sábado, 13 de julio de 2013

Boletín Número 24 - julio 2013


Boletín del Centro de Día Carlos Gardel
de Asistencia en Adicciones 
Publicación sobre prevención, asistencia, investigación,
capacitación y políticas públicas en drogadependencias
 Número 24 – julio/2013                                                 Ciudad Autónoma de Buenos Aires
  “Su propuesta es inaugurar un ámbito de información, participación, intercambio y pluralidad de opiniones con y entre profesionales del ámbito público dedicados al campo de las drogadependencias”. 


Estimados lectores: en este número del boletín contamos con un texto de Juan Luis de la Mora, psicoanalista mexicano, que ya colaboró con nosotrosy que además se desempeña en instituciones con adolescentes y padres. En esta oportunidad, su trabajo trata de situar la articulación entre el consumo de drogas y el contexto contemporáneo con sus coordenadas discursivas abordando el tema desde la lectura de autores como Ignacio Lewkowicz, Sylvie le Poulichet y Massimo Recalcati desde una perspectiva que enriquece con sus propios aportes algunos de los cuales se vinculan con los problemas que nos plantea la práctica clínica de los consumos problemáticos de drogas hoy. Lewkowicz sostiene desde sus trabajos, que nuestra época – su lógica social- hace posible una subjetividad adictiva; y mediante sus desarrollos – que sigue y comenta de la Mora- , nos muestra cómo las toxicomanías actuales solamente son posibles merced a la lógica condicionante del discurso contemporáneo.
Contamos también con un texto de Carlos Herbón, integrante del equipo profesional del centro Carlos Gardel que desarrolla la temática de los dispositivos grupales en los consumos problemáticos con un análisis de su implementación, de su lugar y su función en el marco institucional. Los grupos han sido utilizados desde la referencia del psicoanálisis a partir de la segunda guerra mundial, y los primeros eran grupos poli-sintomáticos, es decir, se trataba de colectivos integrados por pacientes con diferentes piscopatologías. Más allá de los diversos enfoques grupales que se implementan, en nuestro caso se trata de grupos mono-sintomáticos, vale decir, que los pacientes se agrupan por un único síntoma que responde al consumo problemático de drogas. Y este es el tema de su trabajo del que ofrecemos la primera parte; la segunda, se publicará en el próximo número del boletín.


Contenidos


por Juan Luis de la Mora

por Carlos Herbón



¿Le interesa participar en el Boletín por medio de un aporte, material, propuesta o noticia? ¿O que el Boletín trate algún tema en particular? ¿Le interesa estar en nuestro mailing?
Para hacerlo puede concurrir a Cochabamba 2622, Buenos Aires (C1252AAR), comunicarse al teléfono (54- 11) 4941 0826, o por correo electrónico a centrocarlosgardel@fibertel.com.ar

Este Boletín está editado por el equipo profesional del Centro Carlos Gardel del Área Programática del Hospital Ramos Mejía.
  
Editor responsable
Mario Kameniecki

Coordinación Editorial
Camila Abraham
Graciela Alvarez
Gloria Blanco
María Josefina Copes
Osvaldo Damiani
Gabriela Gil


Consejo Editorial
Carlos Herbón,
Karina Kabul
Daniel Kobylaner
Lucrecia Laner

Relaciones Institucionales
Norma Morales
Héctor Pérez Barboza
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Gustavo Zbuczynski.

Administración:
Diego Posse

Auspiciado por:
Asociación de Médicos Municipales de la Ciudad de Buenos Aires (AMM)
Asociación de Psicólogos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (APGCBA)
Comité de Drogadependencias de la Asociación Médica Argentina (AMA)
Asociación de Reducción de Daños de la Argentina (ARDA)


ISSN 1851-3344

Escenarios de la época y consumo de drogas



Juan Luis de la Mora

Vivimos en una época muy contemporánea…
El Mendieta (Fontanarrosa)

He seguido la tradición de los solitarios; he comido, también, raíces.
Adolfo Bioy Casares


Comprender la figura del adicto implica localizarlo en el contexto sociocultural actual; para decirlo más claro: el adicto sólo es posible, localizable, en este contexto. La adicción es, de hecho, una de las coordenadas que caracterizan el mundo contemporáneo. Ignacio Lewkowicz, historiador argentino, es tajante al respecto:

“La institución social “adicción” existe porque socialmente es posible la subjetividad adictiva. La adicción es una instancia reconocible universalmente porque la lógica social en la que se constituyen las subjetividades hace posible -y necesario- ese tipo de prácticas.”1

Las proposiciones de Lewkowicz, miembro fundador de H/a, Historiadores Asociados, grupo desde el que se propone una historia de la subjetividad, son una continuación rigurosa y sumamente fecunda del trabajo de Michel Foucault. Para Lewkowicz la relación de consumo tóxico, pertinaz, que define un tipo de subjetividad, la adictiva, no había existido nunca antes de nuestra época, pues es precisamente su configuración la que permite (y provoca) ese particular tipo de relación. Entonces, lo particular de la adicción no está en una sustancia y sus efectos químicos en los procesos fisiológicos del sistema nervioso central o en los procesos psicológicos básicos y complejos que conforman la conciencia, sino en el entramado social de los vínculos subjetivos que funcionan como soporte para ese tipo particular de consumo. Esta novedad ocurre en el pasaje de la modernidad a la posmodernidad: el Estado ha perdido su lugar de referente fundamental y supremo para los procesos de subjetivación. En su sitio ha aparecido el mercado, con convocatorias subjetivas muy distintas. Por ejemplo, ahí donde podíamos detectar un ciudadano, un sujeto de la conciencia, ahora encontramos a un sujeto de consumo; ahí donde encontrábamos dispositivos disciplinarios, de control y represión, vemos ahora dispositivos que promueven en el sujeto el consumo voraz de lo siempre nuevo y desechable.
Este enfoque es sumamente poderoso porque permite eliminar toda psicologización del adicto, liberarnos de un supuesto “tipo de personalidad adictiva”, caracterizada por una tara o defecto imputable al desarrollo, la crianza o la genética. No es que estos factores sean despreciables, pero ponerlos al margen del análisis permite construir enfoques mucho más fecundos, centrados en la subjetividad (no en la personalidad) y en las prácticas sociales que la sostienen. Por decirlo de otro modo: en la Cultura que sostiene el malestar de sus habitantes.
Massimo Recalcati es agudo al señalar las repercusiones clínicas de estas circunstancias socioculturales. Para este autor, la adicción forma parte de una serie que completan anorexia, bulimia, depresión y ataques de pánico. Lo que caracteriza la clínica de estas manifestaciones es un “orden simbólico debilitado”2 que exige un trabajo de “defensa del sujeto del inconsciente”. Lo que encontramos es una clínica del pasaje al acto y no del retorno de lo reprimido; una clínica del vacío y no de la falta; manifestaciones clínicas menos cercanas a las neurosis de transferencia que a las neurosis actuales —de difícil acceso para el trabajo psicoanalítico, advertía Freud. Una de las particularidades del discurso hegemónico contemporáneo, al que podemos acercarnos a partir de los discursos que Lacan llama de la ciencia y del capitalismo — variación éste último del discurso del Amo, es la cancelación o expulsión del sujeto del inconsciente; no es una simple “descreencia” en el inconsciente sino una especie de “victoria” sobre él: al consultar el toxicómano se presenta como habiendo demostrado que el inconsciente no existe, que él está por fuera de esa red. En sentido estrictamente freudiano, entonces, la adicción como consumo tóxico no siempre constituye un síntoma, pues el paciente no está ahí interpelado, no reconoce ninguna implicación subjetiva que lo interrogue y angustie. El objeto droga y sus efectos obedecen al imperativo de la época “¡Goce! ¡Goce usted! Sin consecuencias, sin preocupaciones, sin grasa ni colesterol, sin azúcar, sin intereses, sin límites”. Sylvie Le Poulichet señala cómo las drogas son objetos privilegiados de este discurso pues permiten al sujeto borrarse de su acto ante una supuesta omnipotencia de la sustancia-droga sobre el lenguaje (que la crea)3.
Vuelvo a Recalcati, que en el mismo artículo propone reconstruir la “cuestión preliminar al tratamiento” propuesta por Lacan para las psicosis para esta nueva clínica. Esta nueva cuestión preliminar consistiría en una reconstitución de ese orden simbólico ausente o debilitado. Si los dispositivos culturales contemporáneos dejan al sujeto desamparado simbólicamente frente a un goce que promete ser absoluto en el consumo, esta cuestión preliminar sería algo así como enfermar al adicto de inconsciente, de subjetividad, hacer de su consumo a-sintomático, un síntoma propiamente freudiano, susceptible de abrir el campo de la transferencia. Aquí es importante apuntar que no tomo los desarrollos de estos teóricos contemporáneos como modificaciones radicales de las bases de la clínica psicoanalítica, o sea que aunque podamos pensar en nuevas manifestaciones clínicas, éstas siempre se mantendrán contextualizadas por las tres estructuras fundamentales descritas por Lacan: neurosis, perversión y psicosis. Es importante tener estos puntos de anclaje firmes al escuchar una demanda, pues de ello depende la posibilidad de su despliegue, de la apertura del inconsciente como campo de producción y trabajo en la cura. Recordemos que el inconsciente es aquello que se le dirige al psicoanalista, que éste forma parte de aquél. O, lo que es lo mismo, que en el psicoanálisis es la oferta la que genera y define a la demanda. En palabras de Le Poulichet:

“El elemento esencial que permite anudar una transferencia es sin duda la creación de un síntoma, en la medida en que el paciente pueda poco a poco organizar su discurso en una nueva queja dirigida al analista, que designe un enigma. Entonces, entre el momento en que acude a la cita con el analista para desembarazarse de ‘la toxicomanía’, y aquel en que descubre una fuente enigmática de sufrimiento de la que puede quejarse, ha cobrado forma un nuevo mensaje que da testimonio de una nueva posición dentro de la palabra.”4

Para proseguir sobre la demanda en la clínica de consumos tóxicos o problemáticos, retomo esa posible lectura de la adicción desde la diferencia que establece Freud entre neurosis actuales y neurosis de transferencia. En las neurosis de angustia el síntoma se caracteriza por la mediación simbólica de la pulsión, es por ello que son analizables. Hay un contenido oculto más allá del cuerpo, y este más allá —o más acá— abre un intervalo para el trabajo analítico, para la interpretación y la consecuente movilización del deseo como límite al goce. En las neurosis actuales el proceso de representación de la pulsión ha fracasado y ella incide o se dirige directamente sobre el cuerpo. El efecto es la ausencia de sentido en los síntomas. Ausencia de sentido quiere decir que no están dirigidos a nada ni nadie, y por ello el psicoanalista no encuentra fácilmente cómo insertar su palabra en ese síntoma. Un ataque de pánico es eso: un ataque de pánico, y nada más. Es la presentación clínica más frecuente para los consumos tóxicos. Los focos sintomáticos son el cuerpo y el acto en tanto reales, en una especie de sobrecarga, de sobreexcitación del cuerpo propio y del cuerpo del otro con manifestaciones generalmente violentas o melancólicas.
Hay diferencias radicales en el consumo llamado adictivo, que hemos intentado caracterizar dentro de las coordenadas de la época, respecto de las relaciones tradicionales que algunas culturas establecieron con sustancias psicoactivas (peyote, tabaco, etc.). Estos actos de ingesta ocurren siempre en el contexto tradicional de referencias simbólicas que enmarcan la práctica en formaciones culturales, como el chamán o sacerdote, y referentes rituales que sostienen no sólo el orden social sino, sobre todo, el orden del mundo —la cacería, la caminata, la danza, la cosecha. Hay una historia de la comunidad y una historia del sujeto que experimenta los efectos de las sustancias (la droga ingerida; el lenguaje pronunciado; la danza, cacería, caminata realizadas). El mismo Lewkowicz señala la ausencia de historia e historización como característica fundamental de las prácticas adictivas. Para este autor la posmodernidad ha operado un descarrilamiento del “tiempo socialmente instituido”, un pasaje de un tiempo del sentido (piénsese en la serie disciplinaria trabajada por Foucault: escuela - fábrica - ejército - hospital, etc. y su relación con la represión de la sexualidad trabajada por Freud) a una sucesión vertiginosa de presentes siempre plenos de goce, siempre vacíos de implicación subjetiva, y siempre renovados al ser desplazados por el nuevo elemento (inconexo) de la cadena. Estos momentos están regidos únicamente por la lógica del objeto más nuevo, pues es éste —y no la historia— el que otorga consistencia social al sujeto. En el tiempo histórico el sentido está garantizado por el Otro; en el tiempo vertiginoso del consumo, no hay más que el otro especular para el que se consume (el que sanciona que la bolsa, el celular, el libro nuevo se adecuan a la moda). Mientras que en el contexto del consumo ritual tradicional la droga es un objeto privilegiado que permite la trascendencia del sujeto, desde la historia hacia, por ejemplo, la divinidad, en las prácticas de consumo tóxico la droga es un objeto más de la serie, desvinculado de cualquier otro objeto, de cualquier sentido posible. Es común escuchar la queja de quien encuentra en cada intoxicación una instancia nueva y sorprendente, sin vínculo con el consumo de ayer o con el de mañana, sin ninguna capacidad para reflexionar sobre la borrachera de la semana pasada o de predecir el pasón de la que viene.
Es por esto que he elegido como epígrafe esa frase de Bioy Casares que forma parte del diario ficticio de un prófugo ejemplar del S. XX. Un exiliado a quien el hambre lo pone a dudar de su propia capacidad de juicio y para quien el amor ya sólo es posible entre fantasmas que han quedado para siempre fuera de la historia. En esa ominosa isla es la técnica la que ofrece esa promesa de escapar del mundo, a las raíces. La técnica es equiparable a las drogas5. Es gracias a esa misteriosa invención científica que los habitantes de la isla han logrado zafarse de cualquier implicación subjetiva, sin por eso renunciar a hablar, bailar o dar brinquitos para escapar del frío. Esos fantasmas me parecen una fiel y triste imagen de lo que la época ofrece como ideal y señuelo para el adicto. La frase es magnífica porque ofrece también el costado de una “tradición de los solitarios”, que se antoja muy distinta a la cofradía de los consumidores masificados pero anónimos para los otros y para sí mismos, y porque sugiere finalmente el consumo ritual de las raíces, que podrían ser alucinógenas o no, pero cuya importancia es la filiación simbólica a una tradición y una historia, la inserción de quien consume en una serie que abre la posibilidad de un sentido para un acto que lo vincula con otros y, desde ahí, un sentido para su existencia.

1 Lewkowicz, I. “Subjetividad adictiva: un tipo psicosocial instituido. Condiciones históricas de posibilidad” en Dobon, J. y Hurtado G. (Comp.) Las drogas en el siglo… ¿qué viene?, FAC, Argentina, 1999.
2 Recalcati, M. “La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe”. Texto publicado originalmente en francés en Ornicar? Digital, No. 258 en Mayo de 2004. La traducción del italiano es de Andrea Mojica Mojica, revisada por Astrid Álvarez de la Roche y está disponible en línea como parte del No. 10 de Virtualia, revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana (Buenos Aires, Argentina), de julio-agosto del 2010: <http://virtualia.eol.org.ar/010/default.asp?notas/mrecalcati-01.html>
3 Cfr. Le Poulichet, S. Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo. Amorrortu, Argentina, 1990 (segunda reimpresión: 2005). p. 47
4 Le Poulichet, S. Op. cit.
5 Son muchos los autores que trabajan la relación entre técnica, capitalismo y droga. Los libros de Braunstein y Le Poulichet ya citados son buenos ejemplos. También Paul Verheaghe y Dani-Robert Doufur exploran esa relación en el contexto de los cuatro (más uno) discursos de J. Lacan.

Dispositivos grupales en el tratamiento de los consumos problemáticos (primera parte)


Carlos Herbón

Desde su concepción, en el que presentaba su propuesta de atención, hasta su concreción definitiva, cuando por fin pudo llevarse a cabo su creación, el Centro Carlos Gardel ha considerado el espacio de la grupalidad, como una vía propicia, entre otras, y conjuntamente con otras, para el desarrollo de un modo de tratamiento posible tanto para ofrecer un lugar a las personas que se acercan solicitando atención terapéutica por problemas asociados al consumo drogas, como de sus familiares y referentes.
No fue sin un debate previo, orientado a pensar críticamente el uso de esa herramienta terapéutica, desde una concepción distinta - en lo que a los tratamientos por adicciones se refiere - de acuerdo a como venía siendo utilizada tradicionalmente en comunidades terapéuticas, hospitales de día o centros psiquiátricos tanto públicos como privados (especialmente los privados)
Tradicionalmente y desde una concepción que procuró como finalidad la abstinencia obligatoria y definitiva tanto del uso, el abuso como de la dependencia, los espacios grupales aplicados a estos tratamientos tuvieron como objetivo principal, interferir la voluntad del usuario por intermedio de la educación y la disciplina, mediante la enseñanza de preceptos morales y religiosos que permitieran el “rescate de la oveja descarriada” logrando la suspensión definitiva de la acción de consumir.
La concepción subyacente a la aplicación de estas estrategias, daba cuenta del consumo de substancias como el resultado de una voluntad desviada de principios morales socialmente aceptados, resultado de la perversión particular del sujeto en cuestión, (no pocas veces explicada por un particular degeneramiento biológico o genético) o de una suerte de posesión demoníaca vehiculizada por la ingesta de las mismas. Las substancias serían el caballo de Troya que facilitaría la toma por asalto del alma del consumidor y la tarea, a la manera de un acto sacerdotal, consistía en “rescatarlo” del infierno de las drogas.
El discurso moral y el discurso religioso, se fundieron en un objetivo común, legitimándose mutuamente, escondiendo sus formas bajo la apariencia del discurso jurídico.
La voluntad que hiciera caso omiso a las oportunidades de transformación ofrecidas “gratuitamente” por una voluntad superior cuyos operadores terapéuticos y morales representaban, serían sancionadas.
Este debate crítico nos obligó a hacer visible el lugar ocupado hasta entonces por quienes tenían la tarea de coordinar esos grupos, los modelos de liderazgos que surgen inevitablemente procurados en el, y las relaciones con sus pares, mencionados indirectamente más arriba como “sacerdotes”, representantes ejemplares de la moralidad, e incluso como “los hijos pródigos” que al haber atravesado la experiencia del consumo y habiendo salido airosos de ello, se tornaron en ejemplos vivos, conocedores tanto del “camino de ida” hacia el infierno de las drogas, como del “camino de vuelta” al cielo de la abstinencia, estado bello y “biológicamente natural” del hombre.
Rápidamente se advierte que el referente grupal debe reunir las condiciones necesarias para ser el “espejo” en quién mirarse, el portador de los valores necesarios para producir la corrección de la conducta morbosa y tal cual la psicología del yo lo promueve, será la prótesis necesaria para quien padezca de alguna “discapacidad yoica”. El coordinador y el ideal que constituye para el grupo se dan a sí mismo como ejemplo, respaldado por su propia conducta en la que ese ideal es por fin alcanzado.
El grupo se constituiría allí, entonces, como una suerte de purgatorio, paso previo e inevitable para arribar al paraíso de la abstinencia, mediante el exorcismo, el perdón y la habilitación jurídica y moral. La rehabilitación es el resultado buscado para reducir e incluso “curar” esa discapacidad.
La “cura” aquí está más próxima a un proceso de expiación o al cumplimiento de una sentencia por la vía de la sanción.
La Salud, como un estado del hombre independiente de sus elecciones religiosas, sociales, morales y jurídicas (y también con ellas), estuvo ausente de los objetivos procurados por la adopción de estos “imaginarios grupales”, y en todo caso, se constituyó allí como un medio para alcanzar objetivos distintos o más allá de ella misma como fin y apéndice voluntario o no de los discursos mencionados.
Pensemos por un momento, que lo “inconsciente” allí, era tratado explícitamente o no, como el lugar de producción de la maldad y la desviación de la conducta del consumidor y debía entonces, ser resuelto por la vía de la conciencia siempre clara y sabia.
La experiencia grupal sería el laboratorio reparatorio de las desviaciones inconscientes, posibles de ser capturadas por la conciencia y mediante ella llevar a cabo las transformaciones necesarias para lograr el bienestar.
En este contexto la experiencia del uso de substancias, fue reducida a una experiencia individual, resultado de una elección y de un uso desviado de un objeto, en la cual la conciencia interviene pero en su estado de ignorancia. Parece un sinsentido, pero una experiencia descripta de este modo, procura una resolución a través de un pasaje por lo colectivo, por lo grupal, donde el otro como diferencia, como singularidad, no existe. En cambio, el otro de la uniformidad, completo y completante, se erige como el modelo a alcanzar, como el ideal posible.
Es el otro ubicado como la cabeza de una relación piramidal, al que hay que acceder escalón por escalón a través de pasos (¿pueden ser 12, verdad?). De alcanzar a ese otro depende el volver al camino de la ecuanimidad, la cordura y la sociabilidad, aunque haya que pagar el costo de la autonomía personal. Es frecuente escuchar que se trata de cambiar una dependencia nociva, por otra benéfica, no pensada como un medio o estrategia de tratamiento sino como un fin, aunque siempre se sea dependiente.
La grupalidad en las comunidades terapéuticas, se llamen granjas o como se llamen, tienen un “vademécum” profuso en el que se explicitan los objetivos que hay que alcanzar para ascender en la escalera de la “recuperación” y cualquier fracaso en ese ascenso se nomina como “recaída”! Como el juego de la oca, vuelve entonces a la posición anterior.
Ese otro, cuando toma existencia por su condición de diferencia y se aparta de los ideales comunes, es un obstáculo en el camino de ser iguales, y altera la producción de sujetos en serie, sujetos previsibles y adaptados a un sistema donde el ejercicio de la autonomía a través de las decisiones personales resultan una amenaza.
Crítico de estas concepciones, el centro Carlos Gardel, a partir de discutir el concepto de problema aplicado al consumo de substancias, construyó, junto a otros, en un proceso de pensamiento colectivo, un nuevo problema. Allí mismo, en el lugar donde ese modelo de respuesta se presentaba como solución, se constituyó el punto de partida de una nueva dificultad.
Estas consideraciones derivadas del debate, no son el resultado de un ejercicio que transcurre exclusivamente en el camino de la teoría. La práctica cotidiana y las marcas advertidas en quienes llegan al centro, atravesados por una historia de internaciones sucesivas, en dispositivos de autoayuda identificados como “grupales”, en instituciones carcelarias y/o manicomiales, supieron ser las huellas, tanto psíquicas, como corporales, que nos permitieron trazar un mapa de los fracasos y entrever en ellos las modalidades aplicadas. Individuos puestos a trabajar en grupos, donde la subjetividad particular fue considerada como el origen (negativo) de sus dificultades. Para formar parte de un grupo entonces, había que dejar la subjetividad fuera de él.

jueves, 18 de abril de 2013

Boletín Número 23 - Abril 2013



Boletín 
del Centro de Día Carlos Gardel
de Asistencia en Adicciones 
Publicación sobre prevención, asistencia, investigación,
capacitación y políticas públicas en drogadependencias
 Número 23 – abril/2013                                                 Ciudad Autónoma de Buenos Aires
  “Su propuesta es inaugurar un ámbito de información, participación, intercambio y pluralidad de opiniones con y entre profesionales del ámbito público dedicados al campo de las drogadependencias”. 

Estimados lectores: en este boletín ofrecemos un trabajo de Lucas Horvath, psicólogo, alumno del Curso de Posgrado Bianual de Actualización en Toxicomanías de carácter teórico-práctico. Horvath trabaja sobre las primeras entrevistas de un caso con puntuaciones sobre la angustia, la constitución del síntoma, la demanda, la transferencia y lo que se va delineando como posición del analista en el tratamiento de la consulta  por un  consumo  que se  tornó problemático.

Contenidos

por Lucas Horvath



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ISSN 1851-3344

Toxicomanías: entre un significante y un signo de interés por la diferencia absoluta


Lucas Horvath

En La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe, Massimo Recalcati establece “una nueva cuestión preliminar” en relación al tratamiento de la Demanda. Pone en evidencia que la dimensión de la Demanda (pedido o pregunta que permitiría el surgimiento del sujeto del inconsciente como efecto de la cadena significante vía la transferencia) se encuentra elidida dentro de lo que él llama “síntomas contemporáneos”. En la actualidad, estas presentaciones responderían a una clínica del pasaje al acto, como forma de poder hacer con la angustia denotada como “falta” o “vacío”, no dirigiéndose a un Otro con una pregunta, quedando eludida la dimensión y el despliegue simbólico de la transferencia (la aparición de una incógnita: una “x” que busque ser despejada mediante el trabajo dialéctico de la búsqueda de una “verdad” sobre el padecimiento). ¿Cuál sería el estatuto de la palabra (parole- habla), el hablar a un Otro? ¿Cómo pasar del sin sentido de la angustia al sentido de un síntoma? ¿Cómo armar un síntoma? ¿Qué función cumple la transferencia? Esto implica pensar más que en una clínica de las toxicomanías, una clínica de la angustia. ¿Cómo lograr con este real fuera de todo sentido o significación, con aquello que está donde no debería (“presentificación del objeto a”, de la falta de la falta), un “saber hacer” por medio de otros recursos que no sean el consumo de una sustancia o pasajes al acto? Ejemplo: dirigirse a otro con una pregunta, sea la que sea, esto permite problematizar esa angustia, incluirla en el registro simbólico ¿Cómo hacer confluir la angustia con un síntoma, cómo volverla legible? La respuesta: vía la transferencia, hacer aparecer otra causa de dicho malestar o dicha angustia, que aparezca lo más singular y esto implica ir más allá del consumo. Así en el camino de sintomatizar la angustia, vía la transferencia, la pregunta por la causa de la angustia  ayuda a pensar esta posible sintomatización, volviéndose legible por el uso de un significante amo, un S1 prevalente al cual enlazar la angustia y así armar un sentido. Esto va a consistir en diferentes intervenciones no siempre calculadas por parte del analista para poder aislar estos S1 que se presentan buscando la posibilidad de la producción de un saber (S2).  Jacques Lacan plantea para ubicar el fenómeno de la angustia tres dimensiones: el mundo, la escena del mundo y la escena de la escena: “… primer tiempo, el mundo. Segundo tiempo, la escena a la que hacemos que suba este mundo… la historia.”1 y “… la imagen especular la encontramos en la escena dentro de la escena.”2 A su vez define a la angustia como “este fenómeno de borde, que lo encuentran… en aquella ventana que se abre, marcando el límite del mundo ilusorio del reconocimiento, el que llamo escena…”3 produciéndose “la partida (del sujeto)…el paso de la escena al mundo.4
El caso que aquí se presenta, sus primeras entrevistas, fueron tomadas en el CCGardel del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La toxicomanía considerada como un recurso o “respuesta feliz” frente a la angustia hace que uno se pregunte qué sucede cuando la persona decide dejar de consumir, cuando decide “mantenerse limpio”. En el caso que se presenta, el resultado va ser: la aparición de una angustia masiva, donde habría una “… fuga en el sujeto… que allí se lanza a esa salida de la escena, esa partida errática hacia el mundo puro…”5 El paciente se presentó en la primera entrevista bajo lo que él denominó: “una abstinencia voluntaria porque tengo que creer en mí, pero no me siento bien, estoy muy ansioso”. Se presentó con una pregunta puntual: “Quiero saber por qué consumo”. Así el paciente S. dice: “Vengo a ver por qué consumo, no logro entenderlo. Además, soy electricista matriculado, hice un curso para poder sacar la matrícula pero nunca lo fui a buscar. Estoy sin trabajo. Soy inconstante, me pierdo. Hace un mes y pico que no consumo”. Se le pregunta por qué dejó de consumir hace un mes y medio, dice: “Tengo 27 años y tengo un hijo. Las últimas veces no podía dormir pensando en ¿Por qué consumo? Alguien me hacía enojar y me iba con la moto rápido a consumir. Mi mamá me dice que cuando estoy todo el día tirado, sin hacer nada me voy directo a consumir”. Siguiendo con su historial en relación al consumo establece que: “Dejé cuando mi mujer estaba embarazada. El consumo comenzó a ser esporádico y luego se fue acrecentando. Empecé a faltar al trabajo. Ellos no querían que me fuera. Yo le decía al hijo del dueño que tenía muy buena onda que al yo haber faltado tanto, que no le quería hacer perder plata, ¿hay gente que no consume y me mantenés a mí? Me terminaron echando y arreglé un dinero”. Se le pregunta por qué dejó su trabajo. “No me gustaba ser el único colgado que consumía. Le dije una boludez como que estaba deprimido”. Primera Intervención: Se le responde con una pregunta: ¿Por qué pensás que estar deprimido es una boludez? Te pasaron unas cuantas cosas en este momento, perdiste tu familia, el trabajo, no fuiste a retirar tu matrícula; parecería que te pasan más cosas que el solo hecho de consumir.Tomando los dichos del paciente puede leerse que éste se encuentra en una posición de objeto, puede leerse un carácter melancólico de la demanda “… donde el sujeto se eclipsa y el todo se revela como nada”6. S. viene con una pregunta, que pareciera tener el carácter de un S1, donde no se busca un saber (S2) sobre el asunto, solo busca describir los infortunios que S. pasó por culpa del consumo eludiendo la dimensión de la angustia. El punto es pensar ¿qué valor de enunciación puede darse a esta pregunta? ¿Lo tiene? ¿Esta pregunta se dirige a un Otro? Por consecuencia, ¿Es el despliegue de un amor al saber, aquello que Lacan define como transferencia simbólica? Parecería que no. Así frente a la presentación del paciente, un cambio significativo de la oferta (por parte del analista) puede potencializar la posibilidad de una demanda de cura como tratamiento preliminar de la Demanda, poniendo énfasis en la palabra preliminar. Entonces ¿depende de la indocilidad del “síntoma actual” o de la posición del analista frente a la escucha (transferencia)? ¿Cómo hacer para que esta pregunta con el carácter de S1 logre una articulación necesaria con la dimensión de la enunciación? Las intervenciones “no siempre calculadas” van a ser fundamentales para que esto se produzca. A su vez aparece un Otro (Madre) que encarna aquel que sus dichos son ley y oráculo de las acciones del paciente ¿Cómo intervenir en este punto? ¿Cómo poder ubicarse como un otro Otro para que se desarrolle el fenómeno transferencial? A lo largo de las próximas entrevistas pueden empezarse a ubicar algunos efectos de la intervención anterior: “Mis papás se separaron cuando yo estaba en la panza de mi mamá. Hasta los catorce años viví con mi mamá, con la que volví a vivir ahora. Luego me fui a vivir con mi papá y mi hermano, con su nueva mujer, ella nos trataba mal y como mi viejo era un cagón y no le ponía los puntos, nos alquiló un departamento al lado del suyo. Ahí viví hasta que no aguante más porque mi hermano era re sucio, consumía, entonces me fui a lo de un amigo. Ahí empecé fumando marihuana y después a consumir cocaína. Además a los catorce años tuve un intento de suicidio.” Se le pregunta el por qué del intento de suicidio a los 14 años a lo que responde: “No me acuerdo de nada de mi infancia. No tengo recuerdos. Parece que tengo borrada la memoria. Lo que te puedo decir es lo que me dijo mi vieja, ella se acuerda de todo pero yo no. Mi mamá dice que yo cambié después de haberme ido a vivir a lo de mi viejo. Fue un día que estaba alcoholizado tenía un dolor en el pecho terrible. No me podía dormir, entonces intenté suicidarme. Antes de venir a pedir ayuda al centro tuve la misma sensación”. Se busca situar qué es este “antes de venir a pedir ayuda” y refiere que estas sensaciones volvieron luego de haber dejado el consumo de un día para el otro: “Sentía cosas feas, como ganas de nada. Me cambió el ánimo. Era un día a la noche y no podía dormir, me apareció esa sensación de angustia y me sentí muy mal, le digo a mi mamá que me sentía muy bajoneado que no podía dormir entonces ella me dijo que me levante y la acompañe a una farmacia, compramos valeriana y me sirvió mucho hablar con ella, me relajó charlar. Llegué a la conclusión que si consumo me defraudo a mí mismo. Es mi última oportunidad, tengo que hacer todo ahora por mi futuro y por el de mi hijo. Es mi última oportunidad”. Se le dice que muchas veces hablar sirve para el bajón, para las ganas de nada y que hablar es ganas de algo y que es la mejor forma de pedir ayuda tanto en su casa como con un profesional. Se lo cita para el próximo día y también se le hace saber que “si quiere saber por qué consume” es importante que además de tener su terapia sería importante que vaya a “hablar” con el psiquiatra que puede ayudarlo en esa sensación fea que él no soporta. A su vez vuelve a aparecer el tratamiento de la angustia, de aquello no velado, por vía del acto. ¿Se avecina aquel pasaje al acto realizado a los catorce años?  No hay que olvidar que el paciente había dejado de consumir un mes y medio antes (le falta este recurso para el tratamiento de lo real por lo real), la operación del pharmakón como repliegue narcisista frente a una “hemorragia psíquica”. A la intervención de “es importante hablar”, se implementaron otro tipo de recursos como el aumento de sesiones, se llegó a verlo tres veces por semana (por un lapso de dos meses) y el recurso de la medicación. La función utilizada por el analista frente a un posible pasaje al acto: cómo hacer entrar en juego en este caso lo que Lacan llamó el deseo del analista (¿posibilidad de que la palabra deje de causar efracción y ayude a anudar o velar aquello que se repite en acto?). Frente a la presentificación del objeto a, aquello que debe quedar velado tras el fantasma (escena) “… la angustia es su única traducción subjetiva”7 y el “actuar es arrancarle a la angustia su certeza…”8 A su vez Lacan establece el tratamiento de la angustia vía el pasaje al acto: “… desde el lugar de la escena, en la que como sujeto fundamentalmente historizado… se precipita y bascula fuera de ella”9. Así frente a la posibilidad del tratamiento de lo real (angustia) vía lo real (pasaje al acto) se le da un lugar, se le da un SIGNO (no un significante) de interés por parte del analista de alojar dicho objeto, deseo impuro (el amor real fuera de toda ley, fuera de todo ideal, entra en juego) que en la repetición misma busque la diferencia absoluta. El punto es ¿cómo poner un coto al goce y no por vía de la prohibición o del tener que hacer (donde caería la intervención “ayuda hablar”)? A partir de esta intervención de “no dejar caer”, de “tomar la mano” por parte del analista, el consumo pasó a un segundo plano en las próximas entrevistas y S. pudo empezar a desplegar sus grandes inconvenientes para poder relacionarse con su madre, la madre de su hijo y su novia, con las consecuencias que una discusión producía en él. De la mujer de su hijo dirá: “tiene un hijo con un obrero no con un empresario. Trato de que entienda que hago lo que puedo. Cuando discutía con la mamá de mi nene, aceleraba con la moto. Eso me servía para despejar y después me voy a consumir. Se daba todo de golpe y después me preguntaba ¿por qué, por qué, por qué?” De su novia actual dirá: “este último tiempo también estuve mal. Me comporté mal y mi mal humor después del consumo. La empecé a llamar y llamar después de haber dejado de consumir, pero ella empezó a alejarse. Me decía que quería estar conmigo y que no quería, era un sí y no todo el tiempo. Esto me tenía muy mal”. Se le pregunta cómo queda después de confrontar con estas situaciones. “Es un bajón, tengo altibajos, trato de estar a full para no parar y no pensar. Trato de estar ocupado para estar cansado. Si estoy al pedo la paso a buscar. Después de la última vez que hablé acá pude dormir mejor. Pero con mi novia, la mujer de mi nene y con mi vieja me pasan cosas parecidas.” Le pregunto qué es lo que lo lleva a estar a full y no pensar, dice: “Opinan demasiado. Con mi vieja y la mujer de mi nene nunca pude confrontar, abría la puerta, me cargaba y me iba. Busco llegar a un acuerdo. Con mi mamá y con la mamá de mi nene no cumplo más caprichos”. Se intervino diciendo:Cuántas minas tenés” a lo cual el paciente se ríe. En la próxima entrevista viene diciendo: “me vas a matar por lo que te voy a contar, me mandé una cagada. Estaba en la moto con mi novia y su hija y un auto me encerró. Me le acerco al auto y mi intención es tocarle la ventana y pedirle explicaciones pero le terminé rompiendo el vidrio, se lo dejé todo astillado. El del auto parece que se asustó y se fue. Está mal reaccionar así, estaba la nena. Me arrepiento siempre, primero soy un calentón, me cargo y después me arrepiento. ¿Sabés una cosa?, igual mi novia me dijo que no fue así, que yo busqué romper el vidrio, que estaba re enojado y fui a rompérselo. Me quedé pensando con esto”. ¿Te pasó antes esto? “Si muchas veces”. Así comienza a relatar una serie de situaciones donde él se pone en riesgo constante para ayudar a un amigo, primo o hermano frente a las injusticias producidas por una mujer “x”. En el “me vas a matar” dirigido al analista parecería que el relato empieza a virar incluyéndolo. Forma de empezar a poner un coto a la angustia. El paciente buscando un reto se encuentra con una pregunta, con un lugar vacío que no implique una respuesta esperada sino la diferencia.  Se le pregunta el por qué de su accionar cuando todas las situaciones no tenían que ver con él directamente, cuando había otro hombre llámese: amigo, primo o hermano, los cuales podían hacerse cargo de la situación. ¿Qué es lo que a él lo lleva a responder frente a situaciones en las que él es sólo un espectador? A la semana siguiente viene a la consulta, al verlo le comento que lo veo mucho mejor de cara, que se lo ve más relajado (comenzó con la medicación recetada por el psiquiatra, quien recetó un estabilizador del ánimo). Me comenta que se siente mejor pero que esta semana discutió con su madre “una de mis mujeres como las llamamos la semana pasada” (me dice riéndose): “Sabés que me estoy agarrando mucho con mi vieja. Es buena pero está media loca. El marido de ella me dijo: esta es la que se tiene que atender. Tuve una discusión esta semana donde me decía que era un drogadicto y que yo nunca iba a salir de esto. Me pincha para que reaccione. No puedo estar todo el día con mi vieja, se la da de psicóloga, de abogada. Me quedo super cargado y le digo que voy a hacer las cosas que corresponden, no como ella las piensa. Dejé el cargador del celular en el living y me fui a dormir. Entró a mi pieza y me lo reboleó”. Se le pregunta del por qué de un constante explicarse y querer hacerse entender frente a su madre cuando el admite que está un poco loca. Se le dice que si charlar con su madre en algunas situaciones es muy útil, no lo tiene porque ser en todas. Puede ser interesante que elija cuáles serían las conversaciones o discusiones en las que él pueda participar. Se le dice: “Capaz que con tu vieja hablar siempre no es la solución, sino terminas siendo vos el cargador. Te quedás cargado”. Al finalizar la sesión me comenta: “Sabés que mi vieja me dijo lo mismo que vos cuando llegué: que me veía mejor porque no consumía. Le digo: “Yo te dije que te veía bien, no pensé en el consumo.” Cargado, cargador no buscan ser interpretaciones de tipo metafórico, porque más allá de su equivocidad significante, responden a la posibilidad de lograr un alojamiento, un S1 que intentará en las próximas sesiones ligarse a otras representaciones o poner un marco a la angustia. A la próxima sesión comenta que pensó aquello de elegir sus batallas, de pensar cuando es necesario hablar o dejar que la carga de su madre siga de largo. Frente a una situación donde su madre lo comenzó a insultar, él le responde: “Vos estás muy cargada. Se lo dije irónicamente (me aclara). Yo con vos así no voy a hablar”. Se le pregunta por la respuesta de su madre: “Fue calmándose sola y después una seda. Lo que pasa es que es muy negativa. Me confunden sus respuestas”. Me muestra un mensaje de texto enviado por su madre que decía: “Me encanta como estás, estás mostrando tu yo auténtico y natural, que lindo que puedas demostrar lo que sos verdaderamente”. Me comenta: “Está muy mal mi vieja, me tira dos mensajes opuestos, primero me dice que soy un drogón y que no voy a salir nunca de esto y ahora me tira esto”. Se le dice que capaz que su vieja no sabe quién es él. Se le pregunta ¿quién cree que es él? “Un tipo familiero, compañero, que ayuda a los demás y no esa asquerosidad que era en el consumo”. Frente a este mensaje de texto él le responde con otro mensaje: “¿Estás bien?” ¿Intentos de barrar a un Otro que se muestra siempre completo y caprichoso con su ley mediante métodos simbólicos y no reales? ¿Intentos mediante la ironía de hacer un coto a las exigencias de un Otro materno? Daría la impresión que la palabra comenzó a tener otro tipo de valor no solo el de efracción, puede haber un juego con las mismas, primera forma de limitar a “sus minas” sin la ayuda de un consumo que según palabras de él: “Me deja sin nada, sin mi trabajo, sin mi hijo y sin mi”.
Primeras entrevistas de posibles entrevistas preliminares. Mediante estas intervenciones se buscó la posibilidad de establecer una demanda de tratamiento que recién ahora puede ubicarse. Esto implicó no caer en la pregunta “trampa” de “¿Por qué consumo?” Ya que la dimensión del acto, leído de manera retroactiva va a determinar el valor de los dichos estableciendo la diferencia entre enunciado o enunciación. A su vez lo importante de  pensar que la clínica en la actualidad impone un cambio radical en la oferta que puede brindar el analista: ¿Qué Otro estamos en capacidad de ofrecer al sujeto? ¿Cuál Otro- partenaire estamos en capacidad de ser para un sujeto que se presenta con un exceso de goce que parece poner en entredicho el poder de la palabra? ¿Qué intervenciones realizar cuando la palabra en vez de ser médium, efracciona? Esto exige un desarrollo primero (previo a preliminar) que puede introducir un Otro diferente del Otro traumático por excesiva presencia o por excesiva ausencia que el sujeto ha encontrado en su propia historia: el deseo del analista, el alojamiento de ese objeto real que debería velarse, como un signo (no un significante) de interés por la diferencia absoluta (fuera de la repetición), recurso fundamental para no caer en posiciones contra- transferenciales propias de esta clínica y consecuentemente la expulsión del paciente. A su vez, la posibilidad de pensar que el síntoma sólo surge vía la transferencia, permite ubicar al consumo de sustancias como “síntoma social”, significante 1 (S1) que viene de un Otro Social que sanciona dicha práctica como algo a abolir o prohibir, dificultando así el surgimiento de una incógnita sobre el deseo del Otro, una “x” que toma valor como incógnita en pos del despliegue de un saber. Así la transferencia “… es una falta, no en oposición al error… una falta dichosa que va a permitir al analista tener acceso a lo que no puede decirse… se logra así que este amor haga aparecer… lo que estaba oculto a los dos, el analizante y el analista, anudados al significante.”

1 LACAN, J. (1962- 63): La Angustia, El Seminario de Jacques Lacan Libro 10, México, Paidós, 2006, pág. 43.
2 Op. cit. p. 47
3 Op. cit. p. 121
4 Op. cit. p. 129
5 Op. cit. p. 129
6 Recalcati, M. La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe, Ornicar, 2004 pág. 4.
7 LACAN, J. (1962- 63): La Angustia, El Seminario de Jacques Lacan Libro 10, México, Paidós, 2006, pág. 113
8 Op. cit. p. 88
9 Op. cit. p. 128

Otra bibliografía
LAURENT, E. (1994): Entre transferencia y repetición, La Transferencia, Buenos Aires, Atuel, 1994, pág. 18.





martes, 15 de enero de 2013

Boletín Número 22 - Enero 2013


Boletín del Centro de Día Carlos Gardel
de Asistencia en Adicciones 
Publicación sobre prevención, asistencia, investigación,
capacitación y políticas públicas en drogadependencias
 Número 22 – enero/2013                                                 Ciudad Autónoma de Buenos Aires
  “Su propuesta es inaugurar un ámbito de información, participación, intercambio y pluralidad de opiniones con y entre profesionales del ámbito público dedicados al campo de las drogadependencias”. 

Estimados lectores: en este primer número del año contamos con dos textos de asistentes a seminarios que organiza y desarrolla el centro. En esta oportunidad, los trabajos son de la autoría de Romina Brunetti y Ximena Pardiñas, y de Laura Sol Gedacht y Eleonora Lapolla. Si bien cada texto aborda los temas desde modalidades y puntos de vista diferentes encontrarán también en ellos afinidades y puntos en común. Destacamos que los mismos tratan sobre transferencia y síntoma en la clínica de las toxicomanías o de los consumos problemáticos. Ambos textos cuentan con ejemplos de la clínica – recortes, casos, fragmentos- , y con desarrollos teóricos, que si bien tienen como eje la transferencia y el síntoma, tocan otras cuestiones que encontramos en nuestra práctica cotidiana con personas que consultan por problemas vinculados al uso de drogas de nuestra época.
En nombre del equipo que hace posible este boletín, nuestros mejores deseos para el año 2013.
Contenidos


por Laura Sol Gedacht y Eleonora Lapolla

por Romina Brunetti y Ximena Pardiñas



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Este Boletín está editado por el equipo profesional del Centro Carlos Gardel del Área Programática del Hospital Ramos Mejía.
  
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ISSN 1851-3344

Transferencia, un nuevo amor, una rectificación del Otro


Romina Brunetti
XImena Pardiñas

Nuestra época se caracteriza por la presencia de profundas transformaciones que se dan a nivel social, cultural e individual. Transformaciones que son el corolario de la globalización que ha dejado sus huellas en el borramiento que hizo de las diferencias. Hoy por hoy todos somos consumidores de una infinidad de objetos, dominados por un empuje a gozar de todos ellos en pos de alcanzar la felicidad. Ese empuje feroz a gozar, en un tiempo donde los modelos y los ideales están en decadencia, donde las instituciones, aquellas que guiaban y ordenaban la vida de las personas, están desdibujadas en su función, traen como consecuencia la exclusión de aquellos que no entran en este circuito de consumo o por el contrario se produce una suerte de consumo de objetos como forma de hacer frente a un vacío, a la angustia y a la dificultad de vivir en sociedad. Ante este panorama que convence al sujeto que todo puede colmarse con objetos, el tóxico aparece como un objeto que concierne en mayor medida al sujeto del goce y en menor medida al sujeto de la palabra. De esta forma el psicoanálisis se presenta con otra apuesta, que es la de apuntar al propio deseo del sujeto, para poner un tope a ese goce, dando importancia a la función que la sustancia tiene en su economía libidinal. Para ello, se hace imprescindible, la creación de un espacio para el despliegue de los dichos del paciente, de manera tal que posibilite al sujeto la entrada en transferencia y en el mejor se los casos, vía la formación de un síntoma, encontrar en su decir la función que el tóxico viene a cumplir. Será esta nuestra tarea, la de comenzar a articular y cuestionar esa forma de gozar, donde las fallas en la inscripción de la ley no permitieron que ésta opere, y un saber compacto se impone y obtura el saber inconsciente. Allí debe dirigirse el deseo del analista, a que el sujeto de analice.
Estas nuevas presentaciones que llegan a la consulta forman parte de las llamadas formaciones narcisistas, formaciones que están por fuera del inconsciente y del campo de los significantes, presentaciones que están del lado de las Neurosis actuales y no del síntoma, esto es: del lado de la descarga corporal y no de las representaciones, con lo cual nos enfrentamos a una defensa frente a la angustia que es de otro orden, estamos frente a una cancelación tóxica del dolor y no frente a la represión de lo intolerable. Por esto, en la clínica de las toxicomanías, no nos encontramos con sujetos divididos, y de ahí, cierta dificultad para operar en el tratamiento, a través de la rectificación subjetiva o la histerización del discurso, en busca de la responsabilidad y las verdaderas causas en torno al padecimiento del sujeto.
Estas nuevas presentaciones, mediante la operación del farmakón, reniegan de la castración, y con esto se permiten sustraerse de la angustia de la falta, soportar el trauma y el dolor de existir. La ruptura con la lógica fálica que esto implica, permite al sujeto desentenderse de su propia falta –y la del Otro-. Se trata de la búsqueda de una inmediata satisfacción, sin necesidad de pasar por los derroteros que implica el pasaje por el Otro del lenguaje. Con lo cual, estos individuos que hacen “un uso perverso del objeto para cubrir la hiancia de la castración”1, nos convocan hacia una nueva transferencia, una transferencia ligada al objeto del cual se goza o a una transferencia en base a la identificación idealizante, esto es a un rasgo. Por ello es difícil el tratamiento a partir del establecimiento de una transferencia simbólica propia de la clínica clásica, porque se ve obstaculizada en su función, que es la de anudar la palabra a la dialéctica del deseo. La palabra, en estas presentaciones, está fijada al objeto, vacía de sentido, no está en relación a los significantes. Por eso, estas respuestas o soluciones que estas personas arman en torno a su padecimiento, requieren un espacio de alojamiento y escucha distinto para el abordaje psicoanalítico de las toxicomanías, haciendo un tratamiento para cada sujeto en particular y no un tratamiento posible para todos.
Entonces, para que el despliegue de la transferencia no se vea obstaculizado, este espacio singular será aquel en el que el analista se abstiene de todo prejuicio en torno a “la droga”: como el objeto causa del problema, o como la sustancia competidora que hará desestabilizar o fracasar el tratamiento. Esta abstinencia es del analista, es una privación de su ser, no es la abstinencia de la sustancia. Se podría pensar que es la abstinencia de un saber que el analista posee y que voluntariamente renuncia hasta tanto se constituya el Sujeto Supuesto Saber, ya que este se constituye a partir de la ignorancia. Miller dice al respecto: “la función operativa de la ignorancia es la misma que la de la transferencia”2. Lo que se intenta a través del marco transferencial es ir produciendo cierta regulación del goce por la vía de la palabra, apostando a la aparición del sujeto, y a revelar la función de la sustancia en su economía libidinal, teniendo presente que las drogas no son todas iguales y cada uno hace un uso particular de ellas. Para ello, es importante el alojamiento y el interés en los dichos del individuo para poder dar cuenta a partir de un “campo transferencial singular”3, cómo el tóxico se inscribe en el discurso del consultante que permita crear las condiciones para producir un reordenamiento del goce. Interesarse en estos dichos, es separarse de los hechos, de manera tal de poder dar cuenta de cómo el paciente se posiciona frente a ellos y abrir la posibilidad de un cambio de posición subjetiva, que implica también acercarse a un saber supuesto por parte del sujeto.
Teniendo en cuenta esto, las toxicomanías requieren un abordaje distinto, al menos en un primer momento, el cual tendrá que ver con ir ubicando ciertas coordenadas históricas en que la operación del farmakon se formó y que permitió el borramiento del sujeto, tendrá que ver también con la creación de un espacio donde circule la palabra y el restablecimiento de un tiempo, distinto al de la urgencia, un tiempo de espera, un tiempo subjetivo, sin olvidar que muchos de los consultantes se encuentran en un impasse temporal como consecuencia de dicha operación. De esta forma se intenta orientar esta problemática hacia otra escena, en la cual el sujeto pase del goce de la sustancia hacia la circulación de sus propios decires, ir ligando algo de ese goce feroz a partir de las intervenciones, esto es: ir situando aquellos puntos donde el tóxico fracasa, siguiendo la ruta de la angustia, y de tal manera lograr producir efectos y permitir al individuo apropiarse de lo que pide a partir de la recuperación de un relato que tiene que ver con su historia y con su padecimiento. En definitiva, se trata de ir construyendo una demanda, una demanda al Otro, que será demanda de amor y una pregunta por el ser.
Así el analista opera hacia una rectificación del Otro y no hacia la rectificación del sujeto. Y esto significa encarnar un Otro distinto al que el sujeto encontró en su historia, una nueva configuración que permita también implicar al sujeto en un lazo o en una transferencia con el Otro. De manera tal que el analista con su deseo ofrece un hueco, un lugar vacío para situarse como un Otro incompleto invitando al sujeto a hablar, permitiendo la circulación del deseo evitando otorgar sentidos que deberá encontrar el paciente en torno a lo que dice y le pasa.
De esta manera, la transferencia se convierte en la seguridad del analista, y las intervenciones como una forma de producir algo nuevo en el discurso del paciente. Se tratará también del atravesamiento de las identificaciones a las que el sujeto se ve sujetado, la transferencia así concebida conlleva la necesariedad de una pregunta, de un vacío que se opone a la consistencia del ser, es el pasaje del significante amo a un significante cualquiera, que el analista toma de los dichos del paciente. Es donde puede producirse un significante que es un significante cualquiera, sancionado por el analista, donde la pregunta impone al sujeto un no saber respecto de su posición, y allí su división. La propuesta del psicoanálisis para el analizante, que es la de no saber, es, poder enfrentarse con la falta, lo cual le permitirá al sujeto poder reescribir su historia.
Esta es una de las formas en que se puede ir desarmando un montaje toxicómano, desde el establecimiento de una transferencia real, atenuando el goce, donde el analista se posiciona como Otro distinto a los que se le presentaron al sujeto en su historia real. Intentar allí hacer una diferencia, una pregunta en pos de la búsqueda de un saber y de las formaciones del inconsciente donde el “farmakon podrá caer por sí mismo”.
Articulación clínica
R de 32 años llega al Centro identificado con un problema con el consumo de cocaína y como este consumo se le torna problemático al no poder controlarlo y en tanto le produce culpa por todo lo que pierde económica y emocionalmente. Señala que las ganas de consumir están siempre en su cabeza y que esto tiene que ver con las presiones de la vida cotidiana: la familia, el trabajo, su mujer, o sea las responsabilidades. Refiere sentirse como un adolescente. En relación a su padre sostiene que es su pilar, lo va a buscar cuando lo necesita y le busca tratamientos. Trabaja en un taller junto a él, negocio que le cederá el próximo año, por lo cual R dice que deberá hacerse responsable. R es padre de dos hijos, de su primer hija dirá que se desligó de ella y que se hicieron cargo sus padres, sobre todo su padre, como consecuencia del consumo de R. Menciona cierta decepción en torno a la madre de esta hija.
De su segundo hijo dirá que su llegada lo tomó por sorpresa. La figura de su padre, quien tiene 64 años, es muy relevante en el discurso del paciente: Mi viejo siempre fue todo para mí, un respaldo. En ese sentido he sido cómodo, yo sé que él siempre me va a ayudar. Eso me hace “irresponsable”. Mi pregunta es qué voy a hacer cuando no esté. Ahí no me va a quedar otra como en Chile, tener una responsabilidad. Cuando el analista indaga acerca de lo que llama “la responsabilidad”, R. señala: Ser responsable es llevar una línea de vida (…) yo soy un chico que nunca terminé las cosas, siempre fui inconstante, desde chico además me gustaba la joda… nunca me he tomado las cosas en serio, vivo de joda, quiero gente, bailar… mi hermano es lo opuesto a mí, es más anti-social… yo fui cantante de cuarteto, lo hice por el bardo… en esa época siempre tenía que tomar algo y trabajaba para comprarme cocaína (…) eso no está bueno, me gustaría ser un tipo normal, ser responsable, proyectarme, tener una familia… siempre he vivido el momento, “total mañana Dios proveerá”. En otra entrevista dirá: “la droga es algo que no le deseo a nadie. Vivís como una adolescencia prolongada. No me siento como un adulto, no sé por qué. No puedo sentar cabeza, madurar, si bien tuve mi familia en Chile. Siempre estuve preocupado por traer la plata, trabajar… se ve que no lo aguanté”. En relación a los trabajos comenta: “empiezo algo y no lo termino, con los trabajos duro un tiempo y me aburro. Me aburro fácil, no me gusta estar quieto. La rutina me mata. Es un acto de indisciplina, yo dejo todo a medias. El colegió no lo terminé, repetí.
R se autodefine como una persona que de pequeño ha sido caprichoso, y que “si quiere algo, lo trata de conseguir de cualquier forma”: si me propongo algo, lo hago. El analista señala que al mismo tiempo comenta que “no sostiene las cosas”, a lo cual dice: sí… pero después pierdo el interés… todo lo que uno consigue, después cuando ya lo tenés no es lo mismo. De su segunda mujer dirá que era cómoda, que no trabajaba, ni lo ayudaba y que discutían por el consumo.
De este recorte de la viñeta clínica se puede observar cómo R se posiciona frente a sus dichos, parecería que R es el eterno hijo de ese padre que lo cuida, lo protege, lo va a buscar donde sea. Un padre completo que todo lo puede, con él, con sus clientes, que sabe ahorrar y que es responsable. Ahora bien las mujeres en la vida de R parecen ser estafadoras, cómodas, y de las cuales hay que desconfiar. Se dirimen entre la sorpresa y la decepción. Qué pasará con su propia madre de la cual ni habla en estas primeras entrevistas y cómo esto puede tener que ver con su dificultad para situarse como padre.
Si bien estas son parte de las primera entrevistas, de lo que se trata aquí es poder tener un acercamiento a los dichos del paciente para pesquisar como éste se posiciona, y a partir de las intervenciones abrir interrogantes que le permitan otorgar sentido a aquello que le pasa por fuera del consumo.
Parecería que el consumo viene a funcionar como una forma de diferenciarse, de separarse de este padre. R no lo puede todo como aquél. No puede llevar adelante el negocio, su familia, ni controlar el dinero. Tal vez en el transcurso del tratamiento y bajo transferencia se podrá ir deconstruyendo a este padre que cubre todas las faltas de R. De manera tal que el sujeto pueda posicionarse frente a sus responsabilidades de otra manera y de acceder a ser padre con errores y aciertos. Indagar acerca de la culpa que siente, de qué se siente responsable realmente. De lo que se trata en este recorte es que hubo un padre que no transmitió algo del orden de la falta, algo falló allí, y el consumo viene a obturar algo de esto que ahora se le torna incontrolable a R. Sin embargo, esa falta es actuada por R, presentifica el resto, algo intenta señalar a su padre, como en el momento en que éste lo va a buscar a la salida de una fiesta, a pedido de R, y él se había ido para conseguir pasta base. Importa mostrar aquí el resto irreductible frente a los intentos del padre para obturar la falta, en un radical intento de separación mediante este llamado. Es indudable que R ha tenido lugar en el Otro, no se han desentendido de él, pero por otra parte, ¿qué lugar para alojar a su deseo en Otro tan completo? Este padre ideal, no ha pasado a ser el padre de la prohibición, el donador de la falta, orientado él mismo a constituir una mujer como objeto causa de su deseo, de su falta, y objeto de su goce.
Se produce así una suspensión de la dinámica de los conflictos psíquicos, lo que varios autores referencian como “supresión tóxica” de la memoria y la angustia, como un último intento de reunir o conservar un cuerpo amenazado por la efracción y la invasión de goce. El consumo funciona como una ruptura con la lógica fálica por eso R no tiene punto de referencia en cuanto a lo que consume, a lo que gasta, ni como ser padre.
Hasta el momento, R no puede procesar la excitación pulsional por vía de las representaciones. Porque ese cuerpo está presente, la angustia está a nivel del cuerpo, y lo describe en las sensaciones que tiene en el estómago cuando quiere consumir es como estar enamorado. En tanto el sujeto sigue taponando su deseo mediante este circuito, lo que hace es tomar el atajo de la “cancelación tóxica”, y no puede tolerar cierto desvío que va desde el sujeto al Otro por los carriles de la demanda, en función de una imposibilidad de tolerar la experiencia de la falta que implica el deseo, y la búsqueda de satisfacción por las vías metonímicas del discurso.
El desafío del analista aquí, será promover en R el pasaje o la cesión de este goce para acceder a un lugar donde se desplieguen los significantes y tal vez la formación de un síntoma.

Conclusión.
En el discurso de la lógica del consumo, del mercado, ineludible al momento de reflexionar sobre los signos de época, se corre el riesgo de ubicar al sujeto toxicómano como víctima del sistema, o abrocharlo a una identificación de adicto que le dé consistencia a ese ser, dejando por fuera su condición deseante y los modos en que se las arregla, en el mejor de los casos, con su goce. Desde la ética del psicoanálisis, será una búsqueda del sujeto la que oriente la dirección de la cura, allí donde las condiciones lo permitan.
La causa, como una invariante del sujeto, agente de su singular deseo, es el fundamento estructural, atemporal, inconsciente, el que determina el modo de desear, gozar, sufrir, de cada quien, donde viene a constituirse el campo privilegiado de la intervención analítica, puesto que la lógica del consumo y la cancelación tóxica se dirigen a sustituir una falta estructural.
Será necesario intentar ubicar en el lazo transferencial, un rastro en esos significantes que orientan la dinámica de consumo de cada sujeto hacia otra escena, descomponiendo el estereotipo de la droga, problematizando el campo, en tanto un otro decir abre un otro lugar del sujeto. En este sentido, será eficaz la abstinencia del analista antes que pretender la abstinencia del consumo, porque solo así se funda en primer lugar la posibilidad de un espacio de palabra, transferencia mediante.
De esto se trata muchas veces todo tratamiento posible, de lo que Recalcati llama la Rectificación del Otro, una configuración de un Otro diferente al real de su historia. El lugar del Otro en la dirección de la cura será como el sitio desde donde su sufrimiento va a recibir un sentido, y lo implica en un lazo posible, encontrando una solución distinta para su malestar. Esta es la apuesta a la cual nos convoca el psicoanálisis en la clínica de las toxicomanías, una apuesta que tiene en cuenta y no retrocede a la subjetividad de la época y del discurso social.

1 Recalcati, Mássimo: La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe”.
2 Miller, J.A: “Introducción al método psicoanalítico”. Nueva biblioteca psicoanalítica. Pág. 33.
3 Le Poulichet, Sylvie.”Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo" Cap. 6. Pág. 200.


Bibliografía
  • Kobylaner Daniel: “Clínica de las toxicomanías. ¿De qué transferencia se trata? (Artículo del Boletín del Centro Carlos Gardel, n° 9, octubre de 2009).
  • Laurent, Eric: “Entre transferencia y repetición”. Atuel, 1994.
  • Le Poulichet, Sylvie: “Toxicomanias y psicoanálisis: la narcosis del deseo”. – 1ª edición 2ª. Reimpresión. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2005. Cap. 6. Pág. 200.
  • Miller, J.A: “Introducción al método psicoanalítico”. – 1ª edición, 7ª reimpresión- Buenos Aires: Paidós, 2010.
  • Recalcati, Massimo: “La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe”. Ornicar? Digital, Nº258 – Nouvelle Époque – 8 de mayo de 2004.Traducida del italiano por Andrea Mojica. Revisado por Astrid Álvarez de la Roche.