Romina Brunetti
XImena Pardiñas
Nuestra época se caracteriza por
la presencia de profundas transformaciones que se dan a nivel social,
cultural e individual. Transformaciones que son el corolario de la
globalización que ha dejado sus huellas en el borramiento que hizo
de las diferencias. Hoy por hoy todos somos consumidores de una
infinidad de objetos, dominados por un empuje a gozar de todos ellos
en pos de alcanzar la felicidad. Ese empuje feroz a gozar, en un
tiempo donde los modelos y los ideales están en decadencia, donde
las instituciones, aquellas que guiaban y ordenaban la vida de las
personas, están desdibujadas en su función, traen como consecuencia
la exclusión de aquellos que no entran en este circuito de consumo o
por el contrario se produce una suerte de consumo de objetos como
forma de hacer frente a un vacío, a la angustia y a la dificultad de
vivir en sociedad. Ante este panorama que convence al sujeto que todo
puede colmarse con objetos, el tóxico aparece como un objeto que
concierne en mayor medida al sujeto del goce y en menor medida al
sujeto de la palabra. De esta forma el psicoanálisis se presenta
con otra apuesta, que es la de apuntar al propio deseo del sujeto,
para poner un tope a ese goce, dando importancia a la función que la
sustancia tiene en su economía libidinal. Para ello, se hace
imprescindible, la creación de un espacio para el despliegue de los
dichos del paciente, de manera tal que posibilite al sujeto la
entrada en transferencia y en el mejor se los casos, vía la
formación de un síntoma, encontrar en su decir la función que el
tóxico viene a cumplir. Será esta nuestra tarea, la de comenzar a
articular y cuestionar esa forma de gozar, donde las fallas en la
inscripción de la ley no permitieron que ésta opere, y un saber
compacto se impone y obtura el saber inconsciente. Allí debe
dirigirse el deseo del analista, a que el sujeto de analice.
Estas nuevas presentaciones que
llegan a la consulta forman parte de las llamadas formaciones
narcisistas, formaciones que están por fuera del inconsciente y del
campo de los significantes, presentaciones que
están del lado de las
Neurosis actuales y no del síntoma, esto es: del lado de la descarga
corporal y no de las representaciones, con lo cual nos enfrentamos a
una defensa frente a la angustia que es de otro orden, estamos frente
a una cancelación tóxica del dolor y no frente a la represión de
lo intolerable. Por esto, en
la clínica de las toxicomanías, no nos encontramos con sujetos
divididos, y de ahí, cierta dificultad para operar en el
tratamiento, a través de la rectificación subjetiva o la
histerización del discurso, en busca de la responsabilidad y las
verdaderas causas en torno al padecimiento del sujeto.
Estas nuevas presentaciones,
mediante
la operación del farmakón, reniegan
de la castración, y con esto se permiten sustraerse de la angustia
de la falta, soportar el trauma y el dolor de existir. La ruptura con
la lógica fálica que esto implica, permite al sujeto desentenderse
de su propia falta –y la del Otro-. Se trata de la búsqueda de
una inmediata satisfacción, sin necesidad de pasar por los
derroteros que implica el pasaje por el Otro del lenguaje. Con lo
cual, estos individuos que hacen
“un uso perverso del objeto para cubrir la hiancia de la
castración”,
nos convocan hacia una nueva transferencia, una transferencia ligada
al objeto del cual se goza o a una transferencia en base a la
identificación idealizante, esto es a un rasgo. Por ello es difícil
el tratamiento a partir del establecimiento de una transferencia
simbólica propia de la clínica clásica, porque se ve obstaculizada
en su función, que es la de anudar la palabra a la dialéctica del
deseo. La palabra, en estas presentaciones, está fijada al objeto,
vacía de sentido, no está en relación a los significantes. Por
eso, estas respuestas o
soluciones que estas personas arman en torno a su padecimiento,
requieren un espacio de alojamiento y escucha distinto para el
abordaje psicoanalítico de las toxicomanías, haciendo un
tratamiento para cada sujeto en particular y no un tratamiento
posible para todos.
Entonces,
para que el despliegue de la transferencia no se vea obstaculizado,
este espacio singular será aquel en el que el analista se abstiene
de todo prejuicio en torno a “la droga”: como el objeto causa del
problema, o como la sustancia competidora que hará desestabilizar o
fracasar el tratamiento. Esta abstinencia es del analista, es una
privación de su ser, no es la abstinencia de la sustancia. Se podría
pensar que es la abstinencia de un saber que el analista posee y que
voluntariamente renuncia hasta tanto se constituya el Sujeto Supuesto
Saber, ya que este se constituye a partir de la ignorancia. Miller
dice al respecto: “la función operativa de la ignorancia es la
misma que la de la transferencia”.
Lo que se intenta a través del marco transferencial es ir
produciendo cierta regulación del goce por la vía de la palabra,
apostando a la aparición del sujeto, y a revelar la función de la
sustancia en su economía libidinal, teniendo presente que las drogas
no son todas iguales y cada uno hace un uso particular de ellas. Para
ello, es importante el alojamiento y el interés en los dichos del
individuo para poder dar cuenta a partir de un “campo
transferencial singular”,
cómo el tóxico se inscribe en el discurso del consultante que
permita crear las condiciones para producir un reordenamiento del
goce. Interesarse en estos dichos, es separarse de los hechos, de
manera tal de poder dar cuenta de cómo el paciente se posiciona
frente a ellos y abrir la posibilidad de un cambio de posición
subjetiva, que implica también acercarse a un saber supuesto por
parte del sujeto.
Teniendo en cuenta esto, las
toxicomanías requieren un abordaje distinto, al menos en un primer
momento, el cual tendrá que ver con ir ubicando ciertas coordenadas
históricas en que la operación del farmakon se formó y que
permitió el borramiento del sujeto, tendrá que ver también con la
creación de un espacio donde circule la palabra y el
restablecimiento de un tiempo, distinto al de la urgencia, un tiempo
de espera, un tiempo subjetivo, sin olvidar que muchos de los
consultantes se encuentran en un impasse temporal como consecuencia
de dicha operación. De esta forma se intenta
orientar esta problemática hacia otra escena, en la cual el sujeto
pase del goce de la sustancia hacia la circulación de sus propios
decires, ir ligando algo de ese goce feroz a partir de las
intervenciones, esto es: ir situando aquellos puntos donde el tóxico
fracasa, siguiendo la ruta de la angustia, y de tal manera lograr
producir efectos y permitir al individuo apropiarse de lo que pide a
partir de la recuperación de un relato que tiene que ver con su
historia y con su padecimiento. En definitiva, se trata de ir
construyendo una demanda, una demanda al Otro, que será demanda de
amor y una pregunta por el ser.
Así el analista opera hacia una
rectificación del Otro y no hacia la rectificación del sujeto. Y
esto significa encarnar un Otro distinto al que el sujeto encontró
en su historia, una nueva configuración que permita también
implicar al sujeto en un lazo o en una transferencia con el Otro. De
manera tal que el analista con su deseo ofrece un hueco, un lugar
vacío para situarse como un Otro incompleto invitando al sujeto a
hablar, permitiendo la circulación del deseo evitando otorgar
sentidos que deberá encontrar el paciente en torno a lo que dice y
le pasa.
De esta manera, la
transferencia se convierte en la seguridad del analista, y las
intervenciones como una forma de producir algo nuevo en el discurso
del paciente. Se
tratará también del atravesamiento de las identificaciones a las
que el sujeto se ve sujetado, la transferencia así concebida
conlleva la necesariedad de una pregunta, de un vacío que se opone a
la consistencia del ser, es el pasaje del significante amo a un
significante cualquiera, que el analista toma de los dichos del
paciente. Es donde puede producirse un significante que es un
significante cualquiera, sancionado por el analista, donde la
pregunta impone al sujeto un no saber respecto de su posición, y
allí su división. La propuesta del psicoanálisis para el
analizante, que es la de no saber, es, poder enfrentarse con la
falta, lo cual le permitirá al sujeto poder reescribir su historia.
Esta es una de las formas en que
se puede ir desarmando un montaje toxicómano, desde el
establecimiento de una transferencia real, atenuando el goce, donde
el analista se posiciona como Otro distinto a los que se le
presentaron al sujeto en su historia real. Intentar allí hacer una
diferencia, una pregunta en pos de la búsqueda de un saber y de las
formaciones del inconsciente donde el “farmakon podrá caer por sí
mismo”.
Articulación clínica
R de 32 años llega al Centro
identificado con un problema con el consumo de cocaína y como este
consumo se le torna problemático al no poder controlarlo y en tanto
le produce culpa por todo lo que pierde económica y emocionalmente.
Señala que las ganas de consumir están siempre en su cabeza y que
esto tiene que ver con las presiones de la vida cotidiana: la
familia, el trabajo, su mujer, o sea las responsabilidades. Refiere
sentirse como un adolescente. En relación a su padre sostiene que
es su pilar, lo va a buscar cuando lo necesita y le busca
tratamientos. Trabaja en un taller junto a él, negocio que le cederá
el próximo año, por lo cual R dice que deberá hacerse responsable.
R es padre de dos hijos, de su primer hija dirá que se desligó de
ella y que se hicieron cargo sus padres, sobre todo su padre, como
consecuencia del consumo de R. Menciona cierta decepción en torno a
la madre de esta hija.
De su segundo hijo dirá que su
llegada lo tomó por sorpresa. La figura de su padre, quien tiene 64
años, es muy relevante en el discurso del paciente: Mi
viejo siempre fue todo para mí, un respaldo. En ese sentido he sido
cómodo, yo sé que él siempre me va a ayudar. Eso me hace
“irresponsable”. Mi pregunta es qué voy a hacer cuando no esté.
Ahí no me va a quedar otra como en Chile, tener una responsabilidad.
Cuando el analista indaga acerca de lo que llama “la
responsabilidad”, R. señala: Ser
responsable es llevar una línea de vida (…) yo soy un chico que
nunca terminé las cosas, siempre fui inconstante, desde chico además
me gustaba la joda… nunca me he tomado las cosas en serio, vivo de
joda, quiero gente, bailar… mi hermano es lo opuesto a mí, es más
anti-social… yo fui cantante de cuarteto, lo hice por el bardo…
en esa época siempre tenía que tomar algo y trabajaba para
comprarme cocaína (…) eso no está bueno, me gustaría ser un tipo
normal, ser responsable, proyectarme, tener una familia… siempre he
vivido el momento, “total mañana Dios proveerá”. En otra
entrevista dirá: “la droga es algo que no le deseo a nadie. Vivís
como una adolescencia prolongada. No me siento como un adulto, no sé
por qué. No puedo sentar cabeza, madurar, si bien tuve mi familia en
Chile. Siempre estuve preocupado por traer la plata, trabajar… se
ve que no lo aguanté”. En relación a los trabajos comenta:
“empiezo algo y no lo termino, con los trabajos duro un tiempo y me
aburro. Me aburro fácil, no me gusta estar quieto. La rutina me
mata. Es un acto de indisciplina, yo dejo todo a medias. El colegió
no lo terminé, repetí.
R se autodefine como una persona
que de pequeño ha sido caprichoso, y que “si quiere algo, lo trata
de conseguir de cualquier forma”: si
me propongo algo, lo hago.
El analista señala que al mismo tiempo comenta que “no sostiene
las cosas”, a lo cual dice: sí…
pero después pierdo el interés… todo lo que uno consigue, después
cuando ya lo tenés no es lo mismo.
De su segunda mujer dirá que era cómoda, que no trabajaba, ni lo
ayudaba y que discutían por el consumo.
De este recorte de la viñeta
clínica se puede observar cómo R se posiciona frente a sus dichos,
parecería que R es el eterno hijo de ese padre que lo cuida, lo
protege, lo va a buscar donde sea. Un padre completo que todo lo
puede, con él, con sus clientes, que sabe ahorrar y que es
responsable. Ahora bien las mujeres en la vida de R parecen ser
estafadoras, cómodas, y de las cuales hay que desconfiar. Se dirimen
entre la sorpresa y la decepción. Qué pasará con su propia madre
de la cual ni habla en estas primeras entrevistas y cómo esto puede
tener que ver con su dificultad para situarse como padre.
Si bien estas son parte de las
primera entrevistas, de lo que se trata aquí es poder tener un
acercamiento a los dichos del paciente para pesquisar como éste se
posiciona, y a partir de las intervenciones abrir interrogantes que
le permitan otorgar sentido a aquello que le pasa por fuera del
consumo.
Parecería que el consumo viene a
funcionar como una forma de diferenciarse, de separarse de este
padre. R no lo puede todo como aquél. No puede llevar adelante el
negocio, su familia, ni controlar el dinero. Tal vez en el transcurso
del tratamiento y bajo transferencia se podrá ir deconstruyendo a
este padre que cubre todas las faltas de R. De manera tal que el
sujeto pueda posicionarse frente a sus responsabilidades de otra
manera y de acceder a ser padre con errores y aciertos. Indagar
acerca de la culpa que siente, de qué se siente responsable
realmente. De lo que se trata en este recorte es que hubo un padre
que no transmitió algo del orden de la falta, algo falló allí, y
el consumo viene a obturar algo de esto que ahora se le torna
incontrolable a R. Sin embargo, esa falta es actuada por R,
presentifica el resto, algo intenta señalar a su padre, como en el
momento en que éste lo va a buscar a la salida de una fiesta, a
pedido de R, y él se había ido para conseguir pasta base. Importa
mostrar aquí el resto irreductible frente a los intentos del padre
para obturar la falta, en un radical intento de separación mediante
este llamado. Es indudable que R ha tenido lugar en el Otro, no se
han desentendido de él, pero por otra parte, ¿qué lugar para
alojar a su deseo en Otro tan completo? Este padre ideal, no ha
pasado a ser el padre de la prohibición, el donador de la falta,
orientado él mismo a constituir una mujer como objeto causa de su
deseo, de su falta, y objeto de su goce.
Se produce así una suspensión
de la dinámica de los conflictos psíquicos, lo que varios autores
referencian como “supresión tóxica” de la memoria y la
angustia, como un último intento de reunir o conservar un cuerpo
amenazado por la efracción y la invasión de goce. El consumo
funciona como una ruptura con la lógica fálica por eso R no tiene
punto de referencia en cuanto a lo que consume, a lo que gasta, ni
como ser padre.
Hasta el momento, R no puede
procesar la excitación pulsional por vía de las representaciones.
Porque ese cuerpo está presente, la angustia está a nivel del
cuerpo, y lo describe en las sensaciones que tiene en el estómago
cuando quiere consumir es
como estar enamorado.
En tanto el sujeto sigue taponando su deseo mediante este circuito,
lo que hace es tomar el atajo de la “cancelación tóxica”, y no
puede tolerar cierto desvío que va desde el sujeto al Otro por los
carriles de la demanda, en función de una imposibilidad de tolerar
la experiencia de la falta que implica el deseo, y la búsqueda de
satisfacción por las vías metonímicas del discurso.
El desafío del analista aquí,
será promover en R el pasaje o la cesión de este goce para acceder
a un lugar donde se desplieguen los significantes y tal vez la
formación de un síntoma.
Conclusión.
En el discurso de la lógica del
consumo, del mercado, ineludible al momento de reflexionar sobre los
signos de época, se corre el riesgo de ubicar al sujeto toxicómano
como víctima del sistema, o abrocharlo a una identificación de
adicto que le dé consistencia a ese ser, dejando por fuera su
condición deseante y los modos en que se las arregla, en el mejor de
los casos, con su goce. Desde la ética del psicoanálisis, será una
búsqueda del sujeto la que oriente la dirección de la cura, allí
donde las condiciones lo permitan.
La causa, como una invariante del
sujeto, agente de su singular deseo, es el fundamento estructural,
atemporal, inconsciente, el que determina el modo de desear, gozar,
sufrir, de cada quien, donde viene a constituirse el campo
privilegiado de la intervención analítica, puesto que la lógica
del consumo y la cancelación tóxica se dirigen a sustituir una
falta estructural.
Será necesario intentar ubicar
en el lazo transferencial, un rastro en esos significantes que
orientan la dinámica de consumo de cada sujeto hacia otra escena,
descomponiendo el estereotipo de la droga, problematizando el campo,
en tanto un otro decir abre un otro lugar del sujeto. En este
sentido, será eficaz la abstinencia del analista antes que pretender
la abstinencia del consumo, porque solo así se funda en primer lugar
la posibilidad de un espacio de palabra, transferencia mediante.
De esto se trata muchas veces
todo tratamiento posible, de lo que Recalcati llama la Rectificación
del Otro, una configuración de un Otro diferente al real de su
historia. El lugar del Otro en la dirección de la cura será como el
sitio desde donde su sufrimiento va a recibir un sentido, y lo
implica en un lazo posible, encontrando una solución distinta para
su malestar. Esta es la
apuesta a la cual nos convoca el psicoanálisis en la clínica de las
toxicomanías, una apuesta que tiene en cuenta y no retrocede a la
subjetividad de la época y del discurso social.