Gabriela ODENA[1]
“El ansia de infinito es el motor fundamental de toda mística, y surge frente al problema de la muerte. El hombre arrastra consigo la congoja de no ser infinito, ya que la finitud es el pago que exige el ser individuo, es decir limitado. Tomar conciencia de lo individual equivale a tener conciencia de la finitud, momento en que se desprende dolorosamente de lo divino de la infinitud. En ese desgarramiento nace la desesperación como componente profundo de la vida humana. La aceptación del nacimiento y de la muerte significa perder toda conexión con el infinito. Pero el no aceptarla engendra la desesperación, la que en su extremo límite, acarrea también la muerte del infinito, como lo expresó el mismo.” Antonin Artaud [2]
Haciendo existir al Inconsciente
Atendiendo a la complejidad que nos plantea el campo de las toxicomanías, para situar el campo de acción de una clínica, es menester distanciarnos del discurso social que las aborda. No para soslayarlo, sino atendiendo a la diferencia entre categorías sociales y categorías clínicas. Esto, a los fines de situar una de las condiciones de la práctica psicoanalítica que debe conservar la pretensión de tomar cada caso como único. Lo cual implica no confundir el nivel de las “causas” con el de las “condiciones”. La causa es estructural, es una invariante del sujeto. En cambio las condiciones (sociales, económicas, políticas, etc.) son contingentes, variables y cambiantes de época en época. Hablamos de “Sujeto” para destacar su responsabilidad mas allá de los llamados factores externos. Sujeto que devendrá en su modo particular de situarse frente a la castración.
Si bien el psicoanálisis es único por las transformaciones que puede producir, no es el único tratamiento posible para la adicción y en algunos casos no es un tratamiento posible ni indicado para la adicción. A veces es una necesidad ética el intento de suprimir el consumo imparable y cuando una persona se pone en riego de muerte. En esta supresión, muchas veces es aconsejable indicar una internación o cura de desintoxicación. La internación cumple una función de establecer un corte, con respecto a la situación compulsiva en la cual el adicto no se reconoce como sujeto implicado. Se trataría de un procedimiento represivo o supresivo. Allí donde el psicoanálisis tal vez deba retirarse en silencio cuando no puede operar desde su campo que es uno sólo: el de la transferencia y la interpretación sostenida por el deseo del analista. En esta retirada, situó como válida y tal vez como enunciadora de “nuevos caminos psicoanáliticos” a ser transitados frente al surgimiento de nuevas modalidades de goce impuestas por la sociedad de consumo, la posición de Lacan de no retroceder frente a las psicosis.
Entonces, mas que preguntarnos por la toxicomanía, debemos hacerlo por la relación del sujeto con la droga en tanto objeto. Lo cual nos conduce a un intento de localizar cierto tipo de goce. “Creer en el síntoma es creer que el Uno de la letra puede volver al dos de la cadena, es confiar en la sustitución de los signos donde el síntoma toma sentido”[3]
Si nos mantenemos en el terreno de la cancelación (función de la droga como coartada tóxica), y ya no de la supresión (cura de desintoxicación), se evidencia del mismo modo la dificultad de abordaje de un sujeto que queda fuera del campo de la demanda, dirigiéndose directamente al objeto sustancial. Lo cual lo deja, al menos en principio fuera de la transferencia, fuera de la relación con ese Otro, sujeto supuesto a saber. Quedando así, también por fuera de los efectos de la interpretación.
¿Es posible en la clínica con toxicómanos producir en el comienzo, la significación de una falta de saber como causa del padecimiento?
“Es por ese camino que el psicoanalista es un rompehuelgas, sea la huelga de hambre en la anorexia, sea la huelga del falo que hace el toxicómano, para hacer retornar al trabajo a ese trabajador incansable y fundamental que es el inconsciente.”[4]
Según Lacan, la posibilidad de inscripción en el lenguaje en ciertos estados tal como la experiencia vivida de lo alucinógeno, se amarraría en el hecho de “interrogar al inconsciente como lo hacemos, es decir hasta que de una respuesta que no sea del orden del arrebato, o su derribamiento, sino que mas bien “diga por qué”[5]
Adicto remite a lo “no dicho” (a-dicto) tanto como a dependencia, servidumbre, esclavitud. Muchas veces la adicción representa al sujeto al modo de un signo para los otros y una falta de saber como causa del padecimiento. Esto supone un sujeto implicado detrás del aplastamiento del goce. Se trata de desplazar la suposición de allí se goza no para desmentirla, pero si para agregar la dimensión donde se puede revelar el sujeto, ya no del goce sino el sujeto de la palabra. De buscar un intersticio donde ese falso saber que la droga genera se vea conmovido, opacado. Tal vez mediante la introducción de un sinsentido que haga vacilar la fijeza inherente a palabras que han perdido su anclaje en lo simbólico. Y que insisten en la reproducción de un sentido llamativamente fuerte.
En cuanto al sujeto que podemos concebirle al adicto, diremos que Lacan nos enseña que no hay otro goce que el de morir, o sea el Goce es tóxico.
Este decir podría inscribirse como Lacan escribe el discurso del capitalismo (declinación del discurso del amo y de la histérica):
$ → S2
S1 a
“Que puede leerse : un sujeto en su falta de goce estructural, demanda al saber científico la producción de un objeto perfecto capaz de un goce, que sin consecuencias venga a cerrar su castración, su división, su miseria, capaz de producir ese goce que falta.”[6]
Es aquí, donde la separación entre categorías sociales y las categorías clínicas hayan un punto de conjunción que no deja de contemplar este pasaje singular del Sujeto señalado anteriormente.
Estamos intentando señalar que el adicto esta también inserto en la creación de Freud: “El inconsciente, a partir de Freud, es una cadena de significantes que en algún sitio (en otro escenario, ecribe él) se repite e insiste para interferir en los cortes que le ofrece el discurso efectivo y la cogitación que él informa”.[7]
Introduciendo la posibilidad de rearticular el estatuto de la forclusión sobre otras bases que la de la psicosis, ¿podríamos hablar de un rechazo de la castración en las toxicomanías?
En el seminario de Joyce, la reconsideración de la verwerfung, coloca la escritura de Joyce como una cierta práctica, un “hacer” de la escritura, a pesar de la existencia de una falla simbólica en relación a lo real. Joyce logra conservar un anudamiento de las tres consistencias de lo real, lo simbólico y lo imaginario a partir de la escritura como cuarto nudo que sostiene al sujeto en lo simbólico. ¿Podría la droga cumplir esta misma función? ¿Presenta la droga la misma capacidad en relación a un fracaso en la transmisión de la castración de padre a hijo? Cuestión que solo la clínica podrá responder. Sin embargo vemos, que la droga, como tapón a la falta no se sostiene, no se anuda, por eso la necesidad de su ingesta repetida. La escritura de Joyce “hace” lazo social; la droga si bien en su “hacer” puede construir con la ayuda del rasgo de la consumición una sociedad de consumidores, no es de ninguna ayuda para tratar el obstáculo que constituye el goce para el sujeto. La intoxicación no construye nada, mas bien destruye. Ni siquiera permite la apertura a lo real del inconsciente, ya que en la intoxicación alucinógena no se trata de otra cosa que de la proliferación imaginaria de los fantasmas.
¿Cómo expulsar al sujeto de su captura omnipotente, rechazada la percepción de su constitución enajenante, que desplegaría la demanda al Otro, tesoro de los significantes? La enajenación de la constitución del sujeto se dirime en espacios sin espejos de mímicas jubilosas en los adictos. ¿Tendrá esto relación con la seriedad que en general caracteriza a los adictos? La asunción del sujeto, tomando la fase del estadio del espejo que teoriza Lacan en un dimensionamiento mítico de surgimiento del sujeto, esta afectada como en la psicosis de un no saber, de la inexistencia de una insistencia en lo simbólico. El júbilo, ha quedado adosado a la sustancia (objeto) y la demanda orada sus últimos devenires hasta quedar inerte frente al otro.
¿Podremos plantear la adicción como una falla en la constitución de lo imaginario, efecto de un rechazo en lo simbólico que retorna en lo real a modo de andamiaje narcisístico? Esto que puede constituirse en signo para el sujeto y nombrarlo como drogadicto. Darle un nombre e inmiscuirlo en la cadena de lazos sociales que teje el ritual de la provisión de la droga por ejemplo.
Estas consideraciones no excluyen ni se oponen a los beneficios que resulten de un trabajo interdisciplinario para abordar el complejo campo de las adicciones, sino más bien situar lo que el psicoanálisis puede aportar como así también sus límites.
Del paraíso perdido a su restitución
La droga como “quita penas” constituye un esfuerzo por eludir el sufrimiento, pero no es en sí misma causa del malestar en la civilización. La inquietud de Freud apunta más bien hacia el poder del hombre de autoaniquilamiento. Dice Freud: “La aceptación del instinto de muerte o de destrucción ha despertado resistencias aun en círculos analíticos; se que muchos prefieren atribuir todo lo que en el amor parece peligroso y hostil a una bipolaridad primordial inherente a la esencia del amor mismo. Al principio sólo propuse como tanteo las concepciones aquí expuestas; pero en el curso del tiempo se me impusieron con tal fuerza de convicción que ya no puedo pensar de otro modo”[8] .
En “El Malestar en la Cultura” Freud afirmaba que al ser la vida tan dolorosa para el ser humano, este va en busca de calmantes que la hagan soportable. Las sustancias embriagadoras, quitan el dolor de un modo tosco, eficaz y transitorio por la vía química. Es la modalidad más cruda y más peligrosa, ya que la anestesia no alcanza solo al dolor y a la angustia, sino también a esas mismas sensaciones que, como señales de alarma, normalmente empujan al individuo a transformar de un modo superador a la realidad displaciente.
Es necesario, ir abriendo espacios entre el paraíso perdido y su restitución. Paraíso perdido que es reexperimentado como paraísos artificiales, a la manera de Baudelaire, pero del cual el iluso es inmediatamente desalojado. En este punto situaremos la diferencia entre el investigador de la mente hasta los niños consumidores de paco en nuestra sociedad. Como así también resaltar que las diferentes drogas abarcan configuraciones que tienen poco en común: hay drogas de rendimiento, drogas del placer y drogas del saber.
Diremos que en el movimiento, en la puesta en escena (no como la otra escena), sino como la escenificación, el acting out, el adicto se defiende de la angustia de castración. Así, la herida narcisista será necesaria para hacer entrar al sujeto en la dialéctica del deseo. Y ampliar, acomodar, forjar y forzar una distancia entre el paraíso perdido, este del objeto que no se perdió, ya que nunca se tuvo, y su restitución compulsiva.
La sempiterna pregunta retorna, y da cuenta de las dificultades de una clínica de las adicciones: ¿Cómo hacer existir una demanda frente a una modalidad defensiva que cierra sus carriles a la palabra, en la repetición de un goce autístico que anula su dimensión simbólica de mensaje y de lazo con el Otro?
La droga como coartada tóxica: defensa frente a lo real del trauma
¿De donde vemos venir este dolor ineluctable, ligado al trauma, este funcionamiento del aparato psíquico más allá del principio del placer que vemos en las toxicomanías?
A nivel del sujeto lo encontramos a partir de esta búsqueda de la restitución del placer a toda costa, en un mas allá del principio del placer. Una manera de suprimir las consecuencias de la carencia del ser, de la división subjetiva. Ya sea utilizando la coartada tóxica para eludir la confrontación con la castración del otro, de confrontarse al problema sexual, como modo de responder a la vacilación del fantasma u obtener una fórmula estabilizadora bajo la nominación del otro.
Podríamos decir que serían diversos estatutos de la droga en las diferentes estructuras clínicas, y que conllevan en mayor o menor medida la supresión de la dimensión subjetiva.
En cuanto a la pregunta teórica que introduciría la respuesta del dolor, nos adentraremos en “Inhibición, Síntoma y Angustia” de Freud en un intento, no de indagar en derredor de un origen traumático como base para la producción de la patología, sino a los fines de alcanzar las huellas que nos guíen en una aproximación posible de hacer consistir el dolor de existir con una antesala de la división subjetiva. Si la toxicomanía está tan íntimamente enlazada al dolor del trauma, el dolor como pieza clave en la psicopatología de la adicción, pueda tal vez aproximarnos a una vertiente de una posible salida elaborativa.
En “Inhibición, Síntoma y Angustia” Freud retoma el término “proceso de defensa”. Y dice: “Al abandonarlo lo sustituimos por el de represión, pero sin determinar la relación existente entre ambos. Creemos ha de sernos ahora muy ventajoso adoptar de nuevo nuestro dicho antiguo concepto de la defensa, empleándolo como designación general de todas las técnicas de que el yo se sirve en conflictos eventualmente conducentes a la neurosis, y reservando el término de “represión” para un método especial de defensa que la orientación de nuestras investigaciones nos dio primero a conocer.”[9]
Al introducir las modalidades defensivas puestas en juego en los fenómenos adictivos, nos topamos con un núcleo traumático con características específicas. En este punto el dolor sería el correlato de la ausencia del objeto de la necesidad, objeto ausente pero no constituido aún como perdido, mientras que la angustia señal provendría de la ausencia del objeto del amor, ya constituido como perdido. De allí que la angustia señal no logre su cometido, desencadenándose una angustia automática, lo que dará cuenta de modos de defensa organizados en modalidades de puesta en acto.
La persistencia del dolor traumático (psíquico) implica que, a diferencia del dolor físico, de la angustia y del duelo, la gran especificidad del dolor traumático no se debe solo a un aspecto cuantitativo de intensidad irrumpiendo, sino a la imposibilidad de representación del objeto ausente y no constituido aun como perdido. Aquí podemos ver la especificidad del dolor psíquico proviniendo del trauma. Se produce una ruptura hacia lo irrepresentable, hacia lo que no puede retornar de lo reprimido por no ser reprimible. No se produciría el pasaje de una representación del cuerpo a una representación del “objeto” supuesto del dolor psíquico. En este caso vemos que en el pasaje del dolor físico al dolor psíquico del trauma hay analogía, no metáfora. “…al producirse el desplazamiento operado por el toxicómano del dolor psíquico al dolor físico, se desencadena un proceso del actuar y la incorporación realista, tóxica, donde la droga destruye y “devora” lo que de este pasaje se sostendría en un mecanismo cualquiera del lenguaje y el pensamiento, los fagocita literalmente…”[10]. De este modo el dolor corresponde a la investidura “nostálgica” de un objeto de necesidad ausente pero no nombrable puesto que aun no se constituyó como perdido.
Retomando a Freud en “Inhibición, Síntoma y Angustia”, y en relación a las modalidades defensivas en los fenómenos adictivos, resultará ineludible un acercamiento a la angustia como piedra filosofal de una imposibilidad: su afrontamiento. La angustia que prevalece en Freud es la angustia de castración, y tiene el papel de desencadenante. En las adicciones, la angustia será el primer movimiento, la señal que dispara el cercenamiento del deseo, dejándolo en suspenso o en extinción. Cerrando entonces las vías de la demanda hacia otro. Obturando con la sustancia la angustia antes de que el deseo surja.
¿De que modo introducir entre la defensa compulsiva frente a lo real del trauma y la adicción como modalidad defensiva que aparece como respuesta, una posible posición subjetiva que introduzca la pregunta freudiana despuntando en el caso Dora: ¿Qué lugar ocupa Usted en todo esto? Situando a un sujeto sin barrar que se despliega en una juntura con el objeto, en este caso no el objeto a, sino el objeto que completa imaginariamente al sujeto.
Algunos abordajes posibles en el campo de las adicciones
Un abordaje posible en la adicción, desde el psicoanálisis, sería la consideración de la inscripción del dolor del trauma en un otro especular que atempere sus efectos en la demanda de la transferencia que toma la forma de la escenificación, como un acting out. El intento del analista, según Colette Soler, es el de sintomatizar el acting, que el sujeto se vea representado, que aparezca una pregunta donde había una verdad irrebatible. En este sentido, podría ser el dolor el que contenga el saber no sabido, como acápite de un punto de elaboración. El camino sería, en este movimiento de restitución del paraíso perdido que pone en acto lo real del trauma en una compulsión mortífera, reubicar la voz en un vasto franqueamiento de los límites de la interpretabilidad. Límite que se erige en la adicción en una necesaria escansión de su puesta en escena.
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Podemos considerar entonces, como forma clínica de acercarse a las adicciones, que pese a las dificultades de la puesta en punto de la transferencia, el dolor del trauma en lo real de un objeto que aun no se ha perdido, por eso la nostalgia, es reintegrable al aparato psíquico a partir de un modo elaborativo. La restitución podemos ubicarla entonces, en el trabajo mismo de la adicción, como el punto de obturación. A diferencia de las psicosis, en donde la restitución a través del delirio porta los entramados de un saber no sabido por el psicótico. La restitución en la adicción es la “cancelación tóxica” que deja por fuera la posibilidad de introducir un saber. Es más bien, del orden de una compulsión que opera más allá del principio del placer.
Otro abordaje posible es el de las comunidades terapéuticas. Allí, en estas modalidades de funcionamiento grupal, vemos que los pacientes adictos van generando en pequeñas “dosis” (todavía en su lenguaje de referencia absoluta de dialectización inerte) las huellas de destellantes encuentros con el Otro. Es en este encuentro con el otro imaginario funcionando en espejo que la escenificación en abstinencia podrá producir, en el mejor de los casos, una posición distinta del sujeto. La demanda insistente y que sin embargo transita fuera de los carriles de la palabra en su posición metafórica, es la demanda de un Otro que instaure un límite a esta experiencia de que el partenaire sea un objeto. La demanda sigue existiendo ya que evidentemente desaparecer como sujeto no es posible.
Como llamativo, vemos una diferencia que no progresa hacia la exclusión de la introducción de sus principios, sino más bien señala lo que marca una ruptura con la postulación lacaniana que introduce de buenas a primeras al inconsciente estructurado como un lenguaje. Leemos: pérdida de la biología del cuerpo anatomizado.
En este tipo de abordajes, resulta interesante este otro modo de situar el cuerpo. “El adicto vive la fantasía de que es un ser invisible y que por lo tanto los otros no ven lo que le esta pasando. Su sorpresa llega a ser muy grande, cuando toman conciencia de que mapeos cerebrales, tomografías de fotón único (SPECT), resonancias magnéticas nucleares cerebrales, tomografías de emisión de positrones (pet), aminogramas, le muestran que es posible ver mas allá de lo que puedan ver sus propios ojos. Esta estrategia no desconsidera otros problemas que también pueden estar disociados, negados y/o proyectados fuera de su yo, pero estratégicamente seguimos la línea de trabajar en esta primera etapa del tratamiento con la disociación mente / cuerpo.
Reiteramos con finalidad didáctica que el cuerpo humano es el documento mas incontrovertido que demuestra nuestra pertenencia al mundo animal. El cuerpo es finito, el cuerpo es el límite. En la fantasía podemos imaginarnos o ilusionar cualquier cosa. Con el cuerpo no. La anatomía es el destino, decía Freud citando a Napoleón.”[11]
Si bien es necesario considerar que las comunidades terapéuticas pueden asumir la forma de segregación del Otro, en tanto que se exige a cada quién que renuncie a su goce como condición de ser aceptado otra vez en la comunidad, no podemos dejar de resaltar que, en muchos casos, este goce se constituye en una senda ininterrumpida hacia la muerte. Corte, supresión, represión… ¿plausible de ser pensados por fuera del discurso del Amo?
En este punto, se sitúa como fundamental que la comunidad terapéutica tenga bien en claro que su objetivo es el de la reinserción social, evitando la caída en el “institucionalismo” en el que los egresados quedarían atrapados en la misma de por vida, limitados por su “seudoidentidad comunitaria” por un lado y por el desarraigo por otro.
En esta encrucijada diversa, retomamos la fantasía como Freud la plantea como mecanismo de todas las adicciones. La fantasía que se suelda al autoerotismo masturbatorio primario es la de la realización de la prohibición que instaura el complejo de Edipo: la realización placentera de la posesión del objeto incestuoso. Esta fantasía encumbra la omnipotencia de un narcisismo que se basta a si mismo.
A través de mi pasaje por una comunidad terapéutica trabajando con pacientes adictos, diré que la instauración de la palabra desde un sujeto barrado es desde un lugar oscilante que puede efectuarse. Y en un encuadre que sitúa en su estricta reglamentación los límites, dando lugar a favorecer la experiencia de la instalación de una temporalidad otra. Hablo de instauración de la palabra y no de respuesta a una pregunta, ya que esta se halla ausente. Atraviesa la comunidad un no saber que hacer con la falta en el Otro. Entonces, si bien la comunidad terapéutica puede instalarse como una gran respuesta, el derrotero en cada instancia será la posibilidad de instaurar una pregunta. Muchas veces esta pregunta, cuando se instala, aparece en el decir de Kalina frente al temor que suscita una mala experiencia con las drogas que deja al cuerpo expuesto a la visualización de su límite: la finitud, la muerte. Es en este punto que algo de la castración se desvela y se suscita el pedido de internación.
Retomando la cita inicial de esta exposición, se escucha en el trasfondo de toda patología adictiva, el dilema del hombre frente a la finitud de la existencia. Y en su no aceptación, la instalación de la infinitud a través de una ingesta química, cuando esta funciona, y la desesperación que hace desparecer este sentimiento que se caracteriza por no sentir nada, cuando fracasa el velamiento que la consumición intenta imponer frente a la finitud, en una negación de la muerte. Lo cual posiciona al sujeto frente al rechazo de la angustia de castración, que le viene del Otro. Vemos sujetos en los que el registro del otro horada la inexistencia. Luca Prodan nos decía al respecto”…Siempre digo que es el útero, como la mamá eterna…no te bañas…no lloras…haces menos pis…con la heroína no te importa nadie.”
Rescato esta cita, que habilita a pensar en el fracaso del éxito de la droga en las comunidades terapéuticas: “Tal vez para acompañar en el intento de torcer ese destino de mortífera convicción, estar ahí procurando como espectadores de primera fila prolongar el entreacto, es decir que el tiempo que media entre acto y acto puede ser cargado de significaciones con algún sentido reparador. Que el ritual monocorde de la droga sea reemplazado por otros rituales, tales como alguna ocupación, la medicación, nuestra presencia, etc. Todos intentos de establecer ciertas detenciones que establezcan alguna noción de tiempo, de espera”.[12]
Espera, que en su instauración de un tiempo otro, se acerque cada vez más a la instauración del tiempo lógico del inconsciente, que agazapado, no deja de decir lo no dicho.
[1] Psicóloga, alumna del seminario Drogodependencias .Asistencia Clínica”, que se dicta en el Centro Carlos Gardel.
[2] Antonin Artaud: “Van Gogh el suicidado por la sociedad”. Prologo de “Antonin Artaud el enemigo de la sociedad” por Aldo Pellegrini. Barcelona, Editorial Argonauta, 1981, pag. 38,39.
[3] Miller, Jacques –Alain: “Los signos del goce. Paidos. Buenos Aires, 1998
[4] Tarrab, Mauricio: "Una experiencia vacía", Mas allá de las drogas, Bolivia, Plural editores, 2000 pag. 123
[5] Lacan Jacques: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo” en Escritos II, Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 1991, pag. 775
[6] Tarrab, Mauricio: “Mírenlos como gozan!!!” Sujeto Goce y Modernidad I. Ed. Atuel, 1993, pag. 41
[7] Lacan Jacques: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo” en Escritos II, ob.cit., pag. 779
[8] Freud, S...: “El malestar en la cultura” en Obras Completas, Tomo III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, pag. 3051
[9] Freud, S.: “Inhibición, Síntoma y Angustia”, ob. cit., pag. 2877.
[10] Fernando Geberovich: “Toxicomanías. Un dolor irresistible”. Revista “Zona Erógena”. Nº 38, Buenos Aires, 1998.
[11] Kalina Eduardo: “Adicciones Aportes para la clínica y la terapéutica”, Buenos Aires, 2000, Editorial Paidos, pag. 31
[12] Rshaid José María: “Comunidad Terapéutica. Para rehabilitación de drogadependientes. Un desafío Teórico – Técnico”, Capítulo 2, Lic. Jorge Torres. Buenos Aires, 2000, Ediciones Sur, pag. 108-109
[8] Fernando Geberovich: “Toxicomanías. Un dolor irresistible”. Revista “Zona Erógena”. Nº 38, Buenos Aires, 1998.
[9] Kalina Eduardo: “Adicciones Aportes para la clínica y la terapéutica”, Buenos Aires, 2000, Editorial Paidos, pag. 31
[10] Rshaid José María: “Comunidad Terapéutica. Para rehabilitación de drogadependientes. Un desafío Teórico – Técnico”, Capítulo 2, Lic. Jorge Torres. Buenos Aires, 2000, Ediciones Sur, pag. 108-109
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