Mariela Rodríguez Rech
Reflexionar,
sobre los signos de la época y las problemáticas del consumo, nos
exige sin dudas, admitir que la constitución del Sujeto, descansa
en el a priori histórico que lo condiciona. La época imprime sus
marcas en el devenir de una cultura, una sociedad y por lo tanto en
la constitución subjetiva del individuo.
No son
tiempos fáciles, el mundo capitalista y los nuevos aires de la
revolución tecnológica de los últimos años han producido un
cambio estructural. Vivimos casi a merced de nuestros nuevos amos: la
ciencia y la tecnología.
Hoy por hoy los
signos de la época parecen teñir todo los ámbitos del desarrollo
humano y su desenvolvimiento va acompañado por esta revolución que
justamente altera, modifica y transforma. El mundo
cibernético-virtual está entre nosotros. Bienvenidos al mercado.
Las
patologías del consumo no han quedado exentas de estas
transformaciones, y también han dejado su impronta en el Sujeto.
Hoy
sufrimos las marcas de la época en el campo de las adicciones y esto
genera una revisión profunda de nuestra práctica y de nuestro
encuentro con el Otro. En la práctica diaria es inevitable
considerar a fondo las contingencias histórico-culturales.
REVISANDO LA
HISTORIA…
Hay
un paradigma actual que sin duda puede resultar provocativo: no
existe, ni existió una sociedad sin drogas; recorriendo la
literatura podemos ver que desde el siglo XIV siempre hubo un
producto que funciona de una manera distinta del resto y que se
caracteriza por ir más allá del registro de las necesidades
básicas.
A lo
largo de la historia hubo un deslizamiento: las drogas fueron
ocupando distintos lugares en el imaginario social y en la vida de
cada sujeto: así fueron sustancias curativas, fenómenos de
liberación cultural y social, fenómenos de inclusión, etc. etc.
Pero sin duda no se puede dejar de ver que si bien sufrieron estos
cambios, tuvieron siempre un sentido en la vida psíquica y emocional
del Sujeto, ocuparon un lugar en su discurso imaginario y simbólico.
Hoy
estamos frente a una patología sin precedentes que ha ido
adquiriendo variantes que la complejizan no sólo por las nuevas
drogas existentes y sus modos de consumirla sino también por la
posición del Sujeto en este mundo postmoderno.
Hoy por hoy
no podemos dejar de ver que el entramado social y cultural en el que
está inserto sin duda ha cambiado y esto ha generado sus efectos y
me animaría a decir que hasta ha propiciado lugares y circunstancias
para que su posicionamiento como tal, su particular modo de gozar y
desear, hayan vacilado.
¿Qué es
entonces lo que hemos ido observando a lo largo de este recorrido de
escucha clínica de las patologías de consumo?:
Estas,
se han ido insertando en un mundo postmoderno, globalizado y total,
que ha traído aparejado un extraordinario conjunto de cambios que
cuestiona no sólo la economía sino la totalidad de las relaciones
sociales.
Es
el comienzo de una nueva era de la humanidad: la sociedad del
conocimiento, donde la tecnología ha devenido tan importante e
integrada a nuestras vidas, trasciende su sentido utilitario para
construirse en eje de todos los cambios políticos, económicos,
sistemas de ideas y creencias, determinando comportamientos
individuales y colectivos.
La
tecnología ha devenido una suerte de pan-ideología con pretensión
de validez universal, que tiñe, absorbe, y hasta determina todos
los ámbitos del sujeto…
Estos nuevos
escenarios traen aparejado ciertos riesgos:
La
vivencia de tiempo y espacio se ven profundamente alteradas: todos
podemos estar conectados ya, sin el otro presente a miles de km de
distancia y con una rapidez e instantaneidad que no se lo puede
comparar con otro fenómeno humano. Es vivir parte de la existencia
en un mundo virtual donde no hay diferencia entre lo cerca y lo
lejos, por ejemplo no es un mundo perceptible ni tangible: el otro es
un desconocido, no tengo contacto con él, realmente está muy lejos…
Leía en
algún texto que el símbolo de la época no es el libro, sino la
pantalla. Impregnados de imágenes pero sin una mirada.
Esto marca un
impacto importante en la persistencia y durabilidad de un contacto o
de un vínculo: la hiperconexión genera la paradoja que estemos
absolutamente desconectados, la velocidad con la que la tecnología
se renueva ( por supuesto esto es intencional, los soportes
tecnológicos no duran más de un año, la tecnología ha sido
concebida para eso: que se vuelvan obsoletos al cabo de cierto
tiempo) nos obliga a un ritmo insostenible de reorganización
permanente de nuestras costumbres mentales.
La
red de información da vuelta al mundo, rápido y para todos
(twitter, facebook, instagram, comunidades virtuales, etc.) nos llama
la atención un tiempo y rápidamente deja de interesarnos. Nos vamos
moviendo así, en un mundo de relaciones mutables, renovables,
efímeras… al modo del zapping, todo vale lo mismo y se olvida con
rapidez.
Hay
una propaganda actual que dice en su texto literal:
“tenés
internet ilimitado, todos juntos, todo el tiempo, en todos lados….”
“yo soy
ilimitado, qué es un mundo ilimitado?...tenés todo, sin renunciar a
nada…ilimitado”
Presencia
inquietante de la ausencia de límites, del todo es posible, del goce
masivo, del exceso, que paradójicamente deviene en vacío y
desconcierto.
Recapitulo
algunos conceptos que quiero que persistan de estas líneas
anteriores para poder pensar luego las patologías del consumo:
simultaneidad, falta de jerarquización, sin identidad, el todo
parece ser posible a cualquier precio, sin historia, la satisfacción
tiene que ser ya, el tiempo y el espacio pierden su real dimensión,
el lenguaje se agota, aparecen nuevos modos de comunicarse, estamos
atestados de objetos que sin duda producen un aplastamiento
subjetivo, ya no hay garantes y estamos en absoluta soledad…soledad
del Sujeto conectado. La soledad postmoderna.
Si
retomamos las patologías del consumo, no podemos dejar de pensar al
adicto fuera de ésta época con sus signos y su síntomas; cada una
de estas mutaciones en el mundo global ha dejado su impronta que
escuchamos puertas adentro del consultorio o la institución.
Hoy la
época trae aparejada consigo una lógica del consumo, en donde la
angustia pasa a ser inadvertida para tenerlo todo, rápido primando
fundamentalmente la ignorancia: este no querer saber sobre las
preguntas fundamentales de la existencia humana: el amor, la muerte,
el sufrimiento.
Podemos
escuchar a diario, una pérdida de ideales, una banalización de los
objetos que vienen a colmar éstas preguntas inquietantes,
movilizadoras y angustiantes. En el mundo adulto como el adolescente
hay un derrumbe de la función paterna como efecto regulador y
ordenador. Hay un culto a la juventud, la imagen y el cuerpo que
impregnan el mundo del Sujeto. Vivimos un debilitamiento de los lazos
sociales, el Otro ha perdido su eficacia y todos los vínculos
parecieran estar mediados por este mundo virtual que consigue evitar
el encuentro con el Otro, con el cuerpo del Otro, con las palabras,
con el desencuentro. Hoy tenemos una amplia gama de alternativas a
los que el Individuo recurre para cancelar el malestar estructural
que lo atraviesa y del que nada quiere saber.
Aparece así
el objeto droga, un objeto más del mercado investido por el sujeto
y su familia, por una cantidad de propiedades inagotables: mágico,
certero, contundente, con quien se mantiene una relación pasional,
voraz; una vinculación despótica, idealizada y siniestra de la que
no se puede salir y a quien se puede responsabilizar de todo lo que
le pasa, logrando así desvincularse de la implicación subjetiva que
cada uno tiene en su padecer.
Estos modos de
vincularse al objeto (sea cual sea) es propicio para la época: no
deja lugar para la pregunta y posibilita al Sujeto seguir en esa
ignorancia acerca de su responsabilidad en éste síntoma elegido:
la adicción. Lo tóxico por lo tanto no son los objetos en sí, sino
el lugar que han venido a ocupar en la economía psíquica del
sujeto que impiden el reconocimiento del inconsciente, de su
subjetividad.
Extraigo de
la clínica un breve fragmento: en una entrevista familiar donde
estaba el padre, la madre y el joven de 19 años, ante el reclamo
paterno acerca de cómo lo trata el hijo, su falta de respeto los
insultos etc., etc., dice el joven:
“¿cómo me vas
a poner límites ahora si nunca me dijiste un NO?, ahora no lo
quiero, no me gusta, siempre hice lo que quise, nunca me dijiste un
no a nada…”
En otro encuentro el
joven refiere:
“ Siempre tuve
todo, no me faltó nunca nada, estuvieron siempre encima mío, yo le
digo a mi viejo en lo económico nunca faltó nada, tuve de más y
eso no hace bien…”
Es el mismo
joven que abraza a su padre y ante la respuesta tibia de éste, le
dice:
“abrazáme
fuerte carajo…rompéme la espalda no ves que soy tu hijo…”
Un llamado al orden, a una ley que regule el caos, a un garante que testifique que no todo es posible, que la demanda incesante puede llegar a ser mortífera si no se la puede encauzar por el camino del deseo ;un demás dice el paciente, un demás que entorpece el desenvolvimiento subjetivo y que deja sin palabras.
La adicción
aparece como un intento de poner en palabras aquello de lo que no se
quiere saber y a la vez un modo de cancelar el malestar constitutivo
del Sujeto. Y así como en Internet el Sujeto queda borrado, no
sabemos quién está ahí, el tóxico oculta al Sujeto del
inconsciente; habrá que dejarlo de mirar para que algo de otro
orden, del orden de la palabra pueda devenir.
Pero llegado un
punto, la droga se convierte en un malestar ¿Para quién?
Para la pareja, el
juzgado, la escuela, la familia, etc.etc., para estas otras
instituciones debilitadas por cierto, decaídas en su función pero
no para el paciente, la urgencia es del Otro, por eso hay que ser
muy cauto cuando aparecen las llamadas “urgencias”; me pregunto
si acá no habrá que esperar a que aparezca la “emergencia” en
el sentido de esperar y dejar emerger esta soledad con la que se
tiene que encontrar el paciente: enfrentarse en definitiva a su
inconsistencia del ser.
Retomando
un poco lo planteado al inicio, la época sin duda deja su impronta
en las patologías que hoy nos convoca, y es un verdadero desafío
en nuestra tarea diaria acompañar a este sujeto y a su familia.
¿Cómo alojar tanto acto? ¿Cómo hacer discurrir por los canales
simbólicos lo que se resiste a ser dicho?
Se intenta
desde la clínica abrir un espacio que posibilite la palabra, donde
sea factible la renuncia al amparo absoluto y al goce sin límites
que no permite la circulación del deseo, se trabaja para abandonar
la ignorancia aunque angustie, para lograr algo en el orden del
saber, para restablecer un lazo social que no esté entorpecido por
el partenaire-droga, y donde el deseo pueda fluir.
Se propone
una pausa ante tanta urgencia, se propone al analista en función de
donante de un sentido en la era del sinsentido, para de esta manera
autorizar a que el discurso del inconsciente haga su aparición.
Se apunta
sin dudas a conmover algún signo de la época, a hacer tambalear
este mundo ilimitado, a sacar de su lugar algo de esta solidez para
que por una ínfima grieta se cuele la palabra.
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