostienen lo homogéneo de lo Uno, que es homogeneidad
imaginaria. Es expresión del efecto de la crisis de la función
universal de la identificación vertical al ideal con sus coordenadas
edípicas. Es así como el ideal del padre se muestra en su declive
- ya señalado por Lacan en su trabajo sobre la familia (1938) en el
cual hablaba del ocaso de la imago paterna. Frente a esta declinación
de los ideales, lo homogéneo es lo Uno de lo idéntico como rasgo
que aúna. Y es precisamente la identificación a lo Uno lo que
diferencia la segregación clásica -de la que habló Foucault- con
la de nuestra época. La segregación clásica excluye lo no
homogéneo de aquello que según la norma es una desviación. Es, en
rigor, segregación de la alteridad del Otro respecto a lo mismo. Es
por eso que Foucault reconoció en el psicoanálisis una función
de-segregadora: el Otro se afirma como discurso del inconsciente. La
segregación clásica produce encierro, exclusión, aislamiento,
exterminación de la diferencia del Otro, pero solamente en su
separación sin contactos de lo Uno. Es, en la práctica, expresión
de lo mismo que en su constitución produce la alteridad del Otro
como desviación, ruptura, no homogeneidad (puede leerse en el
Foucault de la Historia de la locura en la época clásica).
Los esfuerzos que llevó a cabo Bassaglia en Italia en pro de la
des-manicomialización se inscriben en esta línea ¿cómo reintegrar
al excluido en el tejido social?, ¿cómo puede la ley de lo Uno
garantizar el derecho del Otro?
La
segregación contemporánea conlleva en su seno una exigencia interna
de lo mismo. No se trata de desviación ni de amenaza de subversión.
El declive del ideal afecta la función de la norma edípica en la
que se funda para Freud el superyó que garantiza la identificación
social y, por eso mismo, una regulación standard del goce. Es que la
crisis del Otro simbólico pone en cuestión las soluciones standard,
es decir, hace tambalear la regulación de lo real del goce por medio
de las normas. Lo particular ya no está coordinado/comandado por lo
universal (edípico) del discurso. Lo homogéneo no se opone entonces
a la alteridad del Otro sino como reserva particular de lo Uno. No se
trata ya de lo Uno como lo Uno de la norma: es lo Uno de la
identidad auto-segregada de lo mismo. No se rige ya por la exclusión,
sino por la integración de lo Uno homogéneo. Sin embargo se trata
de un Uno parcelado, fragmentado. Es por ejemplo, el Uno homogéneo
de los escenarios abiertos de consumo de drogas en Zurich para
toxicómanos marginados, que no son rebeldes ni subversivos, sino
dominados por el goce narcisista de la sustancia, goce regulado por
el mismo discurso social como empuje generalizado al consumo. Es un
lugar para los sujetos de lo Uno neo-segregado. Es también una
manera de ver cómo este Uno se multiplica pero sin admitir realmente
lo diferente de lo múltiple; el Uno se multiplica en la forma de lo
mismo. Es el colectivo serial que anonimiza lo particular haciéndolo
serie (referencia a Crítica de la razón dialéctica de
Sartre). Es una segregación sin exclusión de la alteridad del Otro
(referencia a Foucault) sino a través de la identificación
homogénea con lo mismo. Es un exceso de identificación y no una
práctica de exclusión.
El
equívoco y lo mismo. El psicoanálisis como práctica no
refuerza lo mismo; el inconsciente como discurso del Otro puede
irrumpir y producir efectos que sorprenden. Es de este modo como lo
mismo de lo Uno puede ser separado a partir de la imposibilidad del
yo de administrar los efectos de sentido que se producen por la
articulación significante y que va más allá de la intencionalidad.
La asociación libre es la introducción al equívoco y de su poder
de erosión de la identidad de lo mismo en la rotura aleatoria de lo
homogéneo. Lo aleatorio no es lo mismo, no es el automaton de
la serie sino el encuentro con la diferencia, con lo real. Es el
evento de la tyché, el encuentro con la sorpresa, con el
acontecimiento que irrumpe en lo continuo de lo homogéneo. Es la
contingencia como no asimilable a lo homogéneo de la necesidad.
Grupos
monosintomáticos. En los que domina lo homogéneo de lo mismo.
¿Cómo introducir allí lo aleatorio? Son grupos que se caracterizan
por el “yo también” de la especularidad recíproca, de la
identificación al otro, unificando la diferencia en la homogeneidad
de lo mismo. Es lo mismo reflejado en el otro. Y es a través de este
“yo también”, o “a mi me pasa lo mismo que a vos” que se
logra captar o que se consigue atraer un pedido de tratamiento. Es lo
que se abre hacia el “nosotros” grupal, hacia la identificación
imaginaria, como síntoma idéntico significado, como mismo tiempo de
tratamiento, como todo lo mismo. Es que en el discurso social el
mismo síntoma como insignia permite una identificación que le da un
nombre al sujeto: somos todos X iguales, la misma cosa. La identidad
de X se pone en el lugar del sujeto; metáfora social que unifica
sujetos diferentes bajo un S1 que anonimiza en la medida que
identifica. Hay que registrar esto de entrada y aceptar de forma
preliminar esta lógica. El trabajo del analista del grupo se
orientará a la división subjetiva, a producirla permitiendo al
inicio el engaño de la identificación anónima de lo mismo, de su
poder unificador y anti-división.
Grupos
y dispositivo grupal. El ser del grupo es distinto a la función
del grupo. Ser del grupo implica la identificación de lo mismo, lo
homogéneo, del “yo también”, y el síntoma integrador – no
particular- , se trata del ser de la masa. La función del grupo no
se reduce al ser del grupo y trata a la identificación de masa. Es
separadora de toda demanda, que es “deseo de la diferencia
absoluta”, como dice Lacan, de separación de lo particular del
sujeto y del ideal del Otro – separa I de a, contrariamente
a la hipnosis o a la identificación de masas que juntan I con a.
Observamos
una primera identificación grupal a la insignia social del
monosíntoma. Una vez que el grupo comienza a funcionar se pone en
juego una segunda identificación; se trata de la identificación al
“nosotros” que ya es una suerte de filtro respecto a la
identificación de masa social inicial. “Nosotros”, implica un
narcisismo de equipo que alivia al sujeto de la identificación del
comienzo. Es tranquilizadora, es lo terapéutico de estar en el
grupo. Es un efecto de reinscripción en un lazo social posible.
Antes de este momento la identificación monosintomática era una
nominación anónima, social. La segunda identificación es una
versión actualizada de identificación colectiva y la pertenencia al
grupo libera del aislamiento de la primera identificación. Su
resultado es que esta alienación segunda no rompe el lazo social
sino que lo consiente aliviando la angustia. En no pocos casos es lo
que detiene y se opone a la deriva mortífera del sujeto. Se trata
del grupo como sinthome, como nuevo anudamiento para el goce;
el grupo funciona como nuevo partenaire, situado entre el
sujeto y el empuje a un goce sin límite hacia lo mortífero. En
estos grupos que trabajan desde la referencia del psicoanálisis no
se implementa un uso del cuerpo, de técnicas corporales – nos
referimos a un uso representativo del cuerpo. Todo pasa por la
palabra como único medio. Sin prescripciones ni programas de
rehabilitación cognitivo conductuales. Es cura por la palabra. Y
este forzamiento de la palabra es un forzamiento del Otro. Es lo que
permite rehabilitar la alienación significante. La circulación
metonímica de la palabra en el grupo es opuesta a la inducción
holofrásica del monosíntoma. Por lo cual se opera una transición
de la metáfora social a la metonimia grupal. Es pasar de lo Uno del
ideal a una pluralidad que erosiona el Uno. Es la primera manera de
perforar la homogeneidad imaginaria del grupo monosintomático y
abrir la dimensión aleatoria del encuentro. Es necesario plantear
que la metonimia va más allá de las intenciones individuales y
posibilita un efecto de sorpresa que descoloca a lo mismo. Es así
que el efecto psicoanalítico se hace desde el interior (topológico)
de lo mismo. Se intenta por la vía grupal de operar hacia la
extracción -de la homogeneidad falsamente monosintomática de lo
universal- de lo particular subjetivo. Las intervenciones del
analista dan más valor a lo que no coincide frente a lo que
coincide, a lo diferente que a lo igual, a la centrifugación
metonímica que a la identificación de lo Uno al Otro, y se orienta
hacia una captación de lo particular del sujeto.
1
Clínica del vacío. Anorexias, dependencias,
psicosis (2003), Ediciones Síntesis,
Madrid.
Massimo Recalcati reside en Italia y
es fundador de “JONAS Centro de investigación de nuevos
síntomas”.
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