C.,
35 años. Ha estado en tratamiento en el Centro Carlos Gardel con el
Lic. P. en forma intermitente durante los últimos 4 años y recibió
también atención psiquiátrica, estuvo medicado por el Dr. M. con
Midax y Nozinan. Se le realiza una nueva admisión.
Cuando
se le pregunta por la causa de tales interrupciones contesta: “por
la droga”.
Antes
consumía cocaína, pasta base, pastillas con alcohol (alplax,
lexotanil, clonazepan), alcohol blanco y cerveza. Actualmente solo
consume marihuana. Al indagar sobre el abandono de las otras
sustancias, explica que logró dejarlas gracias a la “fuerza
de voluntad”,
porque “me
llevaba a la perdición”.
Cuenta
que vive con su madre pero vive
solo.
Cuando el analista interroga acerca de esta contradicción Carlos
replica que su madre es drogadicta.
Estuvo
internado desde muy chico en varias comunidades terapéuticas, él
dice que ha pasado por varios hogares.
Ingresó a IB…cuando tenía 16 años; comunidad
de máxima
explica, refiriéndose así a una comunidad terapéutica de puertas
cerradas. Allí permaneció durante 23 meses, hasta cumplir sus 18
años. A los 21 años estuvo 2 meses internado en C… Luego solicitó
una internación RC..., un hogar cristiano en la provincia de
Mendoza. Explica que se fue de allí porque ni siquiera le permitían
fumar cigarrillos y si lo descubrían lo castigaban. Finalmente
estuvo internado en la comunidad terapéutica ET…un breve tiempo el
año pasado. Este año se internó allí nuevamente, lo medicaron con
Valcote y Clonazepam.
Respecto
de sus trabajos, cuenta que fue vendedor ambulante, pero aclara que
ahora le gustaría conseguir un trabajo estable de modo de no tener
que andar por la calle y encontrarse con
la gente de siempre, todos drogadictos.
En
lo que atañe a su vida social, aclara que no tiene amigos porque son
todos adictos.
En
cuanto a su educación, comenta que estudió hasta primer año y dejó
la escuela por
la droga.
El analista interviene preguntando “¿por
la droga o porque vos no querías seguir estudiando?”
Por
la drogare
sponde C.
“Si
la droga tiene la culpa de todo ¿vos dónde estás?”
interviene el analista.
“La
droga no deja estar a nadie. Yo sé que la culpa la tengo yo, pero
las drogas malogran todo,
responde.
Explica
que ahora sigue con un consumo diario de marihuana, que lo
tranquiliza y le hace bien. Aclara que fumaba marihuana incluso
mientras estaba internado en las comunidades.
Respecto
de las comunidades terapéuticas comenta, que cuando no cumplía las
reglas lo castigaban, haciéndole limpiar la casa o subiendo el tope
de ventas. Quienes estaban a cargo de los tratamientos eran ex
adictos, que se quedaban dando el ejemplo a los demás
y agrega si
ellos podían ¿por qué no iba a poder yo?.
C. manifiesta que cree que el consumo de marihuana también
constituye una adicción, que lo debería dejar pero que le cuesta
mucho porque le hace bien.
Al
indagar acerca de las interrupciones del tratamiento previo realizado
en el Carlos Gardel, C. explica que muchas veces simplemente no
asistía, o que asistía drogado, o que ni siquiera se podía
levantar para ir. Agrega Yo
antes estaba hecho percha, ahora estoy mucho mejor. Ya sé por qué
me drogué en mi vida…
Cuenta
que su mamá (que tiene 54 años) es drogadicta; consume pasta base,
cocaína, marihuana, pastillas, alcohol. Carlos dice haber visto
mucha droga desde que era muy chico y habérsela sacado a su madre
para
probar.
El
analista interviene “Consumís
lo mismo que tu mamá, el mismo menú”
C.
se ríe y agrega que él quiere dejar todo eso, dejar de trabajar
solo para comprar drogas, independizarse y dejar la casa de su mamá,
ya que le hace mal verla drogada. Insiste en que está buscando un
trabajo estable, que tiene ganas de dejar el consumo, pero que a
veces se dice: Qué
lindo día para tomarse una cerveza! Y no! Así se empieza!
El
Lic. O. manifiesta su interés por tomar su caso y C. expresa su
asentimiento de inmediato. De esa manera se lo vuelve a admitir en
tratamiento.
Hasta
aquí, la breve reseña de la entrevista de readmisión.
En
el trabajo que desarrollaremos a continuación nos proponemos
articular algunos aspectos que hacen a la especificidad de la clínica
de las toxicomanías o consumos problemáticos con cuestiones tomadas
del recorte de la presente readmisión realizada en el Centro Carlos
Gardel por el Lic.O. Nos interesa resaltar las particularidades de
estos nuevos modos de presentación y la dificultad para el
establecimiento de una transferencia analítica. Al tiempo que
resulta interesante destacar las diferencias en los modos de abordaje
entre la comunidad terapéutica tradicional y el Centro Carlos
Gardel.
Los
consumos problemáticos y la desimplicación subjetiva:
Ante
todo, resulta fundamental aclarar que desde la perspectiva del
psicoanálisis, “la droga” no constituye una entidad autónoma,
sino que se trata de un constructo social, ya que lo que hay es una
variabilidad de sustancias y diversos modos de consumo. Las
toxicomanías reúnen prácticas multiformes y con finalidades
variadas para la economía de cada sujeto. Siguiendo a Ehrenberg,
decimos que lo que hay es usos
heterogéneos de productos múltiples.
Lo
que interesa de la sustancia es su función; tener en cuenta el lugar
que el tóxico ocupa en cada estructura.
Al
hablar de “la droga” como entidad autónoma, se desconoce lo que
S.Le Poulichet refiere como la doble vertiente del farmakón, a la
vez veneno y remedio. En el discurso de C. se evidencia esta dualidad
y ambigüedad. La marihuana se hace presente por un lado, como fuente
de bienestar y tranquilidad, mientras que por otro lado, las otras
sustancias, entre las que quedan incluidas el paco,
la cocaína, las pastillas, el alcohol, etc. parecen ser aquello que
lo lleva a la perdición, que todo
lo malogra.
Respecto
a la doble vertiente del farmacón, puede pensarse que “la droga”
le pudo haber funcionado como remedio, al permitirle una salida del
hogar materno en el cual le resultaba muy difícil permanecer porque
le hacía mal ver a la madre drogada. También, quizás, pudo
funcionar como un recurso para poder acceder a una ley por fuera de
la casa materna (que parecía tomar el aspecto de una zona en la que
no habría ninguna regulación del goce). El hecho de entrar en
hogares, como son las comunidades terapéuticas, donde se manejan con
ciertas leyes y normas rígidas puede pensarse como un intento de
regulación simbólica.
Por
otra parte, la sustancia también parecería funcionarle como veneno,
en ese punto en el cual queda segregado y no puede incluirse en
ningún lugar.
En
esta misma línea, “el problema de la droga, en tanto flagelo”,
configura un síntoma social, que no necesariamente es un síntoma
para el sujeto. La nominación de “adicto”, que otorga el Otro
social, opera como significante amo que clausura cualquier
posibilidad de una pregunta, entronizando a la sustancia como agente
causal de la adicción y des-responsabilizando a los sujetos de sus
actos.
M.
Recalcati explica que la clínica de los nuevos síntomas, bulimias,
anorexias, toxicomanías, se manifiesta, confrontando al
psicoanalista con una clínica en la que hay que intervenir a partir
de un orden simbólico debilitado. Se trata de modos de presentación
desubjetivada que requieren alojar al sujeto de alguna manera, crear
un intervalo en Otro que le de lugar.
La
clínica de los consumos problemáticos se caracteriza porque estos
pacientes, en general, llegan a la consulta sumamente desimplicados,
sin interrogantes, ubicando la causa del consumo en las compañías o
en la sustancia misma. C. atribuye su consumo a la presencia de droga
en la casa de su madre o a su entorno social. Explica que no puede
seguir trabajando en la calle porque “son
todos drogadictos”;
como si la sola presencia de la sustancia bastara para dejarlo a él
inerme, desamparado y sin ningún margen de libertad para decidir.
E.
Laurent opone las toxicomanías a las formaciones de compromiso y las
presenta como formaciones de ruptura; ruptura con el goce fálico que
no implica forclusión del nombre del padre. Las toxicomanías no son
formaciones del inconsciente, se presentan como prácticas
pulsionales, como pura técnica de goce, sin dejar espacio para la
palabra o para la escucha.
Muchas
veces la intoxicación se presenta como una respuesta no sintomática,
en un intento de anular la división subjetiva y desconocer el
inconsciente. Cabe destacar que la droga no es fuente de saber.
¿Hay
lugar para la transferencia?
Las
dificultades en el establecimiento de la transferencia parecen estar
relacionadas con el hecho de que en estos casos, quienes consultan
parecen portar un saber acerca de las drogas y no manifiestan querer
saber acerca de las determinaciones desconocidas de sus actos.
En
este caso, vemos que C. manifiesta con mucha seguridad un saber sobre
las causas de su consumo, dice “yo
ya sé por qué me drogué en mi vida”;
acto seguido sitúa el inicio del consumo en la adolescencia; hace
referencia a la presencia de la sustancia en su casa, debido al
consumo de su madre y recuerda haberle
quitado droga a ella
“para probar”.
En
el tratamiento previo realizado por C. en el Centro Carlos Gardel
parece haber tenido lugar cierta historización, de modo que el
paciente pudo elaborar un saber acerca de su primer encuentro con la
sustancia. C. parece advertir que hubo en algún momento de su
historia una elección: quitarle la droga a la madre “para
probar”.
No obstante, el sostenimiento de tal práctica de consumo parece
quedar reducida al poder adictivo de la sustancia.
Por
otra parte consideramos importante indagar acerca de qué sería lo
que quería probar. ¿Podría ser probar quitarle la droga a la
madre?
En
esta referencia de C. que sitúa el inicio del consumo en ese querer
probar
parecería ser el único momento del discurso en el que se hace
presente el sujeto. En todas las otras situaciones, como ser el
abandono de la escuela o la falta de continuidad del tratamiento en
el Gardel, ubica a la sustancia en el lugar de la causa, es
por la droga, la droga malogra todo explica
y vuelve a borrarse. De todos modos ese yo
ya sé por qué me drogué parece
ser un saber que se cierra sobre sí mismo, sin estar acompañado de
un cambio de posición del sujeto respecto de su consumo.
Vemos
cómo C. presenta las cosas como provenientes de afuera, quedando
completamente sometido a ellas. Frente a tal desimplicación el
analista interviene preguntando “Si
la culpa de todo la tiene la droga, ¿dónde estás vos?”,
al modo de Freud cuando interroga a Dora acerca de su parte en el
relato que trae.
En
esta clínica es fundamental una escucha atenta desde las primeras
entrevistas, ofertándole a quien consulta que pueda decir acerca de
sí mismo, invitándolo a que pueda dirigirse a otro, distinto que el
tóxico, de una manera no segregativa.
En
el caso presente posiblemente sea el fracaso del recurso al tóxico
lo que conduce a C. nuevamente al centro Carlos Gardel. Aparentemente
el consumo ha dejado de ser una “solución feliz” y se ha vuelto
problemático. No así el consumo específico de marihuana que C. lo
sigue sosteniendo diariamente.
Consideramos
que más allá de las reiteradas interrupciones de C. de su
tratamiento previo en el Carlos Gardel, resulta importante destacar
que él vuelve, lo que constituye una nueva oportunidad para
transformar su pedido en una verdadera demanda de tratamiento. Se
trata de descubrir en el caso por caso cuál es la modalidad de
tratamiento mas adecuada para cada quien, una oferta que tenga que
ver con el consultante, siempre tomando en consideración cuáles son
las posibilidades que se pueden establecer en cada caso.
La
transferencia es posible cuando el analista no da identificaciones al
sujeto, y por el contrario cuestiona el “soy
adicto”,
posibilitando la emergencia de una interrogación, de una pregunta.
No se trata de designarlo desde un saber previo, sino más bien, de
dejar el saber del lado de quien consulta, aunque él no lo sepa; lo
que se contradice con aplicarle una etiqueta.
Las
identificaciones pueden funcionar como nominaciones al ser del
sujeto, como por ejemplo “soy
adicto”
y entonces el sujeto actúa desde ahí. Su ser actúa desde la
consistencia que le brinda ese “soy
adicto”
y es necesario desarmar eso. Hay que tratar de generar las
condiciones para que se constituya un síntoma analítico, de hacer
un espacio para poder alojar una pregunta, y no una nominación que
obtura la pregunta por el ser, al igual que la droga que también
obtura la pregunta por el ser del sujeto. Pareciera que tanto la
droga, como el “soy
adicto”
son solidarias en el punto en el cual ambas estarían taponando la
pregunta por el “che
vuoi?”
para el Otro.
Una
apuesta desde el psicoanálisis podría estar en la dirección de
tratar de abrir alguna hiancia, suscitar una fisura en ese ser
consistente, producir una barra entre el significante y la
significación. El psicoanálisis implica un pasaje de la inmediatez
del tóxico a los resultados en el tiempo.
En
las llamadas toxicomanías aparece el consumo como un acto, como un
S1, sin que se constituya un saber, un S1 que no se encadena a nada,
se la ha denominado la clínica del vacío. Sólo el amor de
transferencia puede hacer de vía para que el vacío se transforme en
falta.
La
transferencia, ya sea como lazo de apego al otro, lugar de no saber,
de pregunta, es indispensable para el desarrollo de un tratamiento.
La transferencia, encarnada por un significante cualquiera, implica
una pregunta que produce un no saber en contraposición a ese saber
pre armado que traen los pacientes.
La
maniobra del analista variará de un caso a otro, pero siempre será
suspendiendo los conocimientos; esa “docta ignorancia” necesaria
para escuchar lo que cada sujeto tiene para decir y que el analista
desconoce. El analista está allí como garante de que lo que el
consultante dice tiene un sentido, de que hay allí algo a ser
descifrado.
Para
superar este goce autoerótico de las toxicomanías resulta
fundamental que alguien pueda ponerse a hablar, y paradójicamente,
enfermarse de otra cosa, de un síntoma. Es decir, se tratará de
suscitar la transformación del montaje de la toxicomanía en
formaciones de síntomas, aunque sea bajo la forma de una queja. Se
espera que se pueda constituir un síntoma que represente al sujeto,
que tenga relación con su historia y que no venga del Otro social.
En
casos como estos, la transferencia analítica pareciera no tener
ocasión de jugar su partida.
Siguiendo
a Miller, de lo que se trata, es de hacer posible un intercambio, del
valor de goce de la práctica del consumo, por un valor de sentido
que le ofrecerá la práctica analítica.
Lo
que suele ocurrir en esta clínica es que las personas que piden
asistencia vienen a quejarse de un acto, el consumo, y no tienen
síntomas. No aparece el consumo sintomatizado como enigma a
descifrar. Reclaman la cesación de su consumo; no se hacen
responsables de su acto, la culpa es atribuida a la sustancia, la
sustancia como causa de su adicción. C. llega contando una práctica
y no interrogado por el significante, pide la extracción de una
práctica de goce que ya no le resulta funcional. C. deposita en la
presencia de “la droga” su dificultad para cesar el consumo,
desimplicándose por completo de su práctica. El analista apunta a
romper ese esquema de causa-efecto que trae el paciente, abriendo una
brecha e interpolando al sujeto.
Se
trata de restituirle a quien consume cierta intencionalidad, dando un
paso hacia la subjetivación de ese actuar; quizá sea devolviéndole
una pregunta sobre esa práctica. En el caso de C. se podría indagar
acerca de qué es lo que el “quería probar” cuando inició su
consumo.
En
las primeras entrevistas habrá que ir construyendo el sujeto del
deseo, ir poniéndole palabras a aquello que hasta el momento no
tenía, ofrecer alguna intervención que los convoque a continuar el
tratamiento.
Esta
cínica interroga la eficacia de las herramientas con las que cuentan
los analistas. Hay ciertas operaciones que se pueden poner en juego,
previas o preliminares para que un tratamiento sea posible:
Una
operación de alojamiento:
que implica el estar dispuesto y disponible para ese sujeto singular;
ofreciéndole escucha y tiempo. Como una operatoria de inclusión
paulatina en el dispositivo.
Provocar,
promover o constituir una demanda:
aportando palabras frente al silencio de quien consulta. En esta
clínica no nos encontramos con la característica tríada
síntoma-demanda- transferencia de la clínica clásica. En estos
casos lo fundamental es la constitución de un lazo.
Construir
o inventar un síntoma:
El paciente llega quejándose de una práctica de la que no se
responsabiliza y cuya causa es atribuida a la sustancia.
El
sujeto viene en una posición de descreimiento de la palabra, el que
lo recibe ha de estar advertido que en estos casos se requiere una
operatoria mediante la cual el lugar de ese objeto condensador de
goce que es el tóxico, pueda ser ocupado por quien está en posición
de escuchar, promoviendo un desplazamiento de lo Real por lo
Simbólico orientado a producir una transferencia.
M.
Reclacatti propone que antes de cualquier rectificación subjetiva,
es necesario una previa rectificación del Otro, que consiste en
encarnar como analistas Otro diferente de aquel que el sujeto ha
encontrado en su historia. Se trata de operar preliminarmente una
rectificación del Otro antes que del sujeto. Encarnar Otro que sabe
no excluir, no atormentar, no cancelar, no rechazar, que tiene como
finalidad implicar al sujeto o bien en un lazo o bien en una
transferencia con el Otro.
Cuando
C. dice vivo
con mi mamá pero vivo solo estaría
dando cuenta de cierta caída de un lugar en el deseo del Otro, en
tanto objeto. Frente a esta presentación objetalizada, se trata para
aquel que está en el lugar de analista, de ofrecer un Otro dispuesto
y disponible alojando ese objeto. Sin una maniobra que aloje ese
resto, eso que se presenta caído, no se podrá acceder a la
implicación de la persona con su padecimiento, reversión del alma
bella, de modo que a partir de ese movimiento pueda empezar a
aparecer material subjetivo a través de la rememoración. Es
importante insistir en que la implicación solo es posible si antes
hay un alojamiento.
La
Comunidad Terapéutica vs. El caso por caso.
Las
comunidades terapéuticas, descendencia de la religión en un terreno
dominado por la ciencia y la medicina, se basan en modalidades
centradas en normativas rígidas de reeducación de los sujetos y en
la abstinencia obligatoria sin localizar el lugar y la función del
tóxico para cada quien. Brindan “soluciones” prescriptivas que
obturan la pregunta por el enigma (lugar que ocupa la sustancia),
borrando la singularidad del caso por caso.
C.
relata una seguidilla de internaciones en diversas comunidades a las
que se ha sometido con el fin de abandonar el consumo. Pareciera
tratarse de una especie de errancia favorecida por la tendencia
expulsiva de esos dispositivos hegemónicos. Podemos suponer que hay
allí una búsqueda de cierto anclaje, de cierto tope
que detenga la deriva en la que se encuentra; apelando a una función
importante de cualquier institución, que es la de ser un punto de
detención, como la búsqueda de una función paterna que imponga un
ordenamiento.
A
diferencia de la Comunidad Terapéutica que aglutina sujetos por su
“rasgo toxicómano”, que fortalece la nominación de “adicto”,
y que propone identificaciones comunitarizantes en las que se diluye
el sujeto, en el psicoanálisis se apunta a conmover tal nominación
acompañando a quien consulta a que constituya un rasgo singular que
le permita al sujeto anclar su goce. Un caso aparte lo constituyen
las psicosis, estructuras en las que el “soy
adicto”
puede presentarse como una solución, en el sentido de abrochamiento
a un significante. Es importante ubicar el valor y el lugar que ocupa
la sustancia para cada quien; es una clínica del caso por caso.
El
Centro Carlos Gardel, inscripto en el paradigma de reducción de
riesgos y daños, propicia prácticas e intervenciones que reconocen
las complejas relaciones de los sujetos con los nuevos modos de gozar
en la cultura. En este contexto se destaca “la droga” como aquel
objeto paradigmático del empuje al consumo autista de la economía
capitalista.
C.
cuenta que ha boyado por distintas comunidades terapéuticas, en las
que se lo castigaba si era descubierto fumando, incluso cigarrillos
legales. En oposición a tales estrategias, el centro Carlos Gardel
es un dispositivo que no plantea la abstinencia obligatoria de
sustancias como precondición para la realización del tratamiento,
posibilitando la accesibilidad de los usuarios de drogas a los
servicios de salud. Se presenta como una apuesta desegregativa que
radica en promover la desmasificación ubicando la singularidad de
cada quien. El foco está puesto principalmente en pasar por la
palabra más que en evitar el consumo,
En
su vasto recorrido por las ya mencionadas comunidades, C. parece
haberse apropiado de ciertas expresiones que difunden tales
Instituciones, expresiones derivadas de un discurso amo, tales como
la teoría
de la escalada,
al decir que no puede ni siquiera tomar una cerveza porque
así se empieza
o cuando aclara que la marihuana también es una droga, homologando
lo que puede ser un simple uso de sustancias a la “adicción”.
Resulta fundamental la deconstrucción de estos mitos, prejuicios o
creencias segregativas acerca de las drogas, de modo de poner en
cuestión el poder omnímodo otorgado a las sustancias, promoviendo
la implicación subjetiva.
Otra
cuestión de interés es el hecho de que C. presenta una abstinencia
voluntaria de toda una serie de sustancias que ha consumido durante
años ininterrumpidamente; dice que actualmente solo consume
marihuana y que ha dejado las otras drogas, por
fuerza de voluntad.
Ahora bien, sabemos que para el psicoanálisis, abstinencia no es
sinónimo de curación y que el analista debe dar testimonio de que
no es un agente normativizante. La cura implica un giro en la
posición subjetiva; la abstinencia no es un objetivo en sí mismo,
sino por añadidura y la intervención del analista puede generar las
condiciones para que se modere el consumo compulsivo de una
sustancia.
Suele
ocurrir que pacientes que realizan un tratamiento en alguna
Institución o comunidad terapéutica dejan de consumir tóxicos,
pero esta mejoría fenoménica no garantiza la cura, ya que ésta
“conlleva
un cambio o modificación en la posición subjetiva que implica la
posibilidad de caída del tóxico del lugar que ocupaba en la
economía libidinal subjetiva”
Conclusión:
A
modo de conclusión quisiéramos sugerir algunas hipótesis que nos
parece, pueden ser interesantes para pensar el caso y la operatoria
de trabajo.
Cuando
C. comenta que a los 16 años se fue a internar a un hogar
y que a partir de allí se sucedieron una serie de internaciones por
distintos hogares,
pareciera tratarse de un tránsito en busca de algún ordenamiento.
¿Podría pensarse que “la droga” le haya servido para poder
buscar otro lugar donde vivir? ¿Podría pensarse que a partir del
consumo de droga se armó una manera de vivir en otro sitio, que no
le devuelva todo el tiempo la ausencia de su madre y el consumo de
drogas por parte de ella?
A
su vez, pensamos que ese recorrido de C. por las distintas
comunidades terapéuticas, puede configurar la búsqueda de una
cierta medida, que está ausente en las formaciones de ruptura que
son las toxicomanías.
Se nos
presenta la pregunta acerca de si él ha tomado este rasgo de la
madre para poder irse en busca de un “hogar”, para trazar una
especie de “línea de fuga” que le permita irse de alguna manera
de la casa materna. Tal vez el recurso al tóxico fue una manera de
poder “independizarse” para no tener que ver a su madre “drogada”
todo el tiempo, lo cual le hacía muy mal, según el mismo refiere.
Otra
cuestión interesante es la abstinencia voluntaria que C. presenta al
momento de la consulta. Consideramos que la estrategia de resolver el
problema del consumo por la vía de la voluntad, como él mismo lo
explica, le ahorra al sujeto el tener que pasar por el deseo del
Otro, por la angustia correlativa y saber algo sobre la causa de ese
consumo.
Otra
pregunta nos surge: ¿Podría pensarse que lo que C. quería “probar”
era qué pasaba si “le sacaba” la droga a la madre y que su
inicio en el consumo fuera una consecuencia de ello? ¿Podría ser
tal vez tomar un goce cuerpo en masa con su madre?
En
esta línea podría tratar de trabajarse con el paciente el
interrogante acerca del significante “hogar” y qué intentó o
quiso “probar” cuando le sacó droga a la madre y se fue de la
casa. Podría verse qué es lo que se empieza a desplegar si se
trabaja en esta dirección.
También
siguiendo con esta orientación de ir abriendo una grieta entre tanta
consistencia, cuando C. dice: “la
droga no deja estar a nadie”,
podría interrogarse a qué se refiere con esta expresión. Pensamos
que podría tener cierta relación con que la droga no deja estar a
su madre en su casa, como él mismo relata. Nos preguntamos si C.
culparía a la droga por la ausencia de su madre en este punto donde
la droga tiene la culpa de lo todo lo que ocurre y el poder de
malograr
todo.
Una
hipótesis que planteamos es respecto a cierta configuración en la
triangulación edípica: cuando C. relata su inicio en el consumo, lo
plantea como “haberle
quitado droga a ella (la madre) para probar” frente
a esto nos interrogamos si acaso podría pensarse desde el Edipo que
la droga es lo otro que la madre miraba aparte de él. ¿La
triangulación se armaría entre la madre, la droga y C.? En este
punto pareciera que si la madre no estaba con él, estaba con la
droga. ¿Podría suponerse que C. toma ese objeto como agalmático de
la madre o que él esta ubicado en posición de objeto respecto de la
sustancia y respecto de su madre?
Estas
fueron algunas de las preguntas que nos fueron surgiendo a la hora de
pensar el caso y consideramos que varias de ellas se podrían tomar
como hipótesis de trabajo, para que, desde el caso por caso, se
pueda plantear una modalidad de tratamiento; o por lo menos pensar si
de estas interrogaciones puede desplegarse algo respecto del sujeto.
En definitiva consideramos fundamental crear las condiciones para la
emergencia de un enigma que propicie el trabajo subjetivo y que venga
al lugar de esa práctica desubjetivada que es la toxicomanía.
Para
cerrar, nos interesa destacar que la entrevista de readmisión tal
como se le realizó a C., en algunos casos, sirve para hacer hincapié
en que algo hay que ceder para permanecer en un tratamiento o para
volver a tenerlo.
La
inmediatez con la que el Lic. O. decide tomar el caso, ofreciéndole
a C. un Otro dispuesto y disponible, expresándoselo al consultante
manifiestamente durante la entrevista, puede funcionar como signo
claro de interés; como maniobra de alojamiento, dando un lugar donde
parece no haber ninguno; dando un signo de que hay para él un lugar
en el deseo del Otro.
Kameniecki, M: “La cínica institucional en un centro de
asistencia en drogodependencias” en Donghi,A. Vazquez. L. (comp.)
Adicciones.
Una clínica de la cultura y su malestar;
Buenos Aires, JVE ediciones, 2000, pág.268.