martes, 15 de enero de 2013

Boletín Número 22 - Enero 2013


Boletín del Centro de Día Carlos Gardel
de Asistencia en Adicciones 
Publicación sobre prevención, asistencia, investigación,
capacitación y políticas públicas en drogadependencias
 Número 22 – enero/2013                                                 Ciudad Autónoma de Buenos Aires
  “Su propuesta es inaugurar un ámbito de información, participación, intercambio y pluralidad de opiniones con y entre profesionales del ámbito público dedicados al campo de las drogadependencias”. 

Estimados lectores: en este primer número del año contamos con dos textos de asistentes a seminarios que organiza y desarrolla el centro. En esta oportunidad, los trabajos son de la autoría de Romina Brunetti y Ximena Pardiñas, y de Laura Sol Gedacht y Eleonora Lapolla. Si bien cada texto aborda los temas desde modalidades y puntos de vista diferentes encontrarán también en ellos afinidades y puntos en común. Destacamos que los mismos tratan sobre transferencia y síntoma en la clínica de las toxicomanías o de los consumos problemáticos. Ambos textos cuentan con ejemplos de la clínica – recortes, casos, fragmentos- , y con desarrollos teóricos, que si bien tienen como eje la transferencia y el síntoma, tocan otras cuestiones que encontramos en nuestra práctica cotidiana con personas que consultan por problemas vinculados al uso de drogas de nuestra época.
En nombre del equipo que hace posible este boletín, nuestros mejores deseos para el año 2013.
Contenidos


por Laura Sol Gedacht y Eleonora Lapolla

por Romina Brunetti y Ximena Pardiñas



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Este Boletín está editado por el equipo profesional del Centro Carlos Gardel del Área Programática del Hospital Ramos Mejía.
  
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ISSN 1851-3344

Transferencia, un nuevo amor, una rectificación del Otro


Romina Brunetti
XImena Pardiñas

Nuestra época se caracteriza por la presencia de profundas transformaciones que se dan a nivel social, cultural e individual. Transformaciones que son el corolario de la globalización que ha dejado sus huellas en el borramiento que hizo de las diferencias. Hoy por hoy todos somos consumidores de una infinidad de objetos, dominados por un empuje a gozar de todos ellos en pos de alcanzar la felicidad. Ese empuje feroz a gozar, en un tiempo donde los modelos y los ideales están en decadencia, donde las instituciones, aquellas que guiaban y ordenaban la vida de las personas, están desdibujadas en su función, traen como consecuencia la exclusión de aquellos que no entran en este circuito de consumo o por el contrario se produce una suerte de consumo de objetos como forma de hacer frente a un vacío, a la angustia y a la dificultad de vivir en sociedad. Ante este panorama que convence al sujeto que todo puede colmarse con objetos, el tóxico aparece como un objeto que concierne en mayor medida al sujeto del goce y en menor medida al sujeto de la palabra. De esta forma el psicoanálisis se presenta con otra apuesta, que es la de apuntar al propio deseo del sujeto, para poner un tope a ese goce, dando importancia a la función que la sustancia tiene en su economía libidinal. Para ello, se hace imprescindible, la creación de un espacio para el despliegue de los dichos del paciente, de manera tal que posibilite al sujeto la entrada en transferencia y en el mejor se los casos, vía la formación de un síntoma, encontrar en su decir la función que el tóxico viene a cumplir. Será esta nuestra tarea, la de comenzar a articular y cuestionar esa forma de gozar, donde las fallas en la inscripción de la ley no permitieron que ésta opere, y un saber compacto se impone y obtura el saber inconsciente. Allí debe dirigirse el deseo del analista, a que el sujeto de analice.
Estas nuevas presentaciones que llegan a la consulta forman parte de las llamadas formaciones narcisistas, formaciones que están por fuera del inconsciente y del campo de los significantes, presentaciones que están del lado de las Neurosis actuales y no del síntoma, esto es: del lado de la descarga corporal y no de las representaciones, con lo cual nos enfrentamos a una defensa frente a la angustia que es de otro orden, estamos frente a una cancelación tóxica del dolor y no frente a la represión de lo intolerable. Por esto, en la clínica de las toxicomanías, no nos encontramos con sujetos divididos, y de ahí, cierta dificultad para operar en el tratamiento, a través de la rectificación subjetiva o la histerización del discurso, en busca de la responsabilidad y las verdaderas causas en torno al padecimiento del sujeto.
Estas nuevas presentaciones, mediante la operación del farmakón, reniegan de la castración, y con esto se permiten sustraerse de la angustia de la falta, soportar el trauma y el dolor de existir. La ruptura con la lógica fálica que esto implica, permite al sujeto desentenderse de su propia falta –y la del Otro-. Se trata de la búsqueda de una inmediata satisfacción, sin necesidad de pasar por los derroteros que implica el pasaje por el Otro del lenguaje. Con lo cual, estos individuos que hacen “un uso perverso del objeto para cubrir la hiancia de la castración”1, nos convocan hacia una nueva transferencia, una transferencia ligada al objeto del cual se goza o a una transferencia en base a la identificación idealizante, esto es a un rasgo. Por ello es difícil el tratamiento a partir del establecimiento de una transferencia simbólica propia de la clínica clásica, porque se ve obstaculizada en su función, que es la de anudar la palabra a la dialéctica del deseo. La palabra, en estas presentaciones, está fijada al objeto, vacía de sentido, no está en relación a los significantes. Por eso, estas respuestas o soluciones que estas personas arman en torno a su padecimiento, requieren un espacio de alojamiento y escucha distinto para el abordaje psicoanalítico de las toxicomanías, haciendo un tratamiento para cada sujeto en particular y no un tratamiento posible para todos.
Entonces, para que el despliegue de la transferencia no se vea obstaculizado, este espacio singular será aquel en el que el analista se abstiene de todo prejuicio en torno a “la droga”: como el objeto causa del problema, o como la sustancia competidora que hará desestabilizar o fracasar el tratamiento. Esta abstinencia es del analista, es una privación de su ser, no es la abstinencia de la sustancia. Se podría pensar que es la abstinencia de un saber que el analista posee y que voluntariamente renuncia hasta tanto se constituya el Sujeto Supuesto Saber, ya que este se constituye a partir de la ignorancia. Miller dice al respecto: “la función operativa de la ignorancia es la misma que la de la transferencia”2. Lo que se intenta a través del marco transferencial es ir produciendo cierta regulación del goce por la vía de la palabra, apostando a la aparición del sujeto, y a revelar la función de la sustancia en su economía libidinal, teniendo presente que las drogas no son todas iguales y cada uno hace un uso particular de ellas. Para ello, es importante el alojamiento y el interés en los dichos del individuo para poder dar cuenta a partir de un “campo transferencial singular”3, cómo el tóxico se inscribe en el discurso del consultante que permita crear las condiciones para producir un reordenamiento del goce. Interesarse en estos dichos, es separarse de los hechos, de manera tal de poder dar cuenta de cómo el paciente se posiciona frente a ellos y abrir la posibilidad de un cambio de posición subjetiva, que implica también acercarse a un saber supuesto por parte del sujeto.
Teniendo en cuenta esto, las toxicomanías requieren un abordaje distinto, al menos en un primer momento, el cual tendrá que ver con ir ubicando ciertas coordenadas históricas en que la operación del farmakon se formó y que permitió el borramiento del sujeto, tendrá que ver también con la creación de un espacio donde circule la palabra y el restablecimiento de un tiempo, distinto al de la urgencia, un tiempo de espera, un tiempo subjetivo, sin olvidar que muchos de los consultantes se encuentran en un impasse temporal como consecuencia de dicha operación. De esta forma se intenta orientar esta problemática hacia otra escena, en la cual el sujeto pase del goce de la sustancia hacia la circulación de sus propios decires, ir ligando algo de ese goce feroz a partir de las intervenciones, esto es: ir situando aquellos puntos donde el tóxico fracasa, siguiendo la ruta de la angustia, y de tal manera lograr producir efectos y permitir al individuo apropiarse de lo que pide a partir de la recuperación de un relato que tiene que ver con su historia y con su padecimiento. En definitiva, se trata de ir construyendo una demanda, una demanda al Otro, que será demanda de amor y una pregunta por el ser.
Así el analista opera hacia una rectificación del Otro y no hacia la rectificación del sujeto. Y esto significa encarnar un Otro distinto al que el sujeto encontró en su historia, una nueva configuración que permita también implicar al sujeto en un lazo o en una transferencia con el Otro. De manera tal que el analista con su deseo ofrece un hueco, un lugar vacío para situarse como un Otro incompleto invitando al sujeto a hablar, permitiendo la circulación del deseo evitando otorgar sentidos que deberá encontrar el paciente en torno a lo que dice y le pasa.
De esta manera, la transferencia se convierte en la seguridad del analista, y las intervenciones como una forma de producir algo nuevo en el discurso del paciente. Se tratará también del atravesamiento de las identificaciones a las que el sujeto se ve sujetado, la transferencia así concebida conlleva la necesariedad de una pregunta, de un vacío que se opone a la consistencia del ser, es el pasaje del significante amo a un significante cualquiera, que el analista toma de los dichos del paciente. Es donde puede producirse un significante que es un significante cualquiera, sancionado por el analista, donde la pregunta impone al sujeto un no saber respecto de su posición, y allí su división. La propuesta del psicoanálisis para el analizante, que es la de no saber, es, poder enfrentarse con la falta, lo cual le permitirá al sujeto poder reescribir su historia.
Esta es una de las formas en que se puede ir desarmando un montaje toxicómano, desde el establecimiento de una transferencia real, atenuando el goce, donde el analista se posiciona como Otro distinto a los que se le presentaron al sujeto en su historia real. Intentar allí hacer una diferencia, una pregunta en pos de la búsqueda de un saber y de las formaciones del inconsciente donde el “farmakon podrá caer por sí mismo”.
Articulación clínica
R de 32 años llega al Centro identificado con un problema con el consumo de cocaína y como este consumo se le torna problemático al no poder controlarlo y en tanto le produce culpa por todo lo que pierde económica y emocionalmente. Señala que las ganas de consumir están siempre en su cabeza y que esto tiene que ver con las presiones de la vida cotidiana: la familia, el trabajo, su mujer, o sea las responsabilidades. Refiere sentirse como un adolescente. En relación a su padre sostiene que es su pilar, lo va a buscar cuando lo necesita y le busca tratamientos. Trabaja en un taller junto a él, negocio que le cederá el próximo año, por lo cual R dice que deberá hacerse responsable. R es padre de dos hijos, de su primer hija dirá que se desligó de ella y que se hicieron cargo sus padres, sobre todo su padre, como consecuencia del consumo de R. Menciona cierta decepción en torno a la madre de esta hija.
De su segundo hijo dirá que su llegada lo tomó por sorpresa. La figura de su padre, quien tiene 64 años, es muy relevante en el discurso del paciente: Mi viejo siempre fue todo para mí, un respaldo. En ese sentido he sido cómodo, yo sé que él siempre me va a ayudar. Eso me hace “irresponsable”. Mi pregunta es qué voy a hacer cuando no esté. Ahí no me va a quedar otra como en Chile, tener una responsabilidad. Cuando el analista indaga acerca de lo que llama “la responsabilidad”, R. señala: Ser responsable es llevar una línea de vida (…) yo soy un chico que nunca terminé las cosas, siempre fui inconstante, desde chico además me gustaba la joda… nunca me he tomado las cosas en serio, vivo de joda, quiero gente, bailar… mi hermano es lo opuesto a mí, es más anti-social… yo fui cantante de cuarteto, lo hice por el bardo… en esa época siempre tenía que tomar algo y trabajaba para comprarme cocaína (…) eso no está bueno, me gustaría ser un tipo normal, ser responsable, proyectarme, tener una familia… siempre he vivido el momento, “total mañana Dios proveerá”. En otra entrevista dirá: “la droga es algo que no le deseo a nadie. Vivís como una adolescencia prolongada. No me siento como un adulto, no sé por qué. No puedo sentar cabeza, madurar, si bien tuve mi familia en Chile. Siempre estuve preocupado por traer la plata, trabajar… se ve que no lo aguanté”. En relación a los trabajos comenta: “empiezo algo y no lo termino, con los trabajos duro un tiempo y me aburro. Me aburro fácil, no me gusta estar quieto. La rutina me mata. Es un acto de indisciplina, yo dejo todo a medias. El colegió no lo terminé, repetí.
R se autodefine como una persona que de pequeño ha sido caprichoso, y que “si quiere algo, lo trata de conseguir de cualquier forma”: si me propongo algo, lo hago. El analista señala que al mismo tiempo comenta que “no sostiene las cosas”, a lo cual dice: sí… pero después pierdo el interés… todo lo que uno consigue, después cuando ya lo tenés no es lo mismo. De su segunda mujer dirá que era cómoda, que no trabajaba, ni lo ayudaba y que discutían por el consumo.
De este recorte de la viñeta clínica se puede observar cómo R se posiciona frente a sus dichos, parecería que R es el eterno hijo de ese padre que lo cuida, lo protege, lo va a buscar donde sea. Un padre completo que todo lo puede, con él, con sus clientes, que sabe ahorrar y que es responsable. Ahora bien las mujeres en la vida de R parecen ser estafadoras, cómodas, y de las cuales hay que desconfiar. Se dirimen entre la sorpresa y la decepción. Qué pasará con su propia madre de la cual ni habla en estas primeras entrevistas y cómo esto puede tener que ver con su dificultad para situarse como padre.
Si bien estas son parte de las primera entrevistas, de lo que se trata aquí es poder tener un acercamiento a los dichos del paciente para pesquisar como éste se posiciona, y a partir de las intervenciones abrir interrogantes que le permitan otorgar sentido a aquello que le pasa por fuera del consumo.
Parecería que el consumo viene a funcionar como una forma de diferenciarse, de separarse de este padre. R no lo puede todo como aquél. No puede llevar adelante el negocio, su familia, ni controlar el dinero. Tal vez en el transcurso del tratamiento y bajo transferencia se podrá ir deconstruyendo a este padre que cubre todas las faltas de R. De manera tal que el sujeto pueda posicionarse frente a sus responsabilidades de otra manera y de acceder a ser padre con errores y aciertos. Indagar acerca de la culpa que siente, de qué se siente responsable realmente. De lo que se trata en este recorte es que hubo un padre que no transmitió algo del orden de la falta, algo falló allí, y el consumo viene a obturar algo de esto que ahora se le torna incontrolable a R. Sin embargo, esa falta es actuada por R, presentifica el resto, algo intenta señalar a su padre, como en el momento en que éste lo va a buscar a la salida de una fiesta, a pedido de R, y él se había ido para conseguir pasta base. Importa mostrar aquí el resto irreductible frente a los intentos del padre para obturar la falta, en un radical intento de separación mediante este llamado. Es indudable que R ha tenido lugar en el Otro, no se han desentendido de él, pero por otra parte, ¿qué lugar para alojar a su deseo en Otro tan completo? Este padre ideal, no ha pasado a ser el padre de la prohibición, el donador de la falta, orientado él mismo a constituir una mujer como objeto causa de su deseo, de su falta, y objeto de su goce.
Se produce así una suspensión de la dinámica de los conflictos psíquicos, lo que varios autores referencian como “supresión tóxica” de la memoria y la angustia, como un último intento de reunir o conservar un cuerpo amenazado por la efracción y la invasión de goce. El consumo funciona como una ruptura con la lógica fálica por eso R no tiene punto de referencia en cuanto a lo que consume, a lo que gasta, ni como ser padre.
Hasta el momento, R no puede procesar la excitación pulsional por vía de las representaciones. Porque ese cuerpo está presente, la angustia está a nivel del cuerpo, y lo describe en las sensaciones que tiene en el estómago cuando quiere consumir es como estar enamorado. En tanto el sujeto sigue taponando su deseo mediante este circuito, lo que hace es tomar el atajo de la “cancelación tóxica”, y no puede tolerar cierto desvío que va desde el sujeto al Otro por los carriles de la demanda, en función de una imposibilidad de tolerar la experiencia de la falta que implica el deseo, y la búsqueda de satisfacción por las vías metonímicas del discurso.
El desafío del analista aquí, será promover en R el pasaje o la cesión de este goce para acceder a un lugar donde se desplieguen los significantes y tal vez la formación de un síntoma.

Conclusión.
En el discurso de la lógica del consumo, del mercado, ineludible al momento de reflexionar sobre los signos de época, se corre el riesgo de ubicar al sujeto toxicómano como víctima del sistema, o abrocharlo a una identificación de adicto que le dé consistencia a ese ser, dejando por fuera su condición deseante y los modos en que se las arregla, en el mejor de los casos, con su goce. Desde la ética del psicoanálisis, será una búsqueda del sujeto la que oriente la dirección de la cura, allí donde las condiciones lo permitan.
La causa, como una invariante del sujeto, agente de su singular deseo, es el fundamento estructural, atemporal, inconsciente, el que determina el modo de desear, gozar, sufrir, de cada quien, donde viene a constituirse el campo privilegiado de la intervención analítica, puesto que la lógica del consumo y la cancelación tóxica se dirigen a sustituir una falta estructural.
Será necesario intentar ubicar en el lazo transferencial, un rastro en esos significantes que orientan la dinámica de consumo de cada sujeto hacia otra escena, descomponiendo el estereotipo de la droga, problematizando el campo, en tanto un otro decir abre un otro lugar del sujeto. En este sentido, será eficaz la abstinencia del analista antes que pretender la abstinencia del consumo, porque solo así se funda en primer lugar la posibilidad de un espacio de palabra, transferencia mediante.
De esto se trata muchas veces todo tratamiento posible, de lo que Recalcati llama la Rectificación del Otro, una configuración de un Otro diferente al real de su historia. El lugar del Otro en la dirección de la cura será como el sitio desde donde su sufrimiento va a recibir un sentido, y lo implica en un lazo posible, encontrando una solución distinta para su malestar. Esta es la apuesta a la cual nos convoca el psicoanálisis en la clínica de las toxicomanías, una apuesta que tiene en cuenta y no retrocede a la subjetividad de la época y del discurso social.

1 Recalcati, Mássimo: La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe”.
2 Miller, J.A: “Introducción al método psicoanalítico”. Nueva biblioteca psicoanalítica. Pág. 33.
3 Le Poulichet, Sylvie.”Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo" Cap. 6. Pág. 200.


Bibliografía
  • Kobylaner Daniel: “Clínica de las toxicomanías. ¿De qué transferencia se trata? (Artículo del Boletín del Centro Carlos Gardel, n° 9, octubre de 2009).
  • Laurent, Eric: “Entre transferencia y repetición”. Atuel, 1994.
  • Le Poulichet, Sylvie: “Toxicomanias y psicoanálisis: la narcosis del deseo”. – 1ª edición 2ª. Reimpresión. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2005. Cap. 6. Pág. 200.
  • Miller, J.A: “Introducción al método psicoanalítico”. – 1ª edición, 7ª reimpresión- Buenos Aires: Paidós, 2010.
  • Recalcati, Massimo: “La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe”. Ornicar? Digital, Nº258 – Nouvelle Époque – 8 de mayo de 2004.Traducida del italiano por Andrea Mojica. Revisado por Astrid Álvarez de la Roche.

Clínica de las Toxicomanías. Transferencia y síntoma


Laura Sol Gedacht
Eleonora Lapolla


C., 35 años. Ha estado en tratamiento en el Centro Carlos Gardel con el Lic. P. en forma intermitente durante los últimos 4 años y recibió también atención psiquiátrica, estuvo medicado por el Dr. M. con Midax y Nozinan. Se le realiza una nueva admisión.

Cuando se le pregunta por la causa de tales interrupciones contesta: “por la droga”.

Antes consumía cocaína, pasta base, pastillas con alcohol (alplax, lexotanil, clonazepan), alcohol blanco y cerveza. Actualmente solo consume marihuana. Al indagar sobre el abandono de las otras sustancias, explica que logró dejarlas gracias a la “fuerza de voluntad”, porque “me llevaba a la perdición”.

Cuenta que vive con su madre pero vive solo. Cuando el analista interroga acerca de esta contradicción Carlos replica que su madre es drogadicta.

Estuvo internado desde muy chico en varias comunidades terapéuticas, él dice que ha pasado por varios hogares. Ingresó a IB…cuando tenía 16 años; comunidad de máxima explica, refiriéndose así a una comunidad terapéutica de puertas cerradas. Allí permaneció durante 23 meses, hasta cumplir sus 18 años. A los 21 años estuvo 2 meses internado en C… Luego solicitó una internación RC..., un hogar cristiano en la provincia de Mendoza. Explica que se fue de allí porque ni siquiera le permitían fumar cigarrillos y si lo descubrían lo castigaban. Finalmente estuvo internado en la comunidad terapéutica ET…un breve tiempo el año pasado. Este año se internó allí nuevamente, lo medicaron con Valcote y Clonazepam.

Respecto de sus trabajos, cuenta que fue vendedor ambulante, pero aclara que ahora le gustaría conseguir un trabajo estable de modo de no tener que andar por la calle y encontrarse con la gente de siempre, todos drogadictos.

En lo que atañe a su vida social, aclara que no tiene amigos porque son todos adictos.

En cuanto a su educación, comenta que estudió hasta primer año y dejó la escuela por la droga. El analista interviene preguntando “¿por la droga o porque vos no querías seguir estudiando?”

Por la drogare sponde C.

Si la droga tiene la culpa de todo ¿vos dónde estás?” interviene el analista.

La droga no deja estar a nadie. Yo sé que la culpa la tengo yo, pero las drogas malogran todo, responde.

Explica que ahora sigue con un consumo diario de marihuana, que lo tranquiliza y le hace bien. Aclara que fumaba marihuana incluso mientras estaba internado en las comunidades.

Respecto de las comunidades terapéuticas comenta, que cuando no cumplía las reglas lo castigaban, haciéndole limpiar la casa o subiendo el tope de ventas. Quienes estaban a cargo de los tratamientos eran ex adictos, que se quedaban dando el ejemplo a los demás y agrega si ellos podían ¿por qué no iba a poder yo?. C. manifiesta que cree que el consumo de marihuana también constituye una adicción, que lo debería dejar pero que le cuesta mucho porque le hace bien.

Al indagar acerca de las interrupciones del tratamiento previo realizado en el Carlos Gardel, C. explica que muchas veces simplemente no asistía, o que asistía drogado, o que ni siquiera se podía levantar para ir. Agrega Yo antes estaba hecho percha, ahora estoy mucho mejor. Ya sé por qué me drogué en mi vida…

Cuenta que su mamá (que tiene 54 años) es drogadicta; consume pasta base, cocaína, marihuana, pastillas, alcohol. Carlos dice haber visto mucha droga desde que era muy chico y habérsela sacado a su madre para probar.

El analista interviene “Consumís lo mismo que tu mamá, el mismo menú”

C. se ríe y agrega que él quiere dejar todo eso, dejar de trabajar solo para comprar drogas, independizarse y dejar la casa de su mamá, ya que le hace mal verla drogada. Insiste en que está buscando un trabajo estable, que tiene ganas de dejar el consumo, pero que a veces se dice: Qué lindo día para tomarse una cerveza! Y no! Así se empieza!

El Lic. O. manifiesta su interés por tomar su caso y C. expresa su asentimiento de inmediato. De esa manera se lo vuelve a admitir en tratamiento.

Hasta aquí, la breve reseña de la entrevista de readmisión.

En el trabajo que desarrollaremos a continuación nos proponemos articular algunos aspectos que hacen a la especificidad de la clínica de las toxicomanías o consumos problemáticos con cuestiones tomadas del recorte de la presente readmisión realizada en el Centro Carlos Gardel por el Lic.O. Nos interesa resaltar las particularidades de estos nuevos modos de presentación y la dificultad para el establecimiento de una transferencia analítica. Al tiempo que resulta interesante destacar las diferencias en los modos de abordaje entre la comunidad terapéutica tradicional y el Centro Carlos Gardel.

Los consumos problemáticos y la desimplicación subjetiva:

Ante todo, resulta fundamental aclarar que desde la perspectiva del psicoanálisis, “la droga” no constituye una entidad autónoma, sino que se trata de un constructo social, ya que lo que hay es una variabilidad de sustancias y diversos modos de consumo. Las toxicomanías reúnen prácticas multiformes y con finalidades variadas para la economía de cada sujeto. Siguiendo a Ehrenberg, decimos que lo que hay es usos heterogéneos de productos múltiples.

Lo que interesa de la sustancia es su función; tener en cuenta el lugar que el tóxico ocupa en cada estructura.

Al hablar de “la droga” como entidad autónoma, se desconoce lo que S.Le Poulichet refiere como la doble vertiente del farmakón, a la vez veneno y remedio. En el discurso de C. se evidencia esta dualidad y ambigüedad. La marihuana se hace presente por un lado, como fuente de bienestar y tranquilidad, mientras que por otro lado, las otras sustancias, entre las que quedan incluidas el paco, la cocaína, las pastillas, el alcohol, etc. parecen ser aquello que lo lleva a la perdición, que todo lo malogra.

Respecto a la doble vertiente del farmacón, puede pensarse que “la droga” le pudo haber funcionado como remedio, al permitirle una salida del hogar materno en el cual le resultaba muy difícil permanecer porque le hacía mal ver a la madre drogada. También, quizás, pudo funcionar como un recurso para poder acceder a una ley por fuera de la casa materna (que parecía tomar el aspecto de una zona en la que no habría ninguna regulación del goce). El hecho de entrar en hogares, como son las comunidades terapéuticas, donde se manejan con ciertas leyes y normas rígidas puede pensarse como un intento de regulación simbólica.

Por otra parte, la sustancia también parecería funcionarle como veneno, en ese punto en el cual queda segregado y no puede incluirse en ningún lugar.

En esta misma línea, “el problema de la droga, en tanto flagelo”, configura un síntoma social, que no necesariamente es un síntoma para el sujeto. La nominación de “adicto”, que otorga el Otro social, opera como significante amo que clausura cualquier posibilidad de una pregunta, entronizando a la sustancia como agente causal de la adicción y des-responsabilizando a los sujetos de sus actos.

M. Recalcati explica que la clínica de los nuevos síntomas, bulimias, anorexias, toxicomanías, se manifiesta, confrontando al psicoanalista con una clínica en la que hay que intervenir a partir de un orden simbólico debilitado. Se trata de modos de presentación desubjetivada que requieren alojar al sujeto de alguna manera, crear un intervalo en Otro que le de lugar.

La clínica de los consumos problemáticos se caracteriza porque estos pacientes, en general, llegan a la consulta sumamente desimplicados, sin interrogantes, ubicando la causa del consumo en las compañías o en la sustancia misma. C. atribuye su consumo a la presencia de droga en la casa de su madre o a su entorno social. Explica que no puede seguir trabajando en la calle porque “son todos drogadictos”; como si la sola presencia de la sustancia bastara para dejarlo a él inerme, desamparado y sin ningún margen de libertad para decidir.

E. Laurent opone las toxicomanías a las formaciones de compromiso y las presenta como formaciones de ruptura; ruptura con el goce fálico que no implica forclusión del nombre del padre. Las toxicomanías no son formaciones del inconsciente, se presentan como prácticas pulsionales, como pura técnica de goce, sin dejar espacio para la palabra o para la escucha.

Muchas veces la intoxicación se presenta como una respuesta no sintomática, en un intento de anular la división subjetiva y desconocer el inconsciente. Cabe destacar que la droga no es fuente de saber.

¿Hay lugar para la transferencia?

Las dificultades en el establecimiento de la transferencia parecen estar relacionadas con el hecho de que en estos casos, quienes consultan parecen portar un saber acerca de las drogas y no manifiestan querer saber acerca de las determinaciones desconocidas de sus actos.

En este caso, vemos que C. manifiesta con mucha seguridad un saber sobre las causas de su consumo, dice “yo ya sé por qué me drogué en mi vida”; acto seguido sitúa el inicio del consumo en la adolescencia; hace referencia a la presencia de la sustancia en su casa, debido al consumo de su madre y recuerda haberle quitado droga a ella “para probar”.

En el tratamiento previo realizado por C. en el Centro Carlos Gardel parece haber tenido lugar cierta historización, de modo que el paciente pudo elaborar un saber acerca de su primer encuentro con la sustancia. C. parece advertir que hubo en algún momento de su historia una elección: quitarle la droga a la madre “para probar”. No obstante, el sostenimiento de tal práctica de consumo parece quedar reducida al poder adictivo de la sustancia.

Por otra parte consideramos importante indagar acerca de qué sería lo que quería probar. ¿Podría ser probar quitarle la droga a la madre?

En esta referencia de C. que sitúa el inicio del consumo en ese querer probar parecería ser el único momento del discurso en el que se hace presente el sujeto. En todas las otras situaciones, como ser el abandono de la escuela o la falta de continuidad del tratamiento en el Gardel, ubica a la sustancia en el lugar de la causa, es por la droga, la droga malogra todo explica y vuelve a borrarse. De todos modos ese yo ya sé por qué me drogué parece ser un saber que se cierra sobre sí mismo, sin estar acompañado de un cambio de posición del sujeto respecto de su consumo.

Vemos cómo C. presenta las cosas como provenientes de afuera, quedando completamente sometido a ellas. Frente a tal desimplicación el analista interviene preguntando “Si la culpa de todo la tiene la droga, ¿dónde estás vos?”, al modo de Freud cuando interroga a Dora acerca de su parte en el relato que trae.

En esta clínica es fundamental una escucha atenta desde las primeras entrevistas, ofertándole a quien consulta que pueda decir acerca de sí mismo, invitándolo a que pueda dirigirse a otro, distinto que el tóxico, de una manera no segregativa.

En el caso presente posiblemente sea el fracaso del recurso al tóxico lo que conduce a C. nuevamente al centro Carlos Gardel. Aparentemente el consumo ha dejado de ser una “solución feliz” y se ha vuelto problemático. No así el consumo específico de marihuana que C. lo sigue sosteniendo diariamente.

Consideramos que más allá de las reiteradas interrupciones de C. de su tratamiento previo en el Carlos Gardel, resulta importante destacar que él vuelve, lo que constituye una nueva oportunidad para transformar su pedido en una verdadera demanda de tratamiento. Se trata de descubrir en el caso por caso cuál es la modalidad de tratamiento mas adecuada para cada quien, una oferta que tenga que ver con el consultante, siempre tomando en consideración cuáles son las posibilidades que se pueden establecer en cada caso.

La transferencia es posible cuando el analista no da identificaciones al sujeto, y por el contrario cuestiona el “soy adicto”, posibilitando la emergencia de una interrogación, de una pregunta. No se trata de designarlo desde un saber previo, sino más bien, de dejar el saber del lado de quien consulta, aunque él no lo sepa; lo que se contradice con aplicarle una etiqueta.

Las identificaciones pueden funcionar como nominaciones al ser del sujeto, como por ejemplo “soy adicto” y entonces el sujeto actúa desde ahí. Su ser actúa desde la consistencia que le brinda ese “soy adicto” y es necesario desarmar eso. Hay que tratar de generar las condiciones para que se constituya un síntoma analítico, de hacer un espacio para poder alojar una pregunta, y no una nominación que obtura la pregunta por el ser, al igual que la droga que también obtura la pregunta por el ser del sujeto. Pareciera que tanto la droga, como el “soy adicto” son solidarias en el punto en el cual ambas estarían taponando la pregunta por el “che vuoi?” para el Otro.

Una apuesta desde el psicoanálisis podría estar en la dirección de tratar de abrir alguna hiancia, suscitar una fisura en ese ser consistente, producir una barra entre el significante y la significación. El psicoanálisis implica un pasaje de la inmediatez del tóxico a los resultados en el tiempo.

En las llamadas toxicomanías aparece el consumo como un acto, como un S1, sin que se constituya un saber, un S1 que no se encadena a nada, se la ha denominado la clínica del vacío. Sólo el amor de transferencia puede hacer de vía para que el vacío se transforme en falta.

La transferencia, ya sea como lazo de apego al otro, lugar de no saber, de pregunta, es indispensable para el desarrollo de un tratamiento. La transferencia, encarnada por un significante cualquiera, implica una pregunta que produce un no saber en contraposición a ese saber pre armado que traen los pacientes.

La maniobra del analista variará de un caso a otro, pero siempre será suspendiendo los conocimientos; esa “docta ignorancia” necesaria para escuchar lo que cada sujeto tiene para decir y que el analista desconoce. El analista está allí como garante de que lo que el consultante dice tiene un sentido, de que hay allí algo a ser descifrado.

Para superar este goce autoerótico de las toxicomanías resulta fundamental que alguien pueda ponerse a hablar, y paradójicamente, enfermarse de otra cosa, de un síntoma. Es decir, se tratará de suscitar la transformación del montaje de la toxicomanía en formaciones de síntomas, aunque sea bajo la forma de una queja. Se espera que se pueda constituir un síntoma que represente al sujeto, que tenga relación con su historia y que no venga del Otro social.

En casos como estos, la transferencia analítica pareciera no tener ocasión de jugar su partida.

Siguiendo a Miller, de lo que se trata, es de hacer posible un intercambio, del valor de goce de la práctica del consumo, por un valor de sentido que le ofrecerá la práctica analítica.

Lo que suele ocurrir en esta clínica es que las personas que piden asistencia vienen a quejarse de un acto, el consumo, y no tienen síntomas. No aparece el consumo sintomatizado como enigma a descifrar. Reclaman la cesación de su consumo; no se hacen responsables de su acto, la culpa es atribuida a la sustancia, la sustancia como causa de su adicción. C. llega contando una práctica y no interrogado por el significante, pide la extracción de una práctica de goce que ya no le resulta funcional. C. deposita en la presencia de “la droga” su dificultad para cesar el consumo, desimplicándose por completo de su práctica. El analista apunta a romper ese esquema de causa-efecto que trae el paciente, abriendo una brecha e interpolando al sujeto.

Se trata de restituirle a quien consume cierta intencionalidad, dando un paso hacia la subjetivación de ese actuar; quizá sea devolviéndole una pregunta sobre esa práctica. En el caso de C. se podría indagar acerca de qué es lo que el “quería probar” cuando inició su consumo.

En las primeras entrevistas habrá que ir construyendo el sujeto del deseo, ir poniéndole palabras a aquello que hasta el momento no tenía, ofrecer alguna intervención que los convoque a continuar el tratamiento.

Esta cínica interroga la eficacia de las herramientas con las que cuentan los analistas. Hay ciertas operaciones que se pueden poner en juego, previas o preliminares para que un tratamiento sea posible:

Una operación de alojamiento: que implica el estar dispuesto y disponible para ese sujeto singular; ofreciéndole escucha y tiempo. Como una operatoria de inclusión paulatina en el dispositivo.

Provocar, promover o constituir una demanda: aportando palabras frente al silencio de quien consulta. En esta clínica no nos encontramos con la característica tríada síntoma-demanda- transferencia de la clínica clásica. En estos casos lo fundamental es la constitución de un lazo.

Construir o inventar un síntoma: El paciente llega quejándose de una práctica de la que no se responsabiliza y cuya causa es atribuida a la sustancia.

El sujeto viene en una posición de descreimiento de la palabra, el que lo recibe ha de estar advertido que en estos casos se requiere una operatoria mediante la cual el lugar de ese objeto condensador de goce que es el tóxico, pueda ser ocupado por quien está en posición de escuchar, promoviendo un desplazamiento de lo Real por lo Simbólico orientado a producir una transferencia.

M. Reclacatti propone que antes de cualquier rectificación subjetiva, es necesario una previa rectificación del Otro, que consiste en encarnar como analistas Otro diferente de aquel que el sujeto ha encontrado en su historia. Se trata de operar preliminarmente una rectificación del Otro antes que del sujeto. Encarnar Otro que sabe no excluir, no atormentar, no cancelar, no rechazar, que tiene como finalidad implicar al sujeto o bien en un lazo o bien en una transferencia con el Otro.

Cuando C. dice vivo con mi mamá pero vivo solo estaría dando cuenta de cierta caída de un lugar en el deseo del Otro, en tanto objeto. Frente a esta presentación objetalizada, se trata para aquel que está en el lugar de analista, de ofrecer un Otro dispuesto y disponible alojando ese objeto. Sin una maniobra que aloje ese resto, eso que se presenta caído, no se podrá acceder a la implicación de la persona con su padecimiento, reversión del alma bella, de modo que a partir de ese movimiento pueda empezar a aparecer material subjetivo a través de la rememoración. Es importante insistir en que la implicación solo es posible si antes hay un alojamiento.

La Comunidad Terapéutica vs. El caso por caso.

Las comunidades terapéuticas, descendencia de la religión en un terreno dominado por la ciencia y la medicina, se basan en modalidades centradas en normativas rígidas de reeducación de los sujetos y en la abstinencia obligatoria sin localizar el lugar y la función del tóxico para cada quien. Brindan “soluciones” prescriptivas que obturan la pregunta por el enigma (lugar que ocupa la sustancia), borrando la singularidad del caso por caso.

C. relata una seguidilla de internaciones en diversas comunidades a las que se ha sometido con el fin de abandonar el consumo. Pareciera tratarse de una especie de errancia favorecida por la tendencia expulsiva de esos dispositivos hegemónicos. Podemos suponer que hay allí una búsqueda de cierto anclaje, de cierto tope que detenga la deriva en la que se encuentra; apelando a una función importante de cualquier institución, que es la de ser un punto de detención, como la búsqueda de una función paterna que imponga un ordenamiento.

A diferencia de la Comunidad Terapéutica que aglutina sujetos por su “rasgo toxicómano”, que fortalece la nominación de “adicto”, y que propone identificaciones comunitarizantes en las que se diluye el sujeto, en el psicoanálisis se apunta a conmover tal nominación acompañando a quien consulta a que constituya un rasgo singular que le permita al sujeto anclar su goce. Un caso aparte lo constituyen las psicosis, estructuras en las que el “soy adicto” puede presentarse como una solución, en el sentido de abrochamiento a un significante. Es importante ubicar el valor y el lugar que ocupa la sustancia para cada quien; es una clínica del caso por caso.

El Centro Carlos Gardel, inscripto en el paradigma de reducción de riesgos y daños, propicia prácticas e intervenciones que reconocen las complejas relaciones de los sujetos con los nuevos modos de gozar en la cultura. En este contexto se destaca “la droga” como aquel objeto paradigmático del empuje al consumo autista de la economía capitalista.

C. cuenta que ha boyado por distintas comunidades terapéuticas, en las que se lo castigaba si era descubierto fumando, incluso cigarrillos legales. En oposición a tales estrategias, el centro Carlos Gardel es un dispositivo que no plantea la abstinencia obligatoria de sustancias como precondición para la realización del tratamiento, posibilitando la accesibilidad de los usuarios de drogas a los servicios de salud. Se presenta como una apuesta desegregativa que radica en promover la desmasificación ubicando la singularidad de cada quien. El foco está puesto principalmente en pasar por la palabra más que en evitar el consumo,

En su vasto recorrido por las ya mencionadas comunidades, C. parece haberse apropiado de ciertas expresiones que difunden tales Instituciones, expresiones derivadas de un discurso amo, tales como la teoría de la escalada, al decir que no puede ni siquiera tomar una cerveza porque así se empieza o cuando aclara que la marihuana también es una droga, homologando lo que puede ser un simple uso de sustancias a la “adicción”. Resulta fundamental la deconstrucción de estos mitos, prejuicios o creencias segregativas acerca de las drogas, de modo de poner en cuestión el poder omnímodo otorgado a las sustancias, promoviendo la implicación subjetiva.


Otra cuestión de interés es el hecho de que C. presenta una abstinencia voluntaria de toda una serie de sustancias que ha consumido durante años ininterrumpidamente; dice que actualmente solo consume marihuana y que ha dejado las otras drogas, por fuerza de voluntad. Ahora bien, sabemos que para el psicoanálisis, abstinencia no es sinónimo de curación y que el analista debe dar testimonio de que no es un agente normativizante. La cura implica un giro en la posición subjetiva; la abstinencia no es un objetivo en sí mismo, sino por añadidura y la intervención del analista puede generar las condiciones para que se modere el consumo compulsivo de una sustancia.

Suele ocurrir que pacientes que realizan un tratamiento en alguna Institución o comunidad terapéutica dejan de consumir tóxicos, pero esta mejoría fenoménica no garantiza la cura, ya que ésta “conlleva un cambio o modificación en la posición subjetiva que implica la posibilidad de caída del tóxico del lugar que ocupaba en la economía libidinal subjetiva”1

Conclusión:

A modo de conclusión quisiéramos sugerir algunas hipótesis que nos parece, pueden ser interesantes para pensar el caso y la operatoria de trabajo.

Cuando C. comenta que a los 16 años se fue a internar a un hogar y que a partir de allí se sucedieron una serie de internaciones por distintos hogares, pareciera tratarse de un tránsito en busca de algún ordenamiento. ¿Podría pensarse que “la droga” le haya servido para poder buscar otro lugar donde vivir? ¿Podría pensarse que a partir del consumo de droga se armó una manera de vivir en otro sitio, que no le devuelva todo el tiempo la ausencia de su madre y el consumo de drogas por parte de ella?

A su vez, pensamos que ese recorrido de C. por las distintas comunidades terapéuticas, puede configurar la búsqueda de una cierta medida, que está ausente en las formaciones de ruptura que son las toxicomanías.

Se nos presenta la pregunta acerca de si él ha tomado este rasgo de la madre para poder irse en busca de un “hogar”, para trazar una especie de “línea de fuga” que le permita irse de alguna manera de la casa materna. Tal vez el recurso al tóxico fue una manera de poder “independizarse” para no tener que ver a su madre “drogada” todo el tiempo, lo cual le hacía muy mal, según el mismo refiere.

Otra cuestión interesante es la abstinencia voluntaria que C. presenta al momento de la consulta. Consideramos que la estrategia de resolver el problema del consumo por la vía de la voluntad, como él mismo lo explica, le ahorra al sujeto el tener que pasar por el deseo del Otro, por la angustia correlativa y saber algo sobre la causa de ese consumo.

Otra pregunta nos surge: ¿Podría pensarse que lo que C. quería “probar” era qué pasaba si “le sacaba” la droga a la madre y que su inicio en el consumo fuera una consecuencia de ello? ¿Podría ser tal vez tomar un goce cuerpo en masa con su madre?

En esta línea podría tratar de trabajarse con el paciente el interrogante acerca del significante “hogar” y qué intentó o quiso “probar” cuando le sacó droga a la madre y se fue de la casa. Podría verse qué es lo que se empieza a desplegar si se trabaja en esta dirección.

También siguiendo con esta orientación de ir abriendo una grieta entre tanta consistencia, cuando C. dice: “la droga no deja estar a nadie”, podría interrogarse a qué se refiere con esta expresión. Pensamos que podría tener cierta relación con que la droga no deja estar a su madre en su casa, como él mismo relata. Nos preguntamos si C. culparía a la droga por la ausencia de su madre en este punto donde la droga tiene la culpa de lo todo lo que ocurre y el poder de malograr todo.

Una hipótesis que planteamos es respecto a cierta configuración en la triangulación edípica: cuando C. relata su inicio en el consumo, lo plantea como “haberle quitado droga a ella (la madre) para probar” frente a esto nos interrogamos si acaso podría pensarse desde el Edipo que la droga es lo otro que la madre miraba aparte de él. ¿La triangulación se armaría entre la madre, la droga y C.? En este punto pareciera que si la madre no estaba con él, estaba con la droga. ¿Podría suponerse que C. toma ese objeto como agalmático de la madre o que él esta ubicado en posición de objeto respecto de la sustancia y respecto de su madre?

Estas fueron algunas de las preguntas que nos fueron surgiendo a la hora de pensar el caso y consideramos que varias de ellas se podrían tomar como hipótesis de trabajo, para que, desde el caso por caso, se pueda plantear una modalidad de tratamiento; o por lo menos pensar si de estas interrogaciones puede desplegarse algo respecto del sujeto. En definitiva consideramos fundamental crear las condiciones para la emergencia de un enigma que propicie el trabajo subjetivo y que venga al lugar de esa práctica desubjetivada que es la toxicomanía.

Para cerrar, nos interesa destacar que la entrevista de readmisión tal como se le realizó a C., en algunos casos, sirve para hacer hincapié en que algo hay que ceder para permanecer en un tratamiento o para volver a tenerlo.

La inmediatez con la que el Lic. O. decide tomar el caso, ofreciéndole a C. un Otro dispuesto y disponible, expresándoselo al consultante manifiestamente durante la entrevista, puede funcionar como signo claro de interés; como maniobra de alojamiento, dando un lugar donde parece no haber ninguno; dando un signo de que hay para él un lugar en el deseo del Otro.

1 Kameniecki, M: “La cínica institucional en un centro de asistencia en drogodependencias” en Donghi,A. Vazquez. L. (comp.) Adicciones. Una clínica de la cultura y su malestar; Buenos Aires, JVE ediciones, 2000, pág.268.


Bibliografía
  • Kameniecki M, Kobylaner D, Laner L, Pérez Barboza H, Zbuczynski G y Conocente M. “Consumos problemáticos. Encuentros con presentación de casos clínicos. Un trabajo en curso”. Ed. Letra Viva. 2009.
  • Kameniecki M, Quevedo S., “Dispositivos clínicos en toxicomanías”. En:   Donghi, A., C. Gartland y S. Quevedo (compil.). Cuerpo y Subjetividad. Variantes e Invariantes Clínicas. Ed.Letra Viva, 2005.
  • Kobylaner D. “Clínica de las toxicomanías. ¿De qué transferencia se trata?” (Artículo Boletín del Centro Carlos Gardel, n°9, octubre 2009)
  • Le Poulichet, S. “Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo”. Amorrortu Editores. Argentina 1996.
  • Sedronar “Los orígenes de la CT libre de drogas: Una historia retrospectiva”. Frederick B. Glaser M.D., F.R.C.P.1981. Addiction. Article first published online: 24 enero 2006.
  • Stevens A. “La errancia del toxicómano.” Revista PharmaKon 10.Instituto del Campo Freudiano. 2005
  • Testa Adriana “¿Cómo fue posible que la adicción diera con la droga?” en revista Conceptual Nº 7. Publicación de la APLP. Año 2.006. La Plata. Argentina.