Juan Luis de la Mora
Vivimos en una época muy contemporánea…
El Mendieta (Fontanarrosa)
He seguido la tradición de los solitarios; he comido, también, raíces.
Adolfo Bioy Casares
Comprender la figura del adicto implica localizarlo en el contexto sociocultural actual; para decirlo más claro: el adicto sólo es posible, localizable, en este contexto. La adicción es, de hecho, una de las coordenadas que caracterizan el mundo contemporáneo. Ignacio Lewkowicz, historiador argentino, es tajante al respecto:
“La institución social “adicción” existe porque socialmente es posible la subjetividad adictiva. La adicción es una instancia reconocible universalmente porque la lógica social en la que se constituyen las subjetividades hace posible -y necesario- ese tipo de prácticas.”1
Las proposiciones de Lewkowicz, miembro fundador de H/a, Historiadores Asociados, grupo desde el que se propone una historia de la subjetividad, son una continuación rigurosa y sumamente fecunda del trabajo de Michel Foucault. Para Lewkowicz la relación de consumo tóxico, pertinaz, que define un tipo de subjetividad, la adictiva, no había existido nunca antes de nuestra época, pues es precisamente su configuración la que permite (y provoca) ese particular tipo de relación. Entonces, lo particular de la adicción no está en una sustancia y sus efectos químicos en los procesos fisiológicos del sistema nervioso central o en los procesos psicológicos básicos y complejos que conforman la conciencia, sino en el entramado social de los vínculos subjetivos que funcionan como soporte para ese tipo particular de consumo. Esta novedad ocurre en el pasaje de la modernidad a la posmodernidad: el Estado ha perdido su lugar de referente fundamental y supremo para los procesos de subjetivación. En su sitio ha aparecido el mercado, con convocatorias subjetivas muy distintas. Por ejemplo, ahí donde podíamos detectar un ciudadano, un sujeto de la conciencia, ahora encontramos a un sujeto de consumo; ahí donde encontrábamos dispositivos disciplinarios, de control y represión, vemos ahora dispositivos que promueven en el sujeto el consumo voraz de lo siempre nuevo y desechable.
Este enfoque es sumamente poderoso porque permite eliminar toda psicologización del adicto, liberarnos de un supuesto “tipo de personalidad adictiva”, caracterizada por una tara o defecto imputable al desarrollo, la crianza o la genética. No es que estos factores sean despreciables, pero ponerlos al margen del análisis permite construir enfoques mucho más fecundos, centrados en la subjetividad (no en la personalidad) y en las prácticas sociales que la sostienen. Por decirlo de otro modo: en la Cultura que sostiene el malestar de sus habitantes.
Massimo Recalcati es agudo al señalar las repercusiones clínicas de estas circunstancias socioculturales. Para este autor, la adicción forma parte de una serie que completan anorexia, bulimia, depresión y ataques de pánico. Lo que caracteriza la clínica de estas manifestaciones es un “orden simbólico debilitado”2 que exige un trabajo de “defensa del sujeto del inconsciente”. Lo que encontramos es una clínica del pasaje al acto y no del retorno de lo reprimido; una clínica del vacío y no de la falta; manifestaciones clínicas menos cercanas a las neurosis de transferencia que a las neurosis actuales —de difícil acceso para el trabajo psicoanalítico, advertía Freud. Una de las particularidades del discurso hegemónico contemporáneo, al que podemos acercarnos a partir de los discursos que Lacan llama de la ciencia y del capitalismo — variación éste último del discurso del Amo, es la cancelación o expulsión del sujeto del inconsciente; no es una simple “descreencia” en el inconsciente sino una especie de “victoria” sobre él: al consultar el toxicómano se presenta como habiendo demostrado que el inconsciente no existe, que él está por fuera de esa red. En sentido estrictamente freudiano, entonces, la adicción como consumo tóxico no siempre constituye un síntoma, pues el paciente no está ahí interpelado, no reconoce ninguna implicación subjetiva que lo interrogue y angustie. El objeto droga y sus efectos obedecen al imperativo de la época “¡Goce! ¡Goce usted! Sin consecuencias, sin preocupaciones, sin grasa ni colesterol, sin azúcar, sin intereses, sin límites”. Sylvie Le Poulichet señala cómo las drogas son objetos privilegiados de este discurso pues permiten al sujeto borrarse de su acto ante una supuesta omnipotencia de la sustancia-droga sobre el lenguaje (que la crea)3.
Vuelvo a Recalcati, que en el mismo artículo propone reconstruir la “cuestión preliminar al tratamiento” propuesta por Lacan para las psicosis para esta nueva clínica. Esta nueva cuestión preliminar consistiría en una reconstitución de ese orden simbólico ausente o debilitado. Si los dispositivos culturales contemporáneos dejan al sujeto desamparado simbólicamente frente a un goce que promete ser absoluto en el consumo, esta cuestión preliminar sería algo así como enfermar al adicto de inconsciente, de subjetividad, hacer de su consumo a-sintomático, un síntoma propiamente freudiano, susceptible de abrir el campo de la transferencia. Aquí es importante apuntar que no tomo los desarrollos de estos teóricos contemporáneos como modificaciones radicales de las bases de la clínica psicoanalítica, o sea que aunque podamos pensar en nuevas manifestaciones clínicas, éstas siempre se mantendrán contextualizadas por las tres estructuras fundamentales descritas por Lacan: neurosis, perversión y psicosis. Es importante tener estos puntos de anclaje firmes al escuchar una demanda, pues de ello depende la posibilidad de su despliegue, de la apertura del inconsciente como campo de producción y trabajo en la cura. Recordemos que el inconsciente es aquello que se le dirige al psicoanalista, que éste forma parte de aquél. O, lo que es lo mismo, que en el psicoanálisis es la oferta la que genera y define a la demanda. En palabras de Le Poulichet:
“El elemento esencial que permite anudar una transferencia es sin duda la creación de un síntoma, en la medida en que el paciente pueda poco a poco organizar su discurso en una nueva queja dirigida al analista, que designe un enigma. Entonces, entre el momento en que acude a la cita con el analista para desembarazarse de ‘la toxicomanía’, y aquel en que descubre una fuente enigmática de sufrimiento de la que puede quejarse, ha cobrado forma un nuevo mensaje que da testimonio de una nueva posición dentro de la palabra.”4
Para proseguir sobre la demanda en la clínica de consumos tóxicos o problemáticos, retomo esa posible lectura de la adicción desde la diferencia que establece Freud entre neurosis actuales y neurosis de transferencia. En las neurosis de angustia el síntoma se caracteriza por la mediación simbólica de la pulsión, es por ello que son analizables. Hay un contenido oculto más allá del cuerpo, y este más allá —o más acá— abre un intervalo para el trabajo analítico, para la interpretación y la consecuente movilización del deseo como límite al goce. En las neurosis actuales el proceso de representación de la pulsión ha fracasado y ella incide o se dirige directamente sobre el cuerpo. El efecto es la ausencia de sentido en los síntomas. Ausencia de sentido quiere decir que no están dirigidos a nada ni nadie, y por ello el psicoanalista no encuentra fácilmente cómo insertar su palabra en ese síntoma. Un ataque de pánico es eso: un ataque de pánico, y nada más. Es la presentación clínica más frecuente para los consumos tóxicos. Los focos sintomáticos son el cuerpo y el acto en tanto reales, en una especie de sobrecarga, de sobreexcitación del cuerpo propio y del cuerpo del otro con manifestaciones generalmente violentas o melancólicas.
Hay diferencias radicales en el consumo llamado adictivo, que hemos intentado caracterizar dentro de las coordenadas de la época, respecto de las relaciones tradicionales que algunas culturas establecieron con sustancias psicoactivas (peyote, tabaco, etc.). Estos actos de ingesta ocurren siempre en el contexto tradicional de referencias simbólicas que enmarcan la práctica en formaciones culturales, como el chamán o sacerdote, y referentes rituales que sostienen no sólo el orden social sino, sobre todo, el orden del mundo —la cacería, la caminata, la danza, la cosecha. Hay una historia de la comunidad y una historia del sujeto que experimenta los efectos de las sustancias (la droga ingerida; el lenguaje pronunciado; la danza, cacería, caminata realizadas). El mismo Lewkowicz señala la ausencia de historia e historización como característica fundamental de las prácticas adictivas. Para este autor la posmodernidad ha operado un descarrilamiento del “tiempo socialmente instituido”, un pasaje de un tiempo del sentido (piénsese en la serie disciplinaria trabajada por Foucault: escuela - fábrica - ejército - hospital, etc. y su relación con la represión de la sexualidad trabajada por Freud) a una sucesión vertiginosa de presentes siempre plenos de goce, siempre vacíos de implicación subjetiva, y siempre renovados al ser desplazados por el nuevo elemento (inconexo) de la cadena. Estos momentos están regidos únicamente por la lógica del objeto más nuevo, pues es éste —y no la historia— el que otorga consistencia social al sujeto. En el tiempo histórico el sentido está garantizado por el Otro; en el tiempo vertiginoso del consumo, no hay más que el otro especular para el que se consume (el que sanciona que la bolsa, el celular, el libro nuevo se adecuan a la moda). Mientras que en el contexto del consumo ritual tradicional la droga es un objeto privilegiado que permite la trascendencia del sujeto, desde la historia hacia, por ejemplo, la divinidad, en las prácticas de consumo tóxico la droga es un objeto más de la serie, desvinculado de cualquier otro objeto, de cualquier sentido posible. Es común escuchar la queja de quien encuentra en cada intoxicación una instancia nueva y sorprendente, sin vínculo con el consumo de ayer o con el de mañana, sin ninguna capacidad para reflexionar sobre la borrachera de la semana pasada o de predecir el pasón de la que viene.
Es por esto que he elegido como epígrafe esa frase de Bioy Casares que forma parte del diario ficticio de un prófugo ejemplar del S. XX. Un exiliado a quien el hambre lo pone a dudar de su propia capacidad de juicio y para quien el amor ya sólo es posible entre fantasmas que han quedado para siempre fuera de la historia. En esa ominosa isla es la técnica la que ofrece esa promesa de escapar del mundo, a las raíces. La técnica es equiparable a las drogas5. Es gracias a esa misteriosa invención científica que los habitantes de la isla han logrado zafarse de cualquier implicación subjetiva, sin por eso renunciar a hablar, bailar o dar brinquitos para escapar del frío. Esos fantasmas me parecen una fiel y triste imagen de lo que la época ofrece como ideal y señuelo para el adicto. La frase es magnífica porque ofrece también el costado de una “tradición de los solitarios”, que se antoja muy distinta a la cofradía de los consumidores masificados pero anónimos para los otros y para sí mismos, y porque sugiere finalmente el consumo ritual de las raíces, que podrían ser alucinógenas o no, pero cuya importancia es la filiación simbólica a una tradición y una historia, la inserción de quien consume en una serie que abre la posibilidad de un sentido para un acto que lo vincula con otros y, desde ahí, un sentido para su existencia.
1 Lewkowicz, I. “Subjetividad adictiva: un tipo psicosocial instituido. Condiciones históricas de posibilidad” en Dobon, J. y Hurtado G. (Comp.) Las drogas en el siglo… ¿qué viene?, FAC, Argentina, 1999.
2 Recalcati, M. “La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe”. Texto publicado originalmente en francés en Ornicar? Digital, No. 258 en Mayo de 2004. La traducción del italiano es de Andrea Mojica Mojica, revisada por Astrid Álvarez de la Roche y está disponible en línea como parte del No. 10 de Virtualia, revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana (Buenos Aires, Argentina), de julio-agosto del 2010: <http://virtualia.eol.org.ar/010/default.asp?notas/mrecalcati-01.html>
3 Cfr. Le Poulichet, S. Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo. Amorrortu, Argentina, 1990 (segunda reimpresión: 2005). p. 47
4 Le Poulichet, S. Op. cit.
5 Son muchos los autores que trabajan la relación entre técnica, capitalismo y droga. Los libros de Braunstein y Le Poulichet ya citados son buenos ejemplos. También Paul Verheaghe y Dani-Robert Doufur exploran esa relación en el contexto de los cuatro (más uno) discursos de J. Lacan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario