Por Pilar Corsiglia
El psicoanalista
dedicado a la clínica de las adicciones tiene que estar advertido acerca de los
mitos y prejuicios del discurso de referencia social sobre las drogas. Se trata
del discurso de la opinión pública, en consonancia con el discurso médico-legal,
que entiende a “la droga” como el gran flagelo de la humanidad: una suerte de
epidemia contagiosa que ataca y destruye a las personas y a su grupo social. Así circulan en los medios de comunicación, en los medios
académicos y profesionales, significaciones cristalizadas que atribuyen
a los narcóticos un poder absoluto e incluso demoníaco, capaz de controlar a
los individuos. Frases hechas como “la droga mata” o “de la
droga no se sale”, dejan a los llamados “adictos” en posición de víctimas de
este supuesto flagelo, y así se olvida que ellos son responsables de sus actos.
Trabajo basado en el Seminario “Clínica de las «adicciones»: una apuesta desegregativa”, a cargo de la Lic. Silvia Quevedo, dictado en el Centro Carlos Gardel de asistencia en adicciones. Ciudad de Buenos Aires, Año 2011.
Le Poulichet, Sylvie· Art. “Toxicomanías “de “Elementos para una Enciclopedia del Psicoanálisis. El aporte freudiano” con la dirección de Pierre Kaufmann. Ed.Paidós 1996.
Le Poulichet, Sylvie "Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo". Anagrama editores .1990.
Miller, Jacques- Alain – Laurent, Éric. “Seminario: El Otro que no existe y sus comités de ética” (1997). Ed. Paidós. 2004. Cap. 15
Quevedo, Silvia. “Lazo Social o Segregación: el recurso a las drogas” Art. del libro “Clínica Institucional en toxicomanías. Una cita con el Centro Carlos Gardel “. Ed. Letra Viva. 2006.
Quevedo, Silvia- Kameniecki, Mario “Dispositivos clínicos en toxicomanías” en Donghi, Alicia - Gartland, Cristina - Quevedo, Silvia. (Compiladores) “Cuerpo y Subjetividad. Variantes e Invariantes Clínicas”. Ed. Letra Viva. Año 2005.
Sánchez, Mario: Entrevista a Jean Claude Maleval “Particularidades del uso de drogas en las psicosis”.Publ. Ann.Med.Interne, 2001. 152, suppl. Au n° 7, pp.2553-2558, Masson, Paris, 2001.Publicado en Castellano en Revista “El Murciélago” Nº 14. En www.descartes.org.ar / publicaciones.
Soler, Colette."Sobre la segregación" Publicación T y A. 1995.
Stevens, Alexandre. “La errancia del toxicómano”. Stevens, Alexandre. “L’errance d’un toxicomane”, Quarto Nº 74, Revue de Psychanalyse, École dela Cause Freudienne.
ACF Bélgica. Nov.2002.Trad. al castellano por Esmeralda Miras.
Testa, Adriana. “El Psicoanálisis y los tratamientos de las adicciones. Sobre el límite de la práctica”. Conferencia Ciclo IOMLa Plata.15 /8/2008.
Para el sentido
común, el término “droga” queda reservado a
las sustancias ilícitas, que serían venenos, mientras que para las sustancias
legales se usa el término remedio, o medicamento. Así se desconoce que todas
las sustancias psicoactivas, incluso el alcohol y los psicofármacos, son
drogas, y todas se caracterizan por la ambigüedad que las convierte en veneno o
remedio según el uso que se haga de las mismas.
El prejuicio más común es el que supone
que todo consumo de sustancias ilícitas es negativo y por lo tanto es sinónimo
de adicción, mientras que al consumo de alcohol, por ejemplo, se le atribuyen
umbrales, es decir, se piensa que hay diferentes modos de beber que irían de
los saludables a los patológicos.[1]
Esta distinción entre sustancias lícitas e ilícitas es arbitraria y no tiene
que ver con la toxicidad de las sustancias.
En cuanto al término “adicto”, es una
categoría del discurso social, un nombre que intenta clasificar y definir a un
grupo de individuos por su práctica de consumo, o sea su práctica de goce, y no
por su subjetividad. Esta homogeneización del modo de gozar, suprime las
diferencias entre los individuos, excluyendo: su singularidad, su historia, su
estructura psíquica y la función que tiene el uso de las sustancias para cada
uno.
Así se construye un estereotipo del
adicto y un estereotipo de la adicción, como un trastorno específico
caracterizado por términos como “craving”, “dependencia psíquica”, “dependencia
física”, “tolerancia”, etcétera. Este trastorno aparece en los manuales de
diagnóstico que usan los profesionales, especialistas en adicciones, que
prescriben iguales tratamientos, basados en la abstinencia obligatoria del
consumo, para pacientes que serían todos iguales, o sea, “drogadictos”. Esta es
la lógica de la universalización de la ciencia, que según la tesis lacaniana
lleva a la segregación; a la exclusión social de un determinado grupo de
personas. Y en esta lógica se inscriben la mayoría de los tratamientos que
ofrece el mercado hoy en día para personas con adicciones.
El psicoanálisis rompe con esta
concepción y entiende a la adicción no como una entidad patológica autónoma,
sino como un fenómeno transestructural, una práctica que se presenta en
diferentes estructuras psíquicas y además presenta una gran variabilidad según
cada paciente. Por eso el psicoanalista en su práctica no se orienta según un
objetivo preestablecido para tratar al “adicto” (o curar la “adicción”). Para
él, el “adicto” es sólo un personaje del imaginario social, no el individuo con
el que se encuentra en su práctica, mientras que las adicciones no pueden
reducirse a un mismo cuadro de tratamiento dado.
Lo complejo del asunto es que en
general los pacientes se aferran al discurso social, ubicando el peso de su
sufrimiento en la sustancia tóxica, en vez de ubicarlo en otros problemas para
los cuales la sustancia sería un recurso.Y muchas veces también los terapeutas suscriben
a esta “discursividad psicológica que hace de
la toxicomanía una «teoría» apta para
ocultar a todos las verdaderas constelaciones de la alienación”[2].
Esa es la opinión de Le Poulichet, quien cree que el
analista debe velar por su propia abstinencia en cuanto a las tentaciones de
tratar la toxicomanía.
No se trata para el analista de
intentar que el paciente abandone el consumo de sustancias, ya que eso responde a un ideal de salud. Y el psicoanalista en su
práctica debe poner en suspenso sus ideales. Pero además, debe estar advertido
de que para algunos pacientes la interrupción del consumo podría ser riesgosa,
porque podría alterar la economía libidinal que mantiene estabilizada su
estructura psíquica, y por ejemplo, propiciar un pasaje al acto o el
desencadenamiento de una psicosis.
Para el
analista cada caso requiere un tratamiento diferente que no siempre implica la
abstinencia del consumo por parte del paciente. Más bien la cura “implica un
giro en la posición subjetiva y que por añadidura alguien pueda alcanzar la
abstinencia o un uso regulado de las sustancias, en el sentido de una acotación
del goce desmedido”[3].
En
consecuencia, no se trata de crear una terapéutica especializada en adicciones,
ni de formular teorías sobre una supuesta personalidad del toxicómano. Por el
contrario, se trata de que los analistas se orienten por la singularidad del
caso por caso, que revela los diferentes significados que adquieren las
prácticas adictivas en cada uno de los pacientes.
En
nuestra época, el consumo de sustancias psicoactivas no se inscribe como en
otras épocas, en el marco de rituales, religiones, ideales políticos o
culturales. Ya no es funcional al lazo social como lo era en otras épocas en
que estaba regulado por discursos, y entonces los usos de drogas eran acotados
y aceptados.
En
nuestra época el consumo de estas sustancias adquiere la tendencia del discurso
capitalista: el imperativo de goce; de ganancia de placer, mediante el acceso alos productos que ofrece el
mercado, sin necesidad de recurrir a otras personas y prescindiendo de la
sublimación. Esto deja a muchos individuos frente a una apropiación autista del
goce[4], un individualismo
asocial. Y esto no quiere decir que la gente no se reúna, sino que los
discursos que regulan sus relaciones ya no son consistentes: no hay en esta
época una función consistente de trasmisión de ideales y normas, saberes y
costumbres[5]que orienten y den sentido
a la vida de los sujetos.
Si
entendemos al discurso como un lazo social, que sirve para regular el goce,
entonces la adicción podría acotarse, o disolverse, mediante la reconstrucción
de los lazos sociales.
Y es en
este sentido que el dispositivo de grupos terapéuticos constituye un gran
aporte a esta clínica, al funcionar como espacio de recuperación de los lazos sociales. Y el psicoanalista puede servirse de
este recurso, poniendo en juego en el dispositivo grupal los principios del psicoanálisis: la escucha;
la abstinencia; la neutralidad; y la importancia de la singularidad: pensar
diferentes intervenciones para diferentes pacientes.
Veamos entonces con una viñeta cómo se ponen en juego estos principios.
En un centro de salud de la ciudad de Buenos Aires, funciona un grupo
terapéutico que tuve la oportunidad de observar. Se trata de un grupo de
admisión, coordinado por dos psicólogas, al que se van incorporando nuevos
pacientes con el tiempo, así como otros van saliendo porque concluyen su
tratamiento o son derivados a otros dispositivos, según el caso.
Lo primero que me llamó la atención de este grupo fue la diversidad
(las diferencias de edad, sexo, incluso nacionalidad de los pacientes, estilos
de vida, configuración familiar, nivel de educación, etcétera). Y, aunque todos
tenían en común el problema del consumo de sustancias, no todos consumían las
mismas sustancias ni lo hacían de la misma manera: algunos consumían cocaína,
otros pasta base, otros alcohol y había uno que sólo hablaba de su intento por
dejar el tabaco.
Pero había otro rasgo en común por el cual los pacientes habían sido
derivados al grupo. En la mayoría de sus relatos aparecía algo relacionado a la
ruptura de vínculos sociales: el aislamiento, el encierro ligado al consumo, la
dificultad para pedir ayuda a otros. Ninguno hizo referencia a las amistades,
aunque sí a la familia y al trabajo. Algunos de ellos no contaban con una
familia, ni una casa (vivían en paradores). Para estos casos de pacientes con pocos recursos materiales y sociales, el grupo es un recurso
valioso porque puede funcionar como un lugar de referencia, una red de
contención que los ayude a construir o recuperar vínculos perdidos.
El grupo funciona como
un espacio para vincularse con otros desde la palabra y desde la escucha,
desarrollando la capacidad de
escuchar y aprender del otro, y contar con el otro para ser escuchado. Allí los
pacientes tienen un lugar y
pueden hablar de sí mismos, algo con lo que quizás no cuentan afuera del grupo.
Esto puede ayudar a modificar algo de la modalidad de vincularse de ellos en su
vida.
Por ejemplo, una intervención de las psicólogas que iba en este sentido
fue la que hicieron en el caso de un paciente que contó que había vuelto a
fumar pasta base después de un tiempo considerable de abstinencia. Ellas no
juzgaron su “recaída”, y en cambio, le preguntaron si no había pensado en
recurrir a su hermana, que aparentemente era la persona con la que él podía
hablar y a la que podía pedirle ayuda, en vez de recurrir a las sustancias.
De todos
los relatos que escuché en el grupo, el que me convocó más fue el de una
paciente que voy a llamar Fabiana, de unos 50 años. Tenía una expresión muy llamativa
de enojo y de preocupación constantes. Ella contó que estaba muy mal, que
estaba en una montaña rusa y no se podía bajar. Dijo que se había tomado
vacaciones de la terapia y de los talleres a los que concurría en el centro, y
que había estado consumiendo cocaína tres días sin dormir, delante de sus
nietos. Contó que fue su ex pareja, al que logró echar de su casa, el que le
llevó la cocaína, cuando ella le había pedido por favor que no le llevara más
drogas. La queja iba dirigida hacia él.
Cuando Fabiana
terminó de hablar algunos de los pacientes le dieron sus opiniones: uno dijo
que la entendía, con lo de no poder parar de tomar, pero que ella tenía que
pensar en lo mal que se sentía cuando estaba “dura”, y acordarse de eso cada
vez que quisiera consumir. Otro, le dijo que le parecía que ella no estaba tan
mal porque había dado un paso importante al echar a su ex pareja de su casa,
aunque no creía que fuera la culpa de él que ella hubiera vuelto a consumir. Y
otro, le sugirió que se alejara de ese ambiente en el que
estaba, que dejara de ver a su ex pareja definitivamente, que cambiara de aire
y saliera un poco de su barrio.
Las
psicólogas intervinieron en ese momento diciendo a los pacientes que las
opiniones y los consejos que le habían dado a Fabiana, tenían que ver con cada
uno de ellos, con su propia verdad, y no necesariamente con
la situación de ella. Una de las psicólogas aclaró que lo que uno
pensaba sobre el otro y su situación, uno podía decirlo o no: también podía
contestar con un silencio o una pregunta que provocara en el otro hablar más, y
encontrar palabras nuevas. Y recuerdo que insistieron con
esta intervención más de una vez, apuntando a respetar la singularidad de cada
paciente, a promover la reflexión y no la obturación con frases del sentido
común.
Por su orientación psicoanalítica, este grupo no se basa en la
concepción moral sobre el uso de drogas del discurso social. Por eso no se
maneja por objetivos prefijados que los pacientes deberían alcanzar. Esto lo
diferencia de otros grupos como los de “Alcohólicos Anónimos”, por ejemplo, con sus 12 pasos a seguir para alcanzar elobjetivo
primordial de la sobriedad. Así refuerzan la idea que le da a la droga un poder
dominante ante el cual los individuos serían impotentes.
En este grupo, lo único que se les exige a los pacientes (además de
respetar el encuadre) es que concurran a
las sesiones, que no falten. Y eso fue lo que le dijeron las psicólogas a
Fabiana, después de escucharla, que era importante que ella siguiera
concurriendo al grupo, así como a su terapia individual y a los talleres, y que
no se tomara vacaciones de la terapia, al menos en este momento en que estaba
con problemas. La estrategia apuntaba a consolidar
el lazo de Fabiana con la institución como un punto de apoyo.
En una ocasión, otro paciente contó una experiencia: decidió viajar
lejos, irse afuera del país, alejarse de su barrio, “empezar de nuevo” y dejar
el consumo. Lo que le pasó fue que en el primer lugar en el que paró le
ofrecieron drogas, y así se dio cuenta de que las drogas estaban en todos lados
y que no le servía irse lejos, porque el problema estaba en él. En vez de dar
un consejo, este paciente con su relato hizo una gran contribución, porque hizo
referencia al tema de la responsabilidad. Poniendo en cuestión una
representación social cristalizada que es la que justifica a la adicción con la
influencia de las malas compañías o el entorno social. Cuestionando los
prejuicios sobre las drogas, se genera un cambio
discursivo que orienta a los pacientes hacia la búsqueda de una causa de la
adicción, que estaría en ellos y no en la sustancia: una fuente enigmática de
sufrimiento que sería la suya propia y no la del “adicto”[6].
El lazo social, como intercambio y circulación de las diferencias, se
pone en juego cuando los pacientes despliegan sus problemáticas y advierten las
diferencias que existen entre ellos, al escucharse. Así se dan cuenta de que no
todos sufren la misma “enfermedad”, sino que cada uno está marcado por una
historia diferente y su consumo problemático responde a algo propio de cada uno
de ellos. Esto contribuye al pasaje de la monosintomaticidad que los engloba en
el conjunto de los “adictos” a la singularización.
Volviendo al caso de Fabiana, otra cosa que contó fue que se había
tomado 18 pastillas para poder “bajar de la merca”, porque no le hacían efecto.
Eran las pastillas que le recetaba su psiquiatra, a la que le mentía, dijo, por
miedo a que le sacara la medicación.
Me pregunto cómo será la relación de esta paciente con su psiquiatra, y sobre todo cómo será la posición de esta última. Tal vez no haya entre ellas un puente de confianza que le permita a la paciente hablar con sinceridad de su consumo. Esta cuestión es importante porque si hubiera confianza entre ellas, quizás podrían hablar de los riesgos que conlleva una práctica de abuso como esa, y evitar que se repita, intentando modificar la modalidad de consumo de la paciente, sin suprimirle la medicación, lo cual iría en la línea de la reducción de daños.
Me pregunto cómo será la relación de esta paciente con su psiquiatra, y sobre todo cómo será la posición de esta última. Tal vez no haya entre ellas un puente de confianza que le permita a la paciente hablar con sinceridad de su consumo. Esta cuestión es importante porque si hubiera confianza entre ellas, quizás podrían hablar de los riesgos que conlleva una práctica de abuso como esa, y evitar que se repita, intentando modificar la modalidad de consumo de la paciente, sin suprimirle la medicación, lo cual iría en la línea de la reducción de daños.
Para
concluir, el consumo abusivo que presentaba esta paciente, el consumir sin
parar, puede leerse como un goce desmedido sin regulación, un “dejarse ir hacia
la muerte”, que, como dice Mario Sánchez, tiene que ver no tanto con el intento
de obtener más satisfacción del consumo, sino más bien con el rechazo al lazo
social.
Entonces, ¿será que el empuje al consumo asocial del capitalismo es más
determinante en el fenómeno de las adicciones que los efectos neuroquímicos que
producen las sustancias psicoactivas (llamadas “adictivas”)? Esto se hace
evidente si se tiene en cuenta que la adicción es un fenómeno social
relativamente nuevo en la historia de la humanidad mientras que el uso de
sustancias psicoactivas se remonta a la antigüedad.
Trabajo basado en el Seminario “Clínica de las «adicciones»: una apuesta desegregativa”, a cargo de la Lic. Silvia Quevedo, dictado en el Centro Carlos Gardel de asistencia en adicciones. Ciudad de Buenos Aires, Año 2011.
[1] Ehrenberg,
Alain. ”Un mundo de funámbulos”. Art. del libro: “Individuos bajo influencia”.
Ehrenberg, A. (Compilador) Ed. Nueva Visión.1990. Pág. 12
[2]Le Poulichet,
Sylvie "Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo".
Anagrama editores .1990. Pág. 201
[3]Quevedo,
Silvia- Kameniecki, Mario “Dispositivos clínicos en toxicomanías” en “Cuerpo y
Subjetividad. Variantes e Invariantes Clínicas”. Ed. Letra Viva. Año 2005. Pág.
157
[4]Alemán,
J. citado por Silvia Quevedo en “Lazo Social o Segregación: el recurso a las
drogas” Art. del libro “Clínica Institucional en toxicomanías. Una cita con el
Centro Carlos Gardel “. Ed. Letra Viva. 2006.
[5]Quevedo,
Silvia. “De psicosis y toxicomanías: Un caso particular de montaje adictivo”.
En el libro “Cuerpo y subjetividad. Variantes e Invariantes clínicas”. Ed.Letra
Viva. Año 2005.
[6] Le Poulichet,
Sylvie· Art. “Toxicomanías “de “Elementos para una Enciclopedia del
Psicoanálisis. El aporte freudiano, con la dirección de Pierre Kaufmann.
Ed.Paidós 1996. Pág. 514
Bibliografía
Ehrenberg,
Alain. ”Un mundo de funámbulos”. Art. del libro: “Individuos bajo influencia”.
Ehrenberg, A. (Compilador) Ed. Nueva Visión.1990. Le Poulichet, Sylvie· Art. “Toxicomanías “de “Elementos para una Enciclopedia del Psicoanálisis. El aporte freudiano” con la dirección de Pierre Kaufmann. Ed.Paidós 1996.
Le Poulichet, Sylvie "Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo". Anagrama editores .1990.
Miller, Jacques- Alain – Laurent, Éric. “Seminario: El Otro que no existe y sus comités de ética” (1997). Ed. Paidós. 2004. Cap. 15
Quevedo, Silvia. “Lazo Social o Segregación: el recurso a las drogas” Art. del libro “Clínica Institucional en toxicomanías. Una cita con el Centro Carlos Gardel “. Ed. Letra Viva. 2006.
Quevedo, Silvia- Kameniecki, Mario “Dispositivos clínicos en toxicomanías” en Donghi, Alicia - Gartland, Cristina - Quevedo, Silvia. (Compiladores) “Cuerpo y Subjetividad. Variantes e Invariantes Clínicas”. Ed. Letra Viva. Año 2005.
Sánchez, Mario: Entrevista a Jean Claude Maleval “Particularidades del uso de drogas en las psicosis”.Publ. Ann.Med.Interne, 2001. 152, suppl. Au n° 7, pp.2553-2558, Masson, Paris, 2001.Publicado en Castellano en Revista “El Murciélago” Nº 14. En www.descartes.org.ar / publicaciones.
Soler, Colette."Sobre la segregación" Publicación T y A. 1995.
Stevens, Alexandre. “La errancia del toxicómano”. Stevens, Alexandre. “L’errance d’un toxicomane”, Quarto Nº 74, Revue de Psychanalyse, École de
Testa, Adriana. “El Psicoanálisis y los tratamientos de las adicciones. Sobre el límite de la práctica”. Conferencia Ciclo IOM
2 comentarios:
Muy interesante el artículo. Coincido con la idea de la etiqueta "adicto" como un modo de barrer con la subjetividad y cerrar sentido. Trabajando en esta problemática y muy interesada por seguir formándome, me aparece una pregunta o veo una paradoja en el hecho de la construcción de dispositivos específicos de toxicomanías (instiuciones o servicios especializados) incluso con una orientación psicoanalítica. La construcción de un dispositivo específico no sería a priori un modo de cerrar, etiquetar y cercar a todos aquellos que trasponen el malestar al consumo en un mismo grupo? No sería de entrada un modo de poner el énfasis en la sustancia? Romina.-
. COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
EN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años
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